Habitación para dos

Sólo cuando los niños de la plaza se convirtieron en insectos de polvo, el tráfico en una venenosa escolopendra y el cielo en un estrecho cuello de botella salió huyendo de la cafetería para acabar derrumbado en la cama de una habitación para dos

'El cuarto en Arlés', un cuadro de Vincent van Gogh.
21 de agosto de 2025 a las 10:32h

Dejarle un mensaje en el móvil. Tierra. Eso fue lo primero que él hizo nada más aterrizar. Tierra. La palabra contenía la misma voracidad que a Rodrigo de Triana ya le consumía por dentro cuando avistó, con las primeras luces del día, el nuevo mundo. Tierra gritó el marinero y se paró el planeta. Tierra, en cambio, fue lo que escribió el muchacho para que su corazón alcanzara la velocidad de la luz. Ambos idénticos, exactos -Tierra- salvo que el amante sí conocía cada centímetro cuadrado de la muchacha que había descubierto, meses antes, cuando él estaba perdido del todo, sin rumbo.

Era cuestión de horas. Sólo le quedaba llegar al hotel, prestar su nombre al dueño del apartamento y salir de su habitación para hacerse con los perfiles de la ciudad y esperarla. Esperarla en una urbe que bullía esa tarde como recién parida. Y eran mil lenguas distintas las que rebosaban las calles empedradas y todas las lograba el amante entender como si cada una de ellas hablara de lo mismo. Y mientras caminaba sentía cómo iba dejando atrás noches en vela y conversaciones llenas de promesas por cumplir. Pronto te veré. Cuando pronto les sabía a los amantes a siglos de edades oscuras.

Pero esa noche no. Esa noche, mientras se descubría entre las callejuelas, todo relucía a su alrededor. Los ojos de los caminantes que le pasaban rozando eran faros alejandrinos que doraban desde lo más oscuro hasta lo más cotidiano.

El joven, para ser feliz, sólo tenía que ver pasar el tiempo y esperarla en viva llama aunque esperar era lo que peor llevaba. Sabía de sobra que su esperanza sufría de dos pecados: una piel muy fina y una sangre tan líquida como la de los cobardes. Cuando de pronto en su teléfono: vida, esta noche me ha sido imposible. Lo siento, amor. Siempre sucede cuando la verdad se disfraza de azar. Y los tejados de la ciudad se derrumbaron, de improviso, para dejar las estancias de sus palacios al descubierto. Desde la terraza de la cafetería en la que se había sentado observó la soledad y el silencio que reinaba en los cuartos. Palacetes barrocos convertidos en casas de muñecas con su danzarina rusa bailando, sobre su cojera, la melodía rota de Chaikovski. Un soldadito de plomo de cien años a medio hacer. El soldado era nada más que bayoneta y miedo. En uno de los tristes palacios, olvidado en una esquina, yacía un oso de azufre y algodón. El amante se vio reflejado en aquel juguete roto.

Sólo cuando los niños de la plaza se convirtieron en insectos de polvo, el tráfico en una venenosa escolopendra y el cielo en un estrecho cuello de botella salió huyendo de la cafetería para acabar derrumbado en la cama de una habitación para dos.