Porvenir porque nunca vienes escribió mi admirado Ángel González aunque en un garito de Jerez, la ciudad de la rima instintiva, no se da el poético caso. A la calle Porvenir, justo donde se enclava La Guarida, siempre se vuelve como si su escenario, custodiado por La Lola y un ejército pacífico de guitarristas mudos, tuviera de la propia materia del oráculo de Delfos. Aquí hay que mamá murmura el duende de los siglos. Conócete a ti mismo se grabó en el dintel del oráculo griego. Y el duende, el flamenco, que se queja para que le digan, de una vez por todas, qué o quién es. Que yo no soy aquel que era, ni quien debía de ser, que soy un mueblecito de tristeza, arrinconao a la paré.
Los techos de La Guarida tiemblan al presenciar la debacle del artista como tiemblan las venas, agarrotadas en la garganta, del cantaor. Aquí en La Guarida, desde que se fundó para el arte, todo es eternidad. Sus brillantes columnas, que custodian el patio de butacas, nos llevan a recordar a Trajano y Adriano. Sus rejas negras, diseñadas por el Fauno de la campiña, nos conducen a esos años de pelar la pava y el qué dirán. No están esos hierros para guardar secretos sino para revelarlos.
Sus escaleras sombrías nos dirigen a la azotea de la propia torre de Babel. Hay noches, según las estrellas y los acordes, en las que bajo su techo se habla el inglés de los sesenta, el portugués de los navegantes o el andaluz de los parias. Pobre andalú mío, estás hecho pá aguantá carros y carretas. El duende nos los recuerda: Ayy, ya han sonao el toque de silencio, ya mandan a callá. A mí, maresita mi alma, me mandan a levantá. El vino es bueno. El aire.., todavía mejor.
Detrás de la seda negra se encuentran los artistas, las personas que el mundo debería cuidar cada día y no cuando se encierra de golpe o se apaga. Aquí se cuidan y se reproducen porque como en los oráculos, en este templo jerezano, se aprende y se dibujan propósitos nobles. Unas veces con el prodigioso punteo de un guitarrista de rock, otras con el señore, vengo a darlo tó. Espero que disfruten y sea de su agrado del gitano cabal.
¡Qué más da, aprender de uno o de otro, si todos somos hermanos! Chirría la pata de una silla de enea porque arranca la noche estrellada de Teodoro Miciano. Se hará silencio, de esos que se quedan entre los pulmones para siempre. La Mayor dicta el guitarrista para arrancar la seguiriya. El duende, lo eterno, es ese zumbido perenne en el monitor que se esconde detrás del quejío del cantaor. Ay, siente tú mis penas, siente tú mis fatigas. La bailaora lo llena todo de color. Luz sobre oscuridad. Duende mío, no temas. No dejaremos de volver para cuidarte.
