El monumento al escudo de Andalucía y la bandera, frente al Círculo de Artistas de Ronda.
El monumento al escudo de Andalucía y la bandera, frente al Círculo de Artistas de Ronda.

Cuando era pequeña y desayunábamos en el colegio pan con aceite significaba que era el Día de Andalucía. “Nuestra tierra” nos explicaba una de las monjas que, por otro lado, y aunque llevaba media vida viviendo en el sur, hablaba el más puro castellano antiguo, algo que prefiero calificar como “curioso” dejémoslo así. También cada 28 de febrero, a vísperas del mismo, esperábamos en fila en el patio y sonaba el himno de Andalucía, el cual hacía días que practicábamos en clase y que cantábamos mirando fijamente a la bandera blanca y verde que la portera de la escuela izaba muy despacito con una cuerda. A los cinco años aquellos minutos eran terroríficos para mí, pues recordaba un momento similar que mi padre me contaba cuando un tal Franco les obligaba a cantar una canción todas las mañanas antes de comenzar las clases. "Aquel hombre era un dictador, un ser muy malo", recuerdo que me contaba mi padre. Era una niña pequeña que aún no tenía que conocer ciertas cosas. Cuando terminábamos de cantar el himno de Andalucía corría escaleras arriba hasta mi aula, temiendo que aquel hombre apareciera y nos obligara a cantar de nuevo o nos hiciera cosas terribles. 

¿Y esos poetas Andaluces? ¡Qué maravillosa esa etapa y qué orgullosa me sentía cuando estudiaba y descubría a tantos poetas y poetisas nacidos en mi tierra! Rafael, María, Federico, Gustavo, Luis, Pepa, Antonio, Elena ¡Fíjense que nombres! Será que me hago mayor, pero ¡Qué bonitos nombres! ¡Qué bonita herencia! Cada vez con menos frecuencia se escucha decir a esas madres llenas de orgullo "Mi Manué tiene un nueve en lengua", los tiempos han cambiado y es un debate seguro el de si a mejor o a peor, pero a mí me sigue encantando el nombre de Alejandro. Disfruto hablando andaluz y simplemente ignoro a aquel que me diga que no hablo bien el castellano. Respeto a quien desconoce y no entiende nuestra lengua y me esfuerzo por hablar en castellano antiguo como las monjas de mi colegio cuando la ocasión lo requiere, pero me fascina el Andalú, mi acento, el comerme sílabas, vocales, el ceceo y que me digan ¡Quilla! No me puede llenar de más orgullo. 

Andalucía es una tierra para disfrutarla y eso hacemos los andaluces. Tierra difícil de gobernar según se ha demostrado durante años y siglos, pero también llena de razas, de etnias, de lucha, de guerras que se combaten con alegría. Cuando no hay que comer siempre nos queda el pan, el aceite, el tomate y el ajo. Aquí el que tiene un poquito más lo aparta a un lado para cuando se encuentre con el que todavía no sabe cómo va a comer ese día. Los brazos abiertos para todos, porque los andaluces no entendemos de fronteras ni barreras a pesar de tantas tapias fabricadas de egoísmo con las que nos han prohibido el paso. Aquí las carcajadas son las más sonoras y contagiosas, las lágrimas son las más saladas y las que más ahogan. Los andaluces sentimos con la misma intensidad que el sol dora nuestras tierras y calienta al mar. Con la misma fuerza que el viento da forma a las dunas donde nacen las flores silvestres más hermosas. 

Mi tierra celebra su existencia llenándose de banderas blancas y verdes que no dejan de anhelar y pedir paz y esperanza para sus gentes. Para todo aquel que se sienta andaluz, respete y quiera esta tierra como se merece. Un gran deseo hoy, es que vuelvan pronto aquellos que marcharon y que sus lágrimas sean de alegría aquí en la tierra de todos. Bienvenidos sean siempre todos los que te encuentran y te luchan Andalucía.  

“Digamos que uno no tiene por qué amar aquel lugar al que pertenece, sino que uno pertenece a los lugares que ama” (José Manuel Fajardo).

 

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