'Las hilanderas' de Velázquez.
'Las hilanderas' de Velázquez.

En días pasados y debido a algunos sucesos que se han acometido en museos y sobre importantes obras expuestas en estos, han sido inevitables conversaciones en torno a los actos reivindicativos llevados a cabo por conocidas organizaciones ecologistas. No han faltado los memes y chistes gráficos en redes sociales y que en muchas ocasiones sirven para intentar sacar algo positivo de los desastres diarios. Como suele pasar cuando un tema se hace viral, recibí una noche uno de esos memes en mi teléfono móvil unos minutos antes de irme a la cama. Lancé un rápido vistazo a la imagen y aunque no le vi el sentido de ir arrojando salsa de tomate sobre una obra de arte, apagué la luz de la mesita de noche con una media sonrisa ocasionada por la pincelada de humor que contenía aquella escena.

No soy persona a la que cueste coger el sueño, pero sí suelo despertarme con frecuencia a lo largo de la noche. Cuando esto ocurre suele ser porque alguna pesadilla ha logrado alterar mi descanso. Tal vez fuera por el recuerdo de aquel chiste gráfico o por un deseo inconsciente, pero durante algunos minutos, o tal vez horas, me encontré inmersa en una fantasía bastante singular.

Reconozco que no es la primera vez que me observo en ese mismo lugar. No consigo reconocer de qué museo podía tratarse, ni siquiera puedo asegurar si realmente existe. Da comienzo con la misma escena de siempre en la que me encuentro frente a Las hilanderas de Diego Velázquez portando una madeja de lana roja entre las manos. Tiro del ovillo y acercándome al cuadro, ofrezco uno de los extremos a una de las hilanderas, que lo ata a la rueca de madera con la cual teje y teje sin descanso. Sigo deambulando por la estancia dejando detrás señalado con el hilo rojo, un recorrido que trascurre por aquellas obras que más me fascinan; El nacimiento de Venus, La joven de la perla, El jardín de las delicias y La noche estrellada, entre otras. Me detengo en la galería central de aquel museo sin nombre, en el dedo índice ato el extremo del ovillo ya inexistente y esparcido por las distintas salas. Una mecedora de mimbre iluminada por unos cuantos rayos de sol me espera. Me acomodo en el cálido respaldo y antes de cerrar los ojos me aseguro de que mi dedo sigue anudado.

No sé cuánto tiempo permanecí dormida en mi sueño, nunca antes había soñado que me quedaba dormida. Llega el final, aunque no sé si a lo que soñamos podemos ponerle realmente la palabra fin. Abandoné la acogedora mecedora, empecé a caminar sin ninguna prisa mientras desataba el hilo de mi dedo y tiraba de éste realizando inevitablemente y a la inversa el trayecto ya recorrido. La madeja de lana volvía a cobrar forma entre mis manos a medida que iba avanzando.

No tardé demasiado en llegar de nuevo junto a las hacendosas hilanderas de la obra de Velázquez. Lancé entonces el ovillo en dirección a la joven que tenía atado el otro extremo en su rueca, y con la cual comenzó a rellenar la bobina. Inesperadamente, un objeto fue lanzado desde dentro del cuadro, cayendo a escasos metros de éste. Me acerqué temerosa y descubrí entonces, ante mis ojos, una lata de tomate de la que alguien había dado buena cuenta, ya que apenas quedaban en ella algunos restos.

No menos atemorizada que segundos antes, tomé la lata y con ella en la mano me dirigí a toda prisa hacia la salida. Una vez fuera me apresuré a la papelera más próxima que encontré, descubriendo al acercarme que estaba repleta de latas exactamente iguales a la que me habían lanzado. Desperté aliviada de aquel sueño y dudando de si seguía deseando de igual forma pasar una noche en mi museo favorito. Y ahora pienso que muy acertadamente escribió el dramaturgo Calderón de la Barca:

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

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