El silencio de las pantallas

Cuanto más alcance le demos a vivir desde esta otra realidad, más nos pesará tarde o temprano el perdernos lo que nos sucede en el “mundo real”

Una persona graba una procesión de Semana Santa en Cádiz.
Una persona graba una procesión de Semana Santa en Cádiz. GERMÁN MESA

Cuando lean estas líneas nos encontraremos al final de la Semana Santa. Hoy es Domingo de Resurrección y tal vez algo nuevo haya nacido dentro de cada uno de ustedes. Sean cristianos o no, siempre es buen momento para dejar crecer dentro de uno mismo, algo que nos haga ver el mundo desde otra perspectiva.  

Hasta el pasado jueves no he tenido la oportunidad de disfrutar de la festividad cristiana que dio comienzo el domingo pasado, y por todos conocido como Domingo de Ramos. A pesar de ello, tengo la suerte de contar con amigos, no muchos, pero si buenos, que siendo conocedores de mi fe han tenido el detalle de hacerme llegar un poquito de aquello que no he podido disfrutar en persona. Así pues, el mejor de todos ellos, tras mandarme unas imágenes en la que procesionaba el señor del amor, me comentaba que había reflexionado y que a partir de aquel momento quería dejar de vivir la vida a través de una cámara. Mis ojos están limitados a la pequeña pantalla de mi teléfono y les estoy prohibiendo tanto a ellos como a mí de disfrutar de la realidad tal como los sentidos nos la ofrecen. No puedo asegurar que estas fueran sus palabras exactas, pero sí el significado de las mismas. 

En los últimos años, nos hemos vuelto adeptos a las nuevas tecnologías y poco a poco hemos llegado a sustituir el trato personal por relacionarnos a través de pantallas o monitores. La compañía es imprescindible para un buen selfi o fotografía en redes sociales, después del “momento foto” toda nuestra atención la capta la pequeña pantalla del teléfono ¿Qué conocemos de quien nos acompaña a tomar una caña? Sin duda aquello que está expuesto en redes sociales. Lo verdaderamente importante de una persona, lo que se intuye a través de una mirada, queda sin descubrir porque nos interesa más lo superfluo y la información que obtenemos al instante, que dicho sea de paso es tan falsa como la realidad en la que creemos.

Cuanto más alcance le demos a vivir desde esta otra realidad, más nos pesará tarde o temprano el perdernos lo que nos sucede en el “mundo real”. Una puesta de sol, un café con amigos, detenernos a observar una procesión de Semana Santa, simplemente pasear… ¿Por qué no nos permitimos disfrutar estos momentos? No solo somos egoístas con nosotros mismos, en los últimos años se ha convertido en misión imposible observar un acto público, una obra de teatro o incluso un cuadro en un museo sin que estos placeres para nuestros sentidos sean interrumpidos por la aparición de una pantalla. Aunque parezca muy lejano en el tiempo, no hace tanto que una fotografía se tomaba para complementar la experiencia que se estaba viviendo en ese instante, sin embargo, ahora imágenes y videos han llegado a sustituir cualquiera de las vivencias del día a día. 

Pienso que tal como afirma Hishee Salgado Morán, “La percepción de las cosas se distorsiona cuando no tienes el enfoque ideal de lo que observas. Es importante ver cada ángulo para poder dar una mejor opinión de las cosas, no dejarnos guiar por la primera impresión”. Tal vez sería bueno recordar que tenemos el poder de crear nuestra propia realidad y que, si seguimos empantanados en aquellas historias que nos limitan, tan solo conseguiremos reproducirlas constantemente, como sucede con una imagen o un video que colgamos en redes sociales con tal objetivo. 

Vivir en el mundo real significa compartir un bocadillo de mortadela mirando a los ojos a aquel que posee la otra mitad y te hace sentir que saboreas el mayor manjar que existe. Tú, él o ella no importa quien ni donde, solo vosotros y la realidad verdadera. Vive gritando al mundo que existes.

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