Este artículo no trata sobre la festividad del carnaval de Cádiz (lo aclaro por si acaso, aunque ya lo habrán podido imaginar), trata de la no felicidad o falsa felicidad que decimos tener la gran mayoría de los seres humanos. Esta mañana, en un programa matinal de la televisión, afirmaban que, en una encuesta realizada a mujeres, el noventa por ciento de las encuestadas, decían sentirse felices. ¡Ay! ¡Del dicho al hecho hay un buen trecho! NO ME LO CREO.
Y muchos de ustedes dirán que no tengo derecho a decir si alguien es feliz o no, pero como estamos aquí para opinar, quiero compartir que creo que la felicidad completa no se puede alcanzar. La evidencia más evidente de esto es que desde nuestro nacimiento, lo que más anhelamos es ser felices, y persistimos en la búsqueda de dicha felicidad. Hace tiempo que no pienso que pueda ser feliz para siempre; en cambio, mi mente está llena de momentos que son felices, pero también breves. Las ocasiones felices existen y hemos de buscarlas, pues es la única manera de no frustrarnos al no alcanzar la idílica idea de felicidad que cada uno tenemos.
Pero como acabo de afirmar, cada cual es feliz a su manera, o mejor expresado, la felicidad para cada uno de nosotros llega de forma distinta y, claro está, lo que a mí me hace feliz, posiblemente no se lo haga a quien se encuentra a mi lado. Esto de la infelicidad es algo que hoy en día la mayoría de las personas tapan utilizando para ello las redes sociales; si mi vecino es super feliz en la playa con una cerveza, pero a mí la playa no me gusta y voy por complacer a mi pareja, no voy a admitir que no me siento feliz en la playa con la Cruzcampo. Mejor publicar un post más chulo que el de mi vecino y con la mayor y más falsa de mis sonrisas. En la mayoría de las ocasiones nos vemos forzados a transformarnos en actores dentro de la falsedad inmensa en la que se ha convertido la vida del ser humano, pero cuando se cierra el telón, nadie puede considerar de verdad que es feliz.
Y es que, además de ir continuamente con una careta, somos seres muy raros; nos peleamos en vida unos con otros y regalamos flores a los muertos. No somos capaces de decir lo que de verdad sentimos a los demás, pero después de muertos hacemos homenajes a las personas con las que jamás nos sinceramos. No hay tiempo para visitas, pero si para pasar todo el día en el funeral de un ser que aún creía verte algún día, pero que ya no siente ni padece. Se nos olvida hacer una llamada a quien la espera cada noche, dar un abrazo, pero cuando ya no es posible hacerlo, no podemos dejar de lamentarnos, y es que valoramos más a aquello que se esfumó en cuestión de minutos que lo que tenemos a diario. Pienso que con la felicidad ocurre y seguirá ocurriendo lo mismo. Si alcanzáramos la felicidad permanente, jamás le daríamos el valor que puede llegar a tener. Solo hay que reflexionar un poco y darse cuenta de que cuando estamos inmersos en esos instantes o breves momentos de felicidad, siempre terminamos lamentándonos de lo poco que nos cunden y volvemos de inmediato a la incertidumbre de preguntarnos hasta cuando no volverán a repetirse.
En mi tierra suele decirse “de lo que te cuenten no te creas na’ y de lo que veas la mitad” así que insisto NO ME CREO que la mayoría de mujeres encuestadas a las que se le hicieron la gran pregunta aseguren ser felices y, a decir verdad, ni siquiera me llego a creer que esa encuesta haya llegado a realizarse. A mi entender, la felicidad no ha de gritarse, sino disfrutarse. El hecho de que alguien grite que es feliz solo me hace llegar a la conclusión de que esa persona está sintiendo todo lo contrario. Las herramientas digitales y redes sociales son unas magníficas herramientas para competir en haber quien grita más fuerte y todos, de una manera u otra, acabamos dándoles uso, pero eso sí, sean conscientes de que no por ello podemos considerarnos felices.
“De vez en cuando es bueno dejar de buscar la felicidad y simplemente ser feliz”, Guillaume Apollinaire.


