Nada que se arregle con una patada

Tener una discapacidad no tendría que suponer una batalla épica en el momento que ponemos un pie fuera de casa

Personas montándose en un tren de Cercanías de Renfe.
Personas montándose en un tren de Cercanías de Renfe. CANDELA NÚÑEZ

Últimamente, me he aficionado a caminar y dejar el coche aparcado. Por falta de tiempo es el poco ejercicio que hago aparte de algunos largos en piscina cubierta. También por suerte he tomado conciencia y me gusta utilizar cada vez más el transporte público para desplazarme. Un sábado no muy lejano y en el que se podía disfrutar de un cálido sol y un hermoso cielo celeste, decidí hacer un pequeño trayecto que me llevaría hasta un sendero que cruza unas hermosas marismas. Disfruté de un paseo y paisajes espectaculares que, aunque retraté con la cámara de mi teléfono, quedará grabado en mi memoria sin necesidad de ninguna tecnología. Aunque no suelo ponerme limitaciones, ya esperando el tren de regreso me sentía algo cansada, aunque feliz y satisfecha por la bonita jornada que había experimentado. 

Subí al tren y como siempre consciente de que suelo reaccionar y caminar un poco más despacio que los demás, busqué un sitio no muy alejado de las puertas de salida, pero eso sí, junto a una ventana. Ver cualquier paisaje pasar a través del cristal de un tren me parece una de las sensaciones más fascinantes que existen. Una parada antes de la mía, dejé abandonados mis pensamientos detrás del cristal y me levanté para llegar con calma a la puerta de salida. En esta ya se encontraban varias personas con la incomprensible impaciencia por salir. Un joven con una bicicleta se había posicionado en primera fila tapando el paso del resto e impidiendo que nadie pudiera salir antes que él. El tren estaba a punto de frenar, y como ya estaba acostumbrada me agarré a la barra de sujeción del techo atemorizada por la idea de perder el equilibrio y a la vez intentando concentrarme para no caer. El tren y yo suspiramos a la vez de puro alivio cuando el conductor pisó el freno. 

Una vez el tren parado, los viajeros comenzaron a apelotonarse junto a las puertas de salida y al chico de la bicicleta, éste peleaba dándole al enorme botón redondo y de color verde que indicaba que la puerta ya podía abrirse, sin embargo, la puerta no se abría, la gente empezaba a empujar, yo comencé a perder el equilibrio a pesar de estar parados y me era imposible buscar de nuevo un sitio para esperar hasta que todo se solucionara. Los asientos para discapacitados estaban también inaccesibles por las personas que esperaban como una manada de salvajes para bajar. Después de soportar voceríos y empujones de aquellas “personas” pasados al menos cinco minutos a lo lejos y luchando por abrirse paso por el pasillo del tren, apareció un revisor, trae una llave o algo para abrir pensé aliviada al ver que al fin podríamos salir. 

El revisor la única llave que mostró fue la de la patada de judo que pegó a la puerta para que ésta se abriera. Sí, al menos consiguió abrirla, pero en ese momento empezó a sonar la sirena que avisa de que el tren sigue adelante hasta la próxima parada e imaginaos la reacción de la manada que se hallaba dentro del vagón. Una señora tropezó al bajar, ya que metió el pie en el desnivel que existe entre el tren y el andén, y yo tuve que gritar al chofer mientras veía que la puerta se cerraba en mis narices, que aquella era mi parada y que tenía que bajarme. El hombre al que no se puede culpar de nada, se colocó entre las dos puertas con los brazos abiertos, logrando que éstas se cerraran un poco más despacio mientras yo corría lo que podía para salir. Me doblé un pie al saltar al andén porque si nunca se han fijado la mayoría de los trenes, al menos los de cercanías carecen de rampas y de sistemas adaptados para las personas con algunas necesidades especiales. 

Poseo una leve discapacidad, espasticidad en las articulaciones que en ocasiones me ocasiona que tenga que caminar sin prisas debido a una enfermedad degenerativa. Piensen en la situación real que les he contado anteriormente, si aquel día me las deseé para salir de aquel tren debido a un fallo técnico, que tampoco debería haber sucedido, imagínense una persona usuaria de silla de ruedas y con la movilidad gravemente reducida. Es inconcebible que, por la falta de adecuación en el transporte público, muchos nos veamos obligados a viajar con un familiar o depender de otros viajeros para acceder y salir al llegar a su destino. Y de paso, hago un llamamiento a los viajeros y usuarios de transporte público, pónganse en los pies de los demás, y también recuerden que un discapacitado no es solo aquel que va en silla de ruedas, sean cívicos y tolerantes. Todas las personas tienen derecho a poder vivir de forma independiente y sin barreras. 

Hace algunos años la Fiscalía de algunas provincias como Valencia iniciaron diligencias tras denunciar asociaciones y confederaciones de Personas con Discapacidad Física y Orgánica de la comunidad de Valencia (Cocemfe CV) la falta de accesibilidad para las personas con discapacidad en los trenes de Cercanías de Renfe (noticia aparecida en el diario digital Levante en 2017). Desde entonces, ¿se ha solucionado algo? Ya ven que no, lo narrado anteriormente fue algo que sucedió hace apenas unos meses. 

Las rampas de acceso en los trenes brillan por su ausencia, se siguen sin tomar medidas con respecto a las personas que ocupan los lugares habilitados para los usuarios con discapacidad que lo necesitan, siguen sin funcionar los ascensores, incluso las escaleras mecánicas en muchas estaciones. Una persona con discapacidad no se puede encontrar atrapada en una estación de tren porque una escalera mecánica no funcione ni tampoco el ascensor. Doy fe de que esto último ha sucedido y sucede con más frecuencia de lo que creen. Cualquier usuario que paga un billete para usar un transporte debe disponer del mismo servicio que los demás, independientemente de que tenga limitada su movilidad o no. Los servicios de transporte deben ser accesibles para todos, las barreras deben ser eliminadas. La independencia de una persona forma parte de su libertad y cada cual debe marcar sus límites, no es lícito que una empresa de transporte y los gobernantes sean los que los impongan al dejar sus responsabilidades abandonas para con los ciudadanos.

Tener una discapacidad no tendría que suponer una batalla épica en el momento que ponemos un pie fuera de casa. Somos igual de válidos que el resto. No somos muebles, somos personas que deseamos poder valernos por nosotros mismos, vivir como todos dentro de nuestras posibilidades. Quitar barreras no es tan difícil, construirlas es mucho más laborioso. Colaboremos todos en la integración de todos y por el bien de todos. 

“La libertad en general puede definirse como la ausencia de obstáculos para la realización de los deseos” (Beltrand Russell).

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