Llamémoslo Ezequiel

Todos calmamos la conciencia haciéndonos esta pregunta recíproca y autoconvenciéndonos de qué solos no podemos cambiar el mundo

Llamémoslo Ezequiel.
Llamémoslo Ezequiel.

Ya había anochecido y de regreso a casa entré en la sucursal de mi banco a sacar algo de dinero del cajero automático. Siempre me ha dado un poco de reparo utilizar estos aparatos de noche, si hay algún fallo o se queda con la tarjeta te quedas preocupada hasta que al día siguiente puedan resolverlo. Pero necesitaban dinero y me sería más práctico no tener que pasar al día siguiente. Cuando entré ni siquiera me percaté de aquel bulto de mantas y ropa que se encontraban arrinconados dentro de la sucursal. Al darme la vuelta una vez que saqué el dinero y mientras lo guardaba en mi bolso, me sobresalté al descubrir la presencia de un hombre que dormía cubierto con lo que seguro eran todas sus pertenencias. Estoy convencida de que el pequeño grito que di por encontrarme de improviso con una persona allí dentro fue lo que hizo que interrumpiera el sueño de aquel hombre. No tenía un gorro mugriento, ni guantes rotos, su cara no estaba llena de suciedad, no le faltaba ninguna pieza dental y no olía a alcohol, simplemente era un hombre.

El mismo se disculpó por haberme asustado, aunque no tenía por qué hacerlo. Confusa y seguramente paralizada por haber chocado de frente con la realidad, le pregunté algo que era obvio ¿Necesita algo?, al instante me di cuenta de que involuntariamente tal vez pude ofenderle con mi pregunta. Me dio las gracias y se volvió a acomodarse para conciliar el sueño, mientras se daba la vuelta y en un intento de reparar mi metedura de pata, o quien sabe si porque me sentía responsable de los errores cometidos por otros, me agaché para dejarle un billete antes de irme. No se tomó la molestia en volverse de nuevo, pero me dijo, te lo agradezco, aunque eso no es lo que necesito. Salí de allí maldiciendo al sistema, a la sociedad, a los gobernantes y las leyes, al poder, la desigualdad, al ser humano, a quien sea que nos puso en la tierra y creador del mundo, a la hipocresía y a mí misma, porque me sentía responsable y sigo sintiéndome cada vez que veo a una persona en esas circunstancias u otras similares. “Sin techo” si me lo permiten, vaya etiqueta de mierda, y qué lastimoso es pensar que somos capaces de poner etiquetas y con tranquilidad seguir mirando para otro lado. 

Toda persona tiene el derecho a vivir una vida digna y a morir dignamente, estos son algunos de los puntos claves de una constitución que a pesar de que sirve para otras muchas cosas, demostrado está, que es inútil para garantizar el bienestar de nadie. ¿Podemos hacer algo? Todos calmamos la conciencia haciéndonos esta pregunta recíproca y autoconvenciéndonos de qué solos no podemos cambiar el mundo. La implicación de nuestros gobernantes es primordial, pero también la tuya y la mía propia. Aquel hombre se llamaba Ezequiel, sí se llamaba, y también puedo contaros que aquel día era el primero que dormía en la calle. 

“No se puede escapar de la responsabilidad del mañana evadiéndola hoy”. Abraham Lincoln. 

 

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