El mundo en que vivimos se ha transformado en una pantalla rota. Igual, esta afirmación que hago les llama la atención, aunque estoy casi segura de que su interés permanecerá solo durante los varios minutos que tarden en leer esta columna de opinión. Aun así, me daría por satisfecha, ya que en los tiempos que corren que alguien se detenga a escucharte ha de ser considerado un logro épico.
Volvemos a esa primera frase con la que he intentado impactarles. Hoy me atrevo a reflexionar sobre ello, puesto que en los últimos días observo cómo en mi entorno sucedieron cosas que me han llevado a tal conclusión. Ahora la mayoría de las personas buscan la felicidad a través de una pantalla. “Yo no me aburro nunca porque me pongo en el móvil tal cosa, o veo en la tele la serie…”, pocas veces escucho decir: “Yo no me aburro porque me pongo a leer un libro” —lo siento, pero como gran lectora y escritora tenía que decirlo—.
Lo peor de esto anterior es que obligamos a los niños a hacer lo mismo. Sí, digo bien cuando afirmo que es una obligación porque un niño hace y actúa según se le enseñe o vea en casa. Si un niño ve a sus padres entretenidos leyendo, va a querer tomar un cuento y ponerse a leer, por el contrario, si ve a los padres con un teléfono, tablet o delante de la televisión, va a querer lo mismo; o tal vez no. Porque como les decía anteriormente, he observado últimamente en mi alrededor que los niños, en muchas ocasiones, a pesar de tener todos los medios digitales a su alcance, reclaman la atención de sus madres o padres.
Es muy fácil de detectar esto que les estoy exponiendo, simplemente dando un paseo por la calle un fin de semana y fijándose un poco en algunas familias, se puede comprobar el comportamiento absurdo de algunos niños e incluso adolescentes que claramente toman esa aptitud para llamar la atención de sus padres. No importa que estos les riñan, el objetivo es que estén pendientes de ellos y si con un mal comportamiento lo consiguen, no dudarán en comportarse lo peor posible.
No pretendo dar lecciones a nadie, pero sí dar a mis lectores un poco en qué pensar. Las pantallas en las que buscamos la felicidad o queremos que otros la encuentren en ellas, se transforman en pantallas rotas y ni siquiera somos conscientes de ello. Creemos con frecuencia que algo que se ha dañado o deteriorado puede seguir funcionando si nos esforzamos en ello. Algo que se rompe, una pantalla agrietada, por ejemplo, más pronto que tarde termina en mil pedazos y apagándose, y de igual forma esa felicidad que creíamos encontrar a través de ella.
¿Han visto ya el nuevo anuncio de Ikea? En él, un niño de unos siete años redacta su carta a los Reyes Magos, pero finalmente se da cuenta de que lo que desea es pasar tiempo de verdad con sus padres, tacha todos los juguetes de su lista y pide una estantería en la cual además se especifica que ha de ser montada por dos personas o más.
Estamos de acuerdo de que se trate de un reclamo publicitario, pero no hay que negar que el publicista que lo ha creado ha usado como herramienta un gran problema social que atañe a muchas familias en todo el mundo y cuyo objetivo es impactar a los televidentes. En este caso nos han estampado la realidad en la pantalla, que es a lo único que tristemente prestamos atención. Pon a elegir no solo a un niño, sino a cualquier persona, entre una pantalla y la compañía o el cariño de alguien a quien quiere; les aseguro que la pantalla tardaría mucho en volver a encenderse.
Estoy convencida de que, aunque cueste admitirlo, muchos de ustedes, los lectores, no tienen que mirar demasiado lejos para encontrar situaciones similares a las descritas. Igual es tirarme tierra encima, ya que colaboro en este diario digital que tienen en sus pantallas, pero no puedo evitar el rechazo a que estas, hoy en día estén presentes en todos los momentos importantes o no de nuestras vidas y que además tengan absoluta prioridad ante el afecto y las relaciones personales.
Todo invento o avance tecnológico que sean usados de la manera correcta y para facilitarnos las cosas son bienvenidos. Pero todo aquello que resta a lo que de verdad importa debe ser excluido de nuestras vidas. Los humanos somos seres sociales que necesitan para sobrevivir, relacionarse sin pantallas. La tecnología y la digitalización jamás lograrán proporcionarnos sentimientos, amor, cariño, calidez, comprensión y no nos engañemos, tampoco serán nunca la compañía vital que necesitamos.
"La forma de comenzar es dejar de hablar y comenzar a hacer". Walt Disney.


