La Virgen de La Soledad de Puerto Real.
La Virgen de La Soledad de Puerto Real.

Por fin he tomado la determinación de regalar la imagen de la virgen que he terminado de esculpir. Tras hablarlo con mi esposo Luis Antonio, serán los Padres Mínimos de San Francisco de Paula y cuyo convento se levanta en la villa de Puerto Real los elegidos si así lo aceptan para que construyan su capilla. Donaré mi escultura, eso sí, con la condición de que todos los viernes antecedentes al Domingo de Ramos, celebración de los dolores, celebren misa cantada con sermón y responso por las almas de nuestros herederos y por las nuestras propias cuando el cuerpo nos abandone. Aún queda mucho por reivindicar para nosotras las mujeres y no quedó más remedio que mi esposo firmara la escritura, al menos no solo lo hizo en su nombre, sino también en el mío propio, así de alguna forma se atestigua que la talla es mía. Cuando los religiosos lo tengan todo dispuesto, se llevarán a la Señora de la Soledad al convento tal como está ya acordado.

Aunque no es propio de mí y tal vez me tacharan de presuntuosa, he de reconocer que mi espíritu ha gozado en sobremanera ejecutando esta obra y que, por ello, esta Dolorosa en la que he representado a La Señora de la Soledad es una imagen sublime. La elección de la madera de cedro creo que no ha podido ser más acertada, el cincel penetraba en la artería de la madera sin espasmos e igualmente, la gubia se deslizaba dando forma y acariciando cada línea curva que mi mente imaginaba dando órdenes a mis manos, las mismas que algunas cobardes dicen no poder pertenecer a una mujer sino a un engendro extraño, simplemente porque me dedico a vivir sin pensar en nada que para mí no tenga sentido. Yo no juzgo, al contrario que otras muchas y muchos. 

Fue una sensación rara al principio, pero también soy consciente del privilegio que supone el decidir la mirada con la cual la madre del salvador y de todos nos guiará y observará de por vida. Una mirada, al igual que un suspiro y por qué no, el silencio, deben ser suficientes para explicar el amor, dijo años atrás un poeta francés. Los ojos de esta santa madre, aunque dolorosa, están hechos para desprender amor infinito.  Cinco lágrimas que simbolizan el dolor, la compasión y el sufrimiento por la humanidad, coloqué en su nacarado rostro para llamar a la reflexión y al arrepentimiento de tantos demonios disfrazados de caballeros ejemplares. 

Es el momento de separarme de ella, la que en cierto modo he tallado y esculpido tal como me hubiera gustado poder hacer con mi verdadera madre. Teresa, una esposa abnegada y sumisa, una buena madre para todos y que vive a la sombra del que para mí es un gran artista y maestro Pedro Roldán. Pero pronto entendí que quería egoístamente retenerme a su lado, pues a pesar de ser su hija, él me veía como una competidora en su oficio.  Ahora reconozco que supo ver como el demonio llegaba a mi vida, pero de no haber elegido ser artista le hubiera sido indiferente que eligiera esposarme con una bestia o con un humano. 

Me cuesta tanto separarme de ti, tan semejante a mí y que te dueles tanto como yo. Ahora son mis lágrimas las que caen intentando sanar a mi alma maltratada y ya insalvable. Te dejo aquí Señora de la Soledad en la penumbra de esta iglesia. Obligada a ello y a causa del ego del hombre al que me entregué por amor, lo único que me queda es confiar en que, a través de tu presencia en este convento, mi alma no quede en el olvido. 

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