Abrazos de Ositas

Mi hermana seguía alucinada y reconozco que yo también, pero logré centrarme por un minuto y preguntar al vendedor el precio del osito de peluche, para nosotras "La Osita Marrón"

Foto de dos personas cogidas de la mano. FOTO: R.S.
Foto de dos personas cogidas de la mano. FOTO: R.S.

Siempre me ha gustado visitar los mercadillos de antigüedades y productos de segunda mano, y en estas fechas próximas a la navidad, al igual que el resto de comercios y escaparates, se vuelven mucho más apetecibles y concurridos, algo que los llena aún de más encanto. Hace unos días visité uno de estos mercadillos de un municipio cercano acompañada de mi hermana y mi prima que en edad es mucho más joven que nosotras. Ella se mostró entusiasmada desde el primer minuto, con todo lo que allí estaba expuesto a la venta y que lógicamente denominaba como vintage. A nosotras, al ver objetos de decoración, juguetes y utensilios que formaban parte de nuestra vida diaria en nuestra etapa de la infancia, no se nos ocurría definir toda aquella mercancía con aquel término. Recuerdos y nostalgia es lo que nos envolvía a mi hermana y a mí al explorar aquellos tenderetes repletos de aquellos objetos que representaban el tiempo y los años ya pasados.

No llevábamos mucho rato entre los tenderetes cuando de repente mi hermana se detuvo en seco y tirándome de la camisa empezó a alucinar, ¡Es mi osita! ¡Es mi osita!, miré en la dirección que ella lo hacía mientras medio gritaba aquellas palabras y al instante me uní a su fascinación y comencé a elevar la voz con ella ¡Es la misma! ¡Es igual! ¡Es increíble! Repetía nerviosa. Mi hermana y yo nos acercamos a un tenderete donde un señor vendía en su mayoría juguetes de segunda mano. Allí, colocada en un carrito de bebé, estaba sentada la osita color marrón que regalaron a mi hermana de pequeña y que junto con un patito amarillo que yo adoraba, fueron nuestros juguetes preferidos cuando éramos niñas. Nuestra prima tardó en entender unos minutos que nos pasaba y a que venía aquel asombro y desconcierto por nuestra parte. 

Mi hermana seguía alucinada y reconozco que yo también, pero logré centrarme por un minuto y preguntar al vendedor el precio del osito de peluche, para nosotras “La Osita Marrón”. Casi me caigo de espaldas cuando aquel buen hombre me dijo sin vacilar que la vendía ¡Por dos euros! Mi prima que no cuenta con los veinte años empezó en ese momento a flipar tanto como nosotras y mi hermana seguía sin poder creerse aquel hallazgo. ¿Es ella verdad? ¿Qué hace ahí? Tiene las mismas orejetas, la misma cara, los mismos ojos y pestañas, las mismas manitas, ¿verdad? Tengo que tenerla Vane, le temblaba la voz por lo inesperado del hallazgo y estoy segura de que al igual que a mí, por todo lo que despertó dentro de nosotras y que en gran parte había permanecido dormido hasta entonces. 

Aquella Osita de peluche fue un regalo que Los Reyes Magos dejaron en casa cuando apenas teníamos cinco y cuatro años respectivamente. Mi hermana adoraba aquel muñeco de peluche y yo, como he referido antes, a mi patito amarillo. Ambos llegaron a casa a la vez, en las alforjas del rey Gaspar y Melchor. No solo eran compañeros de juego durante el día, al llegar la noche ambas dormíamos con nuestros respectivos peluches e incluso por aquel entonces, mi imaginación hacía de las suyas e inventaba alguna que otra historia o pequeños cuentos en los que “Osita" y "Patito” eran los protagonistas. Los mejores momentos de nuestra infancia puedo atreverme a decir que, transcurrieron en casa de nuestra abuela materna; allí jugábamos en la calle, conocimos a los mejores amigos y llevábamos nuestros juguetes preferidos para tenerlos siempre a mano. Cuando terminábamos de jugar guardábamos los juguetes y muñecos en la parte baja de un mueble de dos puertas, que tenía la abuela en el salón. 

Así que, tras medio gritarle a mi hermana que pagara ya a ese hombre y cogiera la Osita, (o yo misma la sacaría de aquel carro de juguete y me la llevaría) y una vez que la tuvo en sus brazos, reaccionó y recordó relatando con nostalgia a nuestra prima algunos de los muchos momentos que pasábamos jugando en el salón de la casa de la abuela.

Regresamos a casa con algunos libros, cámaras de fotos de las que se usaban con carretes y la tierna osita. Al llegar a mi casa, mi hermana ya había contado a mi madre el increíble hallazgo en el mercadillo. Recibí un mensaje suyo en el teléfono explicándome lo que mamá le había contado, y que la osita que el rey Gaspar dejó en casa no acabó en ningún vertedero como ambas hasta entonces pensábamos; mamá, al fallecer la abuela, decidió que el muñeco de peluche que tantas risas, besos, abrazos y cariño había recibido de nosotras, acompañaría a la abuela haya donde fuera junto con todo el amor de sus nietas que quedó en ella impregnado. Ahora pienso, aunque suene a locura, que algo, o alguien (no sé si atreverme a llamarlo destino) hizo que el juguete volviera de nuevo a nosotras.

¿Qué pensar a partir de ahora sobre el verdadero valor de las cosas? Para aquel hombre del mercadillo y a mi entender, el muñeco que nos vendió no tenía valor (demoledor valor el del dinero), para mi hermana estoy segura, no hay dinero con el que pagar, el saber que su osita seguirá llenando de felicidad a la abuela “Nunca he sido tan feliz como cuando os tenía en casa” solía decir. Y mi madre sintió que aquel juguete que nos acompañaba a todas partes, que nos provocaba enormes sonrisas y llenaba de alegrías, era lo más especial que podía acompañar a la abuela allí donde estuviera predestinado que fuera. 

Hoy en día las personas sabemos el precio de todo, y el valor de nada. 

(Oscar Wilde)

Dedicado a mi hermana que, llena de emoción, me pidió que compartiera esta historia.

 

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