Paz por terror

Sebastián Chilla.

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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Pero, hablemos claro, ¿por qué una vida vale más aquí que allí? Es una pregunta retórica que, en el fondo, no es muy difícil de responder...

Este pasado viernes tuvimos la suerte de tener con nosotros en Jerez a la eurodiputada de Izquierda Unida, Marina Albiol. Los compañeros y compañeras de la agrupación local así como diversos colectivos sociales de la ciudad pudimos compartir impresiones con la portavoz de Izquierda Unida en el Parlamento Europeo. Los temas a tratar fueron básicamente dos: el TTIP y la crisis de refugiados y refugiadas. A este respecto y de manera informal, le expresé a Marina mi preocupación por el peligroso auge de la ultraderecha en Europa, algo que ella suscribió tomando como ejemplo la situación en  países como Suecia o Alemania, hace no mucho tiempo ejemplo de convivencia, integración y solidaridad. La pregunta es: ¿Qué estáis haciendo con Europa?

Que la mayor crisis de refugiados y refugiadas en las últimas décadas tenga como respuesta, por parte de la UE, el reparto de cuotas de personas como si de una carga numérica se tratase debe alertarnos del duro tránsito moral y social por el que pasa el Viejo Mundo. Ni que decir tiene si a ello le añadimos que esas cuotas cerradas en despachos aún hoy no tienen un reflejo en la realidad. Pero, hablemos claro, ¿por qué una vida vale más aquí que allí? Es una pregunta retórica que, en el fondo, no es muy difícil de responder pero, al menos para mí, sí difícil de comprender. En un sábado de trágica resaca occidental como el de antes de ayer, la estética vuelve a triunfar. La tricolor se utiliza de nuevo como símbolo fantasma sobre el que se esconden una liberté, egalité y fraternité que ya no inspiran, que se decoloran en una sociedad de hielo que llamamos primer mundo.

Una amiga me comentó este mismo fin de semana que ella llamaría a su hija África en honor a ese continente olvidado, ese horizonte primordial que Occidente olvida, si cabe, aún más, que al resto del planeta. Y es que ya no es noticia que Boko Haram asesine vilmente a civiles en Nigeria, Chad o Camerún, entre otros, porque el África subsahariana no es Francia como Egipto, para afrontar cuotas de refugiados, tampoco es Alemania… ¿o sí? No podemos sino escandalizarnos con la masacre terrorista del viernes en París pero, ¿por qué no reflexionamos acerca de lo que está sucediendo en el mundo hoy día? Es evidente que no se utiliza la misma vara de medir en la situación política internacional y que en Europa estamos ciegos frente a una realidad que nos supera. Pero que África no sea noticia lamentablemente no es ninguna novedad, hay una escala de sensibilidad mediática internacional que termina en África, comienza en Europa y recorre el resto del mundo de forma similar. De hecho el mismo viernes tuvo otro atentado en el Líbano, hace apenas un mes el terrorismo se vivió en la capital de Turquía y, por qué no decirlo, en otros países como Irak, al que le sigue los pasos Siria, esta sangrienta realidad es el pan nuestro de cada día.

Sin ir más lejos, y de vuelta a la crisis humanitaria es necesario recordar que, por ejemplo, Turquía recoge a casi dos millones de refugiados, el Líbano a más de un millón, y Jordania más de medio millón. Con ese redondeo de cifras ya he superado el número de refugiados que la UE quiere repartir en cuotas, unos 120.000 según nos informaban hace un par de meses. Pese a ello, seguimos observando como muchos de nuestros vecinos europeos hablan de que aquí no hay sitio para ellos, como si en Beirut o Ammán la situación social, política y económica fuera de perlas. Los refugiados y refugiadas también huyen del terror y necesitan nuestra ayuda.

Francia ha sufrido el mayor atentado terrorista de su historia y Occidente está una vez más en alerta pero, ¿abriremos los ojos? No permitamos que se recorten nuestras libertades con la excusa de acrecentar la seguridad en lo que llaman estado de excepcionalidad. El terrorismo yidahista es sólo la punta del iceberg de un conflicto internacional que se extiende desde hace décadas y que tiene una de sus raíces en la intromisión de la alianza militar atlántica y sus allegados en los conflictos internos de Oriente Próximo y Oriente Medio. Por otra parte, nadie va a negar que, con sus más y sus menos, el mundo árabe ha tenido grandes problemas entre sus propias facciones y tribus, y que es, precisamente, una de las coyunturas a las que se ve sometido desde el principio de los tiempos. Pero, por este mismo motivo, es imprescindible comprender la inestabilidad de la zona y el papel de Occidente para no caer en los tópicos prejuiciosos que, desafortunadamente, escuchamos a menudo cuando se juzga al Islam.

A Occidente se le llena la boca al hablar de fundamentalismo mientras contribuye a desestabilizar algunos de los países con más libertades civiles y religiosas del mundo árabe. Pese a lo que algunos quieran hacernos creer con la intención de acrecentar su xenofobia, el Islam y los musulmanes son una víctima más en este desconcierto global. Parafraseando a otro buen amigo mío, Occidente no va a solucionar con una cruzada algo que él mismo ha contribuido a crear. Hace unos años se hablaba de primavera árabe en referencia a las revoluciones sociales que se estaban dando en los países del entorno; hoy prácticamente nadie habla de otoño árabe porque la sangre no occidental no es noticia de portada.

Necesitamos hacer ejercicio de autocrítica para superar el estado de insensibilidad en el que nos encontramos. La solidaridad internacional debe ser uno de los pilares sobre el cual construir una sociedad más justa e igualitaria. Lloremos por todos los refugiados y refugiadas, por cada uno de los asesinatos que, día a día, se suceden en cada rincón del planeta. Y no caigamos ni en la crítica fácil ni en la superficialidad sobre la que en Occidente descansa la visión de los conflictos internacionales, no demos pie con bola para que los fanatismos también vuelvan a Europa de mano de la ultraderecha y la xenofobia.

Hagamos hincapié en que a la hora de poner sobre la mesa la declaración de derechos humanos no es lo mismo ser europeo que palestino, chino o saudí. De una forma u otra, en un mundo globalizado como en el que vivimos, todas las injusticias tienen responsables y estos incluso forman parte de un juego económico y político que se nos escapa de las manos. No hagamos la vista gorda y recordamos las palabras que nuestro querido Julio Anguita dijo al enterarse de la muerte de su hijo en la Guerra de Irak: “Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen”. Cabría añadir que benditos sean aquellos que no justifican el terror con más terror. El camino hacia la paz se construye interiorizando esta en nuestra sociedad y nosotros mismos. Es tiempo de reflexión. 

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