No deja de sorprender que, en este tiempo de tantas certezas en las mentiras y tantas dudas en las verdades, aparezca una posición intelectual tan honesta y tan sin prejuicios, que diga a las claras, sin imperativos sociales ni corsés normativos, su propia convicción en una ética humanista como trasfondo y sostén de una intervención psicológica fundamentada en el reconocimiento, en el amparo, en la responsabilidad, en el amor.
Efectivamente, la llamada Psicoterapia del reconocimiento emocional es la aportación teórica y práctica del psicoterapeuta Juan Miguel de Pablo, según nos expone en su último libro, recién publicado (*).
Para este nuevo modelo, el hecho central es el reconocimiento emocional como necesidad básica que nos permite construir nuestra identidad y nuestro equilibrio entre el yo y el nosotros. Por lo tanto, el trastorno emocional se origina (biográficamente) por la falta de cuidados, por la experiencia de injusticias ocasionadas por las personas emocionalmente significativas (los padres y, en especial, el cuidador principal).
La intervención psicoterapéutica se entiende, así pues, como una experiencia restauradora de la autoconfianza, de la dignidad y autorrespeto, de manera que llevará implícito un trabajo hacia la emancipación personal mediante la diferenciación respecto de la familia de origen del paciente y de la liberación del peso excesivo del deber que imponen las normas sociales.
El proceso para construir esta experiencia restauradora se apoya en el desarrollo de la “función madre” y de la “función padre” que suceden en el ámbito de la consulta terapéutica.
La función madre es un movimiento hacia “lo interno”, hacia el amparo, hacia el cuidado emocional, hacia un apego seguro que facilite la capacidad de autorregulación y mentalización mediante varios elementos: una mirada atenta y el mantenimiento de una distancia adecuada y de respeto; una escucha activa y la construcción de un nuevo relato; una caricia y un abrazo (metafóricos) destinados al consuelo y al amparo; una calidad en la respuesta que muestre sensibilidad y aceptación de las necesidades y emociones del paciente; una actitud de cooperación y proximidad no invasiva; y, finalmente, una actitud clara de disponibilidad.
El reconocimiento emocional supone, a la postre, un acto de justicia reparadora de las heridas emocionales recibidas, que se acompañan de una nueva narración identitaria que reconstruye nuestro yo.
Por su parte, la “función padre” es un movimiento hacia “lo externo”. Su finalidad es poner de manifiesto el valor de los límites, de la separación y de la diferenciación, del acceso a la ley, de la exploración del mundo y de la proyección exterior (laboral, profesional…). Todo este proceso de crecimiento y liberación implica una desobediencia y una trasgresión. Es decir, atreverse a decir “no”, a no asumir creencias, mandatos y roles impuestos mediante la expresión de una agresividad instrumental, que no es mera destructividad sin objeto.
Partir de la vulnerabilidad esencial del ser humano (a medio camino entre la bondad y la excelencia; entre el conocimiento y la ignorancia; entre la belleza y la fealdad; entre el ser y el no ser… como una humilde y pretenciosa flor del jaramago) nos pone en un territorio a la intemperie, un territorio de fragilidad esencial. Aquí es donde sentimos la menesterosidad (vulnerabilidad) propia y ajena, consustancial a todo ser humano. Y esta visión del otro me lleva -irremediablemente- a la responsabilidad, al amparo. Porque somos constitutivamente vulnerables y deudores de la mirada del otro, siempre nuestro equilibrio será inestable y la reparación de esa “herida infinita” será problemática y solo podrá hacerse a través del reconocimiento, a través del amor.
En esto consiste la interconexión entre la Psicoterapia del reconocimiento emocional y la Ética del otro. Y esta es, en mi opinión, la mayor originalidad de este nuevo modelo psicoterapéutico. Una aportación brillante y singular para nuestra disciplina terapéutica, que profundiza en el entendimiento del hecho terapéutico y ahonda, sin complejos, en la comprensión de nuestra condición humana.
(*) Ética del reconocimiento emocional en psicoterapia. Reflexión, Desobediencia y Transgresión. Juan Miguel de Pablo. Edit. Letrame. 2025.



