Papeles y más papeles

Sebastián Chilla.

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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Hoy despertamos, una vez más, con un escándalo de evasión fiscal a escala internacional, unos nuevos papeles, en esta ocasión “Los Papeles de Panamá”.

Hoy despertamos, una vez más, con un escándalo de evasión fiscal a escala internacional, unos nuevos papeles, en esta ocasión “Los Papeles de Panamá”. El chorreo de casos de corrupción y de delitos a Hacienda es ya tan habitual que la ciudadanía empieza a percibir este fenómeno como algo natural. Un auténtico peligro en una sociedad libre y democrática como la que aparentemente constituye España y su entorno. Políticos, deportistas, empresarios o artistas. Todos ellos, sin distinción alguna, inmersos, de una forma u otra, en una espiral de evasión fiscal con el único objetivo de tener un patrimonio aun mayor del que legitímamente poseen.

La corrupción es un mal sistémico, pero no es sistémico porque sea intrínseco a la condición humana, como algunos de quienes precisamente podrían ser potenciales delincuentes, intentan hacernos creer. La influencia sobre cada individuo de la cultura y forma de vida que le rodea es determinante. El pecado, la avaricia. Este mal mayor, fomentado y alentado desde la propia espina dorsal del sistema capitalista en el que nos encontramos es, si no el causante, el motor de este tipo de comportamientos que se amparan en el individuo y excluyen la necesidad de compartir en comunidad. La única receta para paliar esta lacra ética es la educación y la persecución sin ningún tipo de reparos tanto de los delincuentes como de todos los cómplices. El mayor riesgo, a este respecto, se constituye en el seno de la opinión pública al observar cómo además de sus representantes políticos –hasta el Primer Ministro de Islandia, uno de los países “modelo” para el movimiento indignado- sus ídolos –véase el caso de estrellas del mundo del fútbol o del cine- ocultan y juegan, en un ejercicio de dudosa moralidad, con contribuciones que corresponden al conjunto de la sociedad. El debate y la crítica pública no pueden cesar.

¿Qué necesidad tiene un millonario de no pagar lo que le corresponde por imperativo moral en su patria o en la nación que le recibe con los brazos abiertos? ¿Qué tipo de credibilidad tiene un individuo que, pese a disfrutar de un estatus económico superior al resto de los mortales, busca cualquier tejemaneje para tener más y más, y no poder parar? A ese frenesí de obsceno egoísmo le puso nombre uno de los implicados en la Operación Taula, Marcos Benavent: “Era un yonqui del dinero, me llevé de todo”. Este polifacético personaje de la trama de corrupción vinculada al Ayuntamiento de Valencia no pudo haberlo definido mejor. La corrupción y el ansia de poder y riqueza de algunos individuos constituye una enfermedad que, por ejemplo, a los españoles nos cuesta mucho más que el tratamiento para los afectados de la Hepatitis C. Es cuestión de prioridades. Y si no, que se lo digan al Señor Montoro o a la familia de Su Majestad. Sí, los presupuestos también lo agradecerían. Lo dicho, le pese a quien le pese, es un mal intrínseco al propio sistema. Una completa farsa. ¿Para cuándo un verdadero plan de actuación contra el gran fraude fiscal y sus responsables?

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