El papa Roberto, y claro que es obra del Espíritu Santo

Ha tenido que ser el Espíritu Santo quien ha elegido a este Roberto de Chicago que prefirió ser de Chiclayo, este Roberto peruano que habla en español al presidente de su país de origen para darle una suave guantada sin mano

08 de mayo de 2025 a las 22:59h
Robert Francis Prevost (León XIV), a la izquierda, junto a Jorge Mario Bergoglio (Francisco).
Robert Francis Prevost (León XIV), a la izquierda, junto a Jorge Mario Bergoglio (Francisco).

El cura de mi pueblo, o mejor dicho, de mi infancia, que se llamaba Paco pero al que yo siempre llamé Don Francisco -casi como al papa que se ha marchado dejándolo todo bien atado- siempre soñó con hacerse misionero, pero nunca dio el paso. Lo recuerdo soñando con esa aventura mientras se comía un choricito al infierno en Casa Currela, después del maratón de misas, bodas y bautizos de un sábado cualquiera. De salud quebradiza, se consoló en los últimos años de su vida regalándole el Ibiza blanco a su sobrino Andrés, que sí empezó su vida pastoral de misionero y con el Ibiza cargando camillas allá por el Perú, como este nuevo papa que nos anunciaron norteamericano pero que no tiene precisamente todos los condimentos de yanqui que hubiera deseado Donald Trump. De hecho, nació en Chicago (EEUU) pero entregó su vida en Chiclayo (Perú). Que los caminos del Señor son inescrutables es la prueba fidedigna de que es el Espíritu Santo quien actúa, sibilinamente, y no la voluntad de los mortales, que pasan por la vida o que dejan, sin más remedio, que la vida pase por ellos. Y continúe. Un papa americano que nació en Chicago pero que resulta de Chiclayo. Qué gracia.

Me suelo acordar de Paco el Cura cuando hay cambios trascendentes en la Iglesia. Seguramente quienes lo conocieron bien, y en sus últimos años, saben por qué. Porque los seres humanos solemos arrojar una mirada cortoplacista que nada tiene que ver con esa idea tan certera de que los tiempos del Señor no son nuestros tiempos. Y Paco el Cura, que quiso ser misionero y nunca dio el paso, fue tapado en sus últimos compases por otros relumbrones que a la larga tampoco resultaron tan brillantes. La vida, que nunca es lo que parece. Un papa de Chiclayo que nació en Chicago. Qué lío.

Quienes dudan de que el Espíritu Santo actúe en el cónclave son quienes no han madurado la idea de que esa paloma -no la que todos hemos visto por la tele sobre las viejas tejas del Vaticano, sino la paloma de verdad, es decir, el símbolo-, esa paloma, digo, sobrevuela sin prisas las decisiones zigzagueantes de una Iglesia que ha superado los dos milenios de historia sobre aquel cabezota que fue el pescador Simón que a Jesucristo le cayó tan en gracia. Le cambió el nombre cuando pensó que él sería la piedra sobre la que edificaría su Iglesia, con esa sencillez confiada de los iluminados. Nadie en su sano juicio hubiera apostado entonces por aquel hombre rudo que se negó a que su Maestro le lavara los pies. Habrase visto. Aquel bruto que lloró tan amargamente cuando cantó un par de veces el gallo porque él ya se había empeñado en decir que no conocía a Jesús de nada, con una convicción tan tambaleante que nadie lo creyó. Cómo no iba a actuar el Espíritu Santo en aquella decisión tan descabellada. 

Ese Espíritu ha seguido sobrevolando esta institución doblemente milenaria a lo largo de demasiado tiempo, pero a veces a tanta altura que los hombres de Iglesia se han desmadrado hasta parecer hombres de mundo, mundanos, malvados, atroces. Ahí está la historia negra de la Iglesia católica, como le ocurre a cualquier institución milenaria. El que esté libre de pecado, ya sabe. 

Esta papa que nació en Chicago pero prefirió Chiclayo no ha utilizado el inglés en su primera alocución al mundo, sino el español, la verdadera patria de nuestro último Nobel de Literatura, Vargas Llosa, que era peruano de origen y se nacionalizó español. El nuevo papa era norteamericano de origen y se nacionalizó peruano, aunque su padre procedía de Francia y su madre de España. Prevost Martínez. ¡A esta es! Y resulta que los colegas de siempre lo llaman Roberto. Viejo mundo. 

El papa Roberto no ha salido a la plaza de San Pedro -¡ay el viejo Simón!- para desatarle las sandalias al papa Francisco, sino para continuar su labor en otro momento clave de la historia. De la historia del mundo y de la historia de la Iglesia, claro. Y ese continuismo no es sino el de la supervivencia de la propia Iglesia, que juega históricamente a dar una de cal y otra de arena, pero con elegancia de torero fino. Lo primero que ha pedido el nuevo papa ha sido la paz, lo cual se merece un ole porque no existe un concepto más necesario en el mundo de hoy y todos echamos de menos que los políticos se den cuenta. El problema es que cada político mira por su terruño, y tantas veces ni siquiera por el terruño de sus paisanos, sino por el suyo propio, privado. De modo que cuando un papa, que es un político imbuido de Espíritu Santo, dice simplemente que el rey va desnudo, todos aplaudimos embobados. 

¿Quién sino el Espíritu Santo señala al más indicado en una elección donde no existe la democracia sino un pelotón de ancianos mirándose de reojo? Si no actuara ese Espíritu que han dibujado en forma de paloma y que en realidad viene de volar mucho más alto seguramente el cónclave duraría más, mucho más, como a veces ocurre, durante meses, cuando no salen las cuentas en la administración democrática y hay países que siguen funcionando sin gobierno y sine die. 

Ha tenido que ser el Espíritu Santo quien ha elegido a este Roberto de Chicago que prefirió ser de Chiclayo, este Roberto peruano que habla en español al presidente de su país de origen para darle una suave guantada sin mano, con guante fino solamente, porque ahora tenemos a dos yanquis mandando sobre las dos esferas de la realidad pensable, la material y la espiritual. Trump es el entusiasta de los muros y León XIV, de derribarlos; Trump es el líder de los aranceles y León XIV, de las puertas abiertas. Trump hubiera querido que la fumata blanca lo hubiese anunciado a él. Y tal vez León XIV hubiera sido un buen presidente de su país. Pero el Espíritu Santo, que vuela como una paloma, sigue mandando a golpe de capricho y uno lo intuye desde que Paco el Cura le regaló su Ibiza a su sobrino Andrés. Menos mal.

Lo más leído