La pamplina del anarquismo libertario

Sería de sentido común que la economía de un Estado es como la de una casa, y contraría a cualquiera que tenga sentido común que se niegue

Javier Milei.
Javier Milei.

Tener que vender tu casa para pagarte un tratamiento contra el cáncer, por ejemplo, es algo natural en Estados Unidos de América y poco a poco en Andalucía. Tener que pedir dinero prestado, porque no llegas a fin de mes, es lo natural para la mitad de los andaluces. El orden natural de las cosas se abre paso, de la mano del sentido común.

Todos escuchamos ya que el sentido común es el menos común de los sentidos, aunque el problema es cómo interpretamos esa afirmación y si aceptamos que haya un sentido común y cuál es la Academia que lo regula. El orden natural de las cosas, como el sentido común, es debatido y regulado por la academia de las derechas conservadoras, extremadas y extremas del mundo. Academia que limpia, fija y da esplendor a través de un diccionario ideológico, que no es el Casares, en el que se definen, además del sentido común y el orden natural de las cosas, el éxito, algo que según ese diccionario ideológico de las derechas todas sería “el logro del mayor número de likes y comentarios o retuits, acompañado de fuertes ingresos económicos sin necesidad de justificar, o discretamente oculto, que no tributan en ninguna parte, acompañado de apariciones en las redes sociales y youtube, haciendo uso de un lenguaje directo o arrogante, así como excluyente de toda diversidad posible, apelando siempre al machismo, explícito o implícito, y a la caridad como solución contra la pobreza, cuando se plantea su presunta solución en público”.

Sería de sentido común que la economía de un Estado es como la de una casa, y contraría a cualquiera que tenga sentido común que se niegue. Bien, entonces yo también quiero una vietnamita para imprimir billetes de curso legal como lo hace el Estado, quiero devaluar la moneda cuando me haga falta y quiero regular o desregular los precios yo también. Ah, ¿que no puedo? Eso debe de ser porque mi economía hogareña no se puede comparar con la de un Estado. Entonces, dejen ya la pamplina y de mentir.

El individualismo que se pone de moda, en estos momentos con mucha fuerza, es lo que está poniendo en riesgo el sentido de grupo, de sociedad, de comunidad, con la idea de que lo original y primigenio es el individuo; la individua, por supuesto, no. Esta delirante afirmación del sentido común se muestra falsa sin ningún esfuerzo: la gente no quiere morirse sola, ni pasar sola una enfermedad, por ejemplo. Pero no únicamente. Decía Lessing, poeta alemán nacido en 1729, que “¡resulta tan triste alegrarse solo!” (Es ist so traurig, sich allein zu freuen!). Y sí, también para las alegrías se organizan fiestas en lugar de celebrar solitos los cumpleaños. Imagínate una boda sin doscientos cincuenta invitados, una primera comunión sin ciento cincuenta o un bautizo sin cien.

La cuestión debe de basarse en un mal entendido. Se quiere poder disfrutar solo del dinero, de la suerte, de las posesiones, de la llamada felicidad, y usar a los demás como al público que aplaude el dinero, la suerte, la fortuna, las posesiones y la llamada felicidad: un público mirando hacia arriba. Se necesita también un público que entregue su dinero a los que hacen negocios, y otro público que produzca con poco salario las cosas que los que hacen negocios venden. Todo esto no es anarquismo sino egocentrismo y egoísmo. Como no es anarquismo convertir al Estado en un ente autoritario y represor contra quien esté de acuerdo contra el sentido común que no es sentido común sino expolio contra la sociedad.

No existe el individuo que pueda vivir sin la sociedad, sin que la sociedad lo acompañe, lo apoye y lo quiera en los diferentes niveles de vida social. Ese individuo sería un dios o una bestia. Un dios tampoco podría ser un individuo capaz de vivir solo y para sí: todos los dioses viven del reconocimiento social, de la convivencia con la sociedad. Una bestia sí, un individuo individualista en esos extremos sí sería la bestia de Aristóteles, sin empatía ni sensibilidad, poseía de avaricia.

Cuando nos preguntamos por las razones del avance de las derechas, del pensamiento de derechas incluso en algunas izquierdas, deberíamos respondernos que sin empatía, sin sensibilidad, sin amor y sin alegría compartida estaremos fabricando una sociedad de bestias.

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