Pajaritos fritos

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Ana Duato e Imanol Arias, en la escena de 'Cuéntame'.
Ana Duato e Imanol Arias, en la escena de 'Cuéntame'.

Volvemos. Lo hacemos como el equilibrista novato que no quiere mirar hacia abajo, o como Baby Houseman cuando Johnny Castle la enseñaba a bailar y no dejaba de mirarse los pies: sin puñetera idea de lo que estamos haciendo. Parece que el suelo se nos vaya a resquebrajar a cada paso, como si fuera una superficie de hielo sobre la que patinar o sobre la que romperse la crisma si no se es muy avezado. Nos da miedo casi todo: pisar la acera, comer fuera de casa, llevar a los niños al cole, volver a habitar la oficina… nos da miedo lo cotidiano. Porque la nueva normalidad no nos gusta y la vieja nos sigue pareciendo muy lejana. Y no sabemos hasta cuándo habrá que esperar para volver a respirar como antes, a abrazar como antes, a dejar de poner el futuro en pause y ser un poquito más dueños de nuestro mañana.

Nos encontramos estos días ante una serie de disyuntivas en las que muchos adoptamos el rol del pajarito frito. La expresión se la oí un buen día a Imanol Arias en la serie Cuéntame cómo pasó y me pareció curiosa. Hacía referencia a aquellas miles de personas —en su mayoría de mediana edad— que, a mediados de los 70, ni brindaron por la muerte de Franco ni rindieron honores al dictador, a aquellos ciudadanos que solo querían paz y trabajo, pero nunca militaron en la clandestinidad ni levantaron el brazo con convicción.

Pensando sobre los pajaritos fritos, un poco alelados y desbordados por los acontecimientos que se precipitaban a todo trapo delante de sus narices, creo que muchos adoptamos hoy ese rol. Y es que para una gran cantidad de la población española no se trata de alabar la labor del Gobierno pero tampoco de recriminar sus acciones, pues, en este entorno tan desquiciado, encontramos justificación para casi cualquier golpe de mando. A muchos nos parece un despropósito que los peques vuelvan a la escuela, pero entendemos también que su educación no espera y que los padres no tienen opciones. Muchos vemos la presencialidad en las aulas universitarias como una decisión suicida, mas sabemos que existen zonas en sombra desprovistas de conexión a internet en esta moderna y cosmopolita España nuestra.

El 2020 parece el año de lo uno y su contrario. Al menos lo es para los pajaritos fritos. Para los que no sabemos qué hacer ni qué responder ni a quién criticar, para los que no terminamos de estar seguros de lo que nos indigna en medio de la pandemia. Creo que por eso, cual si fuéramos bebés a los que instigan con la impúdica pregunta de a quién quieren más, solo podemos abrir mucho los ojos y cerrar otro tanto la boca. En estos días, casi todo se justifica y al mismo tiempo nada vale del todo. Somos muchos los que miramos a nuestro alrededor tratando de ver más allá de nuestras propias mascarillas, tratando de buscar explicaciones y de reorientar nuestro cabreo, tratando de sentir algo cuando el desapasionamiento se ha instalado en nuestras almas confinadas. Cada vez somos más los pajaritos fritos de la pandemia, los que ni ponemos a parir a Sánchez ni comulgamos con el rumbo que están tomando las cosas, los que tratando de entender más posturas cada vez nos aclaramos menos, los que solo queremos volver a volver y dejar al fin atrás el letargo. En un aleteo.

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