Pactos, bloqueos y el teorema de Arrow: una lectura del 23J español

Quizás, en esa contradicción inevitable, en ese fracaso estructural, resida la verdadera dignidad de lo político: no en ofrecer soluciones definitivas, sino en sostener el conflicto sin romperlo del todo

11 de agosto de 2025 a las 19:43h
Acceso al Congreso de los Diputados, en una imagen de archivo.
Acceso al Congreso de los Diputados, en una imagen de archivo. Galayos (Flickr.com)

Este ensayo explora los resultados de las elecciones generales del 23 de julio de 2023 en España a través de dos lentes conceptuales: el teorema de imposibilidad de Arrow y el dilema de Newcomb. Se plantea que la democracia, lejos de ser un procedimiento claro y racional, está atravesada por contradicciones estructurales, profecías autocumplidas y bloqueos sistémicos. Entre la lógica de la elección social y la simulación política, el ensayo defiende una visión trágica —y digna— de lo político.

I. Introducción: una victoria sin poder

Las elecciones generales del 23 de julio de 2023 en España dejaron un resultado desconcertante: ni el bloque conservador liderado por el Partido Popular (PP), ni el bloque progresista liderado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), lograron una mayoría suficiente para gobernar con comodidad. En términos aritméticos, el PP ganó las elecciones, pero no pudo formar gobierno. El PSOE, a pesar de haber quedado segundo, retuvo el poder gracias a un complejo sistema de alianzas con partidos pe... Este resultado fue rápidamente calificado por algunos medios como un ejemplo de “anomalía democrática” o de “victoria sin legitimidad”. Pero más allá del ruido mediático y partidista, lo que se revelaba era un fenómeno estructural: la imposibilidad de traducir de forma coherente las preferencias sociales en una decisión colectiva justa y estable.

«La democracia no falla por accidente, sino por exceso de fidelidad a sus propios principios»

II. El teorema de Arrow: elegir lo imposible

Kenneth Arrow formuló su teorema con la intención de poner a prueba los ideales de la democracia liberal. Partía de una pregunta sencilla: ¿es posible diseñar un procedimiento de votación que refleje fielmente las preferencias de una sociedad sin violar ciertos principios básicos como la universalidad, la no dictadura, la independencia de alternativas irrelevantes y la transitividad? La respuesta fue devastadora: no. Si una sociedad quiere evitar la dictadura y respetar las preferencias individuales, entonces tendrá que aceptar que, en muchas circunstancias, sus elecciones colectivas serán incoherentes o manipulables. La situación postelectoral del 23J encaja perfectamente en esta lógica. Los ciudadanos votaron según sus preferencias individuales, pero el resultado colectivo —un Parlamento fragmentado e incapaz de generar mayorías estables sin pactos ad hoc y contradictorios— fue todo menos racional. Partidos con proyectos irreconciliables terminaron formando alianzas frágiles y estratégicas. No se eligió lo mejor, sino lo posible. No se gobernó desde la voluntad general, sino desde la aritmética del chantaje.

«El votante ya no decide libremente: actúa como si una instancia superior ya hubiera previsto su acción»

III. Pactos, bloques y paradojas

Tras el 23J, lo que se impuso no fue un gobierno claro, sino un sistema de vetos cruzados. Vox no podía pactar con partidos nacionalistas; Junts no podía apoyar un gobierno con según qué condiciones; el PSOE necesitaba contentar a múltiples socios con agendas divergentes. Cada actor político actuaba como un jugador en una partida de ajedrez tridimensional, donde cada movimiento implicaba renuncias y riesgos. La política ya no gira en torno a un eje izquierda-derecha, sino a múltiples planos superpuestos: territorial, cultural, identitario, económico. El sistema representativo se convierte así en un espejo roto donde cada fragmento refleja una parte del todo, pero ninguno lo contiene por completo.

«La voluntad popular no se expresa, se fabrica»

IV. El dilema de Newcomb: previsión, manipulación y voto útil

A esta paradoja formal se le suma una paradoja existencial, que podemos iluminar con el famoso dilema de Newcomb. En él, un sujeto debe elegir entre abrir una o dos cajas, sabiendo que una inteligencia superior ha predicho su comportamiento. Este dilema, en el plano político, se encarna en la estrategia del voto útil, que dominó la campaña del 23J. La mayoría de los ciudadanos no votaron tanto por convicción como por cálculo. Cada decisión estaba ya prefigurada por una profecía autocumplida, diseñada por encuestas, medios y algoritmos. El votante ya no decide libremente: actúa como si una instancia superior ya hubiera previsto su acción. Y así, en lugar de ejercer su voluntad, la confirma. El votante de Newcomb español no actúa por principios, sino por miedo.

«Incluso una democracia fallida es preferible al abismo»

V. Una democracia atrapada entre lógica y simulacro

Entre el teorema de Arrow y el dilema de Newcomb, la democracia española se revela como una forma atrapada: lógica en su estructura, pero simulada en su ejercicio. Se respetan las formas del procedimiento democrático —sufragio universal, pluralidad de partidos, representación proporcional—, pero el resultado final es una mecánica de alianzas que ya no responde a voluntades, sino a necesidades numéricas. Quizá ha llegado el momento de aceptar que la democracia, tal como la soñamos —racional, justa, transparente—, es una idea platónica. Lo que tenemos es un sucedáneo funcional, lleno de contradicciones, pero preferible al caos o a la imposición.

VI. Conclusión: democracia como forma trágica

El 23J nos mostró una democracia en su forma más desnuda: como drama irresoluble, no como solución. Lo trágico, en el sentido clásico, no es lo que fracasa, sino lo que está condenado a fracasar por su propia naturaleza. Arrow nos enseñó que no hay elección colectiva perfecta. Newcomb nos recordó que toda decisión está ya contaminada por la previsión dequien la observa. España, tras el 23J, ha encarnado ambas paradojas a la vez. Y quizás, en esa contradicción inevitable, en ese fracaso estructural, resida la verdadera dignidad de lo político: no en ofrecer soluciones definitivas, sino en sostener el conflicto sin romperlo del todo. No en cerrar la historia, sino en mantenerla abierta.

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