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Tiene uno la impresión (en ocasiones, la certeza) de que nuestro país es un poco cateto y acomplejado.

Tiene uno la impresión (en ocasiones, la certeza) de que nuestro país es un poco cateto y acomplejado. Lo digo —esta vez— en el sentido de que nos falta tiempo para adoptar costumbres, modas y fiestas ajenas que poco o nada tienen que ver con nuestra tradición ni con el modo de ver nuestras cosas: Halloween, Black Friday, santa Claus, despedidas de soltero… un verdadero bombardeo norteamericano. ¡Hasta el Día de Acción de Gracias estadounidense se ha celebrado en un centro escolar, que ya hay que ser botarate! Todo se compra del mundo anglosajón norteño, menos la eficacia, el esfuerzo y el respeto a las leyes. 

Y da la impresión de que una trituradora mental hace papilla nuestro criterio propio al grito interesado y engañoso: ¡libertad de consumo!, ante lo que todo se arrodilla. Así que nos sentimos libres porque podemos elegir la película de santa Claus de todos los años en la 1, en la 2, en la 3, en la 4, en la 5 o en la 6. No dirán que no tenemos oferta. (Los canales de televisión locales están ocupados repitiendo las procesiones del año pasado o discutiendo la “carrera oficial”. Y Canal Sur lleva treinta años sin salir del bucle del Tal como “semos”; mejor que siga con La copla y con Juanymedio, total…el remedio puede ser peor). Santa Claus, Paco Martínez Soria o Pretty Woman, qué más da…

La celebración de la Navidad y, en concreto, la zambomba navideña jerezana que antiguamente se celebraba en los patios de vecinos y servía de excusa para la fraternidad, se ha convertido —salvo contadas excepciones— en un maratón de reclamo turístico (dicen) en el que puede sonar una rumba de Los Chunguitos a las primeras de cambio (me recuerda a aquella procesión que llevaba el paso del Cristo a los sones de Escándalo, una canción de Raphael). Y en la que los participantes en vez de cantar villancicos y tocar la pandereta beben su whisky o su mojito en sus sillas de espectadores. Bueno, en realidad, ya no somos actores de casi nada, ni trabajadores, ni ciudadanos, ni padres, ni hijos, ni amigos, ni vecinos…somos espectadores dóciles. Para ser actor tienes que salir en la tele o recibir en las redes “asociales” un millón de likes. Si no, solo eres espectador/consumidor. De comida basura, real y virtual. ¡En qué cosa tan poco navideña hemos convertido la Navidad!

Además, yo no sé a cuento de qué aparece en Navidad tanto trineo, tanta nieve y tanta rama de acebo o de muérdago. En el último pueblo reseco y sediento del desierto de Tabernas, entre Almería y Murcia, el Ayuntamiento ha colocado un muñeco de nieve falsa en la plaza, y un rebaño de renos, también falsos, claro. Dejemos al margen cualquier comentario previsto: que si la eterna colonización del Norte, que si patatín, que si patatán… martingalas. Sería más ejemplar encarcelar directamente al responsable, sin derecho a abogado defensor, antes de que se le ocurra alquilar, además, como en Jerez, una pista de hielo. ¿Qué relación hay entre la estupidez y el derecho de expresión? ¿Puede decirse o hacerse cualquier cosa si está dentro de la legalidad? Algún freno habría que pensar en poner… 

Yo creo que para que una sociedad rebuzne tanto y con tanto ahínco hace falta entrenamiento. Así sin más, no suele ocurrir. Esta atracción por la asnalidad cateta y casposa, lleva su tiempo y su dedicación. Del mismo modo que lleva su tiempo en conseguirlo, llevará otro tanto para calibrar el daño. Es verdad que, sea español castizo, separata, calvinista o protestante, el rebuzno es siempre rebuzno. Y en esto, como en el fútbol, somos líderes sin discusión.

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