Operación silencio

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Y nos es fácil vencer al hambre, ni a la ansiedad de chocolate, por ejemplo. Pero se consigue. Vaya si se consigue. Y vemos los resultados, por dentro y por fuera.

Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados y de hecho han sido domados por el hombre, en cambio ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento, está lleno de veneno mortífero. (...)
Epístola de Santiago, 3 2-12

Hay muchos tipos de dietas. La vegana, la crudívora, la alcachofil, la del cucurucho… En el intento de ponerse “a plan”, sobre todo cuando se acerca el verano, y hay que mostrar las carnes dignamente en alguna playa o piscina, o la analítica ya canta por bulerías y chicharrones, solemos poner a prueba la fuerza de voluntad, y a ésta hay que entrenarla bien. Y nos es fácil vencer al hambre, ni a la ansiedad de chocolate, por ejemplo. Pero se consigue. Vaya si se consigue. Y vemos los resultados, por dentro y por fuera.

La sensación del trabajo bien hecho, el reto superado, la meta alcanzada, es maravillosa. Y engancha. La autoestima sube, la salud mejora. Todos nos ven mejor, más guapos, más vitales. Por tanto, merece la pena el esfuerzo, claro que sí.

Y es que todo se trabaja en la vida. La enfermedad y la muerte, sí nos vencen, de momento. Todo lo demás es moldeable.

También la forma de relacionarnos con el entorno, con la pareja, la familia, los amigos y conocidos. E incluso, con los contactos de las redes. Se pierde la buena forma, a veces. Los conflictos nos llueven. Perdemos popularidad, y prolifera el rencor, e incluso el odio. Nos queremos poco, y hablamos mucho. Y esta reflexión llega, además de a través de mi propia experiencia personal de bocazas, y peor enemiga de mi misma, en conversaciones que tengo con otras personas a las que les ocurren situaciones parecidas.

Muchas veces somos marionetas de la impulsividad, la ira, el “que coraje me da”, y no controlamos el hambre de chisme, de poner verde al carajote, o carajota de turno (no vale que lo sea de verdad, nadie merece que lo critiquen con ferocidad de patio de vecinos),  y no nos podemos aguantar. Es posible, que en un arrebato diabólico imprevisto, despotriquemos, y hablemos mal de una persona a la que, en condiciones normales, incluso admiramos, queremos y tenemos en cuenta. Y ya sea por celos o desencuentros, metemos la pata. Una vez que el plato se rompe, es imposible reparar su superficie sin que se note. Está desportillado para siempre. Las consecuencias de nuestra lengua viperina, se quedan para siempre, perjudicándonos incluso en nuestro trabajo y nuestro negocio*. Palabras mayores.

Por eso, he decidido empezar una dieta de silencio, y palabras sanas. Si no tengo nada que decir de una persona, o hay alguien concreto que me haga daño y necesito gritarlo a los cuatro vientos, buscando aliados (esto es digno de otro debate, porque las alianzas, por norma general, no suelen dar buenos resultados), callaré. Callaré. Callaré.

Y practicaré la alimentación ecológica de piropos, alabanzas sinceras, y justicia oral y escrita. De las personas que admiro, que creo brillantes, inteligentes, guapas, bondadosas, valiosas, hablaré bien. Daré referencias. Aprenderé de ellas. Me hará bien amarlas, de verdad, y no envidiar ni un ápice, de nada.

No es sencillo pasar por encima de la humanidad salvaje, de la competitividad, del miedo al olvido, a que a una le hagan sombra. Miedo al desamor. Claro que no.

Pero igual que el camino a la salud y a la línea, no es el sedentarismo, ni devorar a diario cantidades ingentes de grasas, ni las sobredosis de hidratos de carbono, tampoco se consigue el amor, el respeto, la paz interior ni la felicidad (aunque sea a ratos), medrándole la vida a los demás, ni consumiendo veneno.

Así que yo ya me lo he propuesto. De momento, a corto plazo. Poco a poco. Este año, además de la operación bikini, me apunto a la operación silencio.

*Sobre este tema, de controlar lo que se dice, pensar qué y cómo hablar, hay un interesantísimo libro de Robert L. Genua ¡Cuidado con lo que dice!, editado por Gestión Editorial.

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