'El olvido que seremos', mi visión desde la masculinidad

"El libro nos habla de dos hombres que reconocen sus errores y privilegios. Hombres, a los que el machismo no les impide mostrar sin pudor sus afectos, temores ni lágrimas"

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Javier Cámara en la adaptación de la novela 'El olvido que seremos' al cine por Fernando Trueba
Javier Cámara en la adaptación de la novela 'El olvido que seremos' al cine por Fernando Trueba

El olvido que seremos, escrita por Héctor Abad, es una biografía y autobiografía, porque llamarla novela me parece no valorar en su medida la importancia no solo de la obra literaria, sino del testimonio de honradez, amor, solidaridad, feminismo, masculinidad, valentía, coraje, y criminalidad de los hombres que detentan el poder sea el espacio del mundo en el que sea, más doloroso en un país hermoso como Colombia donde la vida y la felicidad hace tiempo que se olvidaron de la gente común.

La obra que trata de la existencia cuando ésta no es nada fácil, nos cuenta la vida del doctor, humanista, socialista, liberal, hombre comprometido con su familia, y los derechos humanos de quienes ni tan siquiera tienen el derecho de tenerlos, Héctor Abad, su mujer, cuatro hijas, y la de su único hijo varón, es una conmovedora realidad que duele, hace temblar y causa daño en el interior de todo aquel cuyos valores y referentes no sean los infames, indignos e inhumanos propios de los hombres que ocupan las clases dominantes de cualquier país del mundo.

No recuerdo que antes me hubiese pasado, en el cine sí, pero no ante un libro, por eso pienso que ha sido la primera vez que un texto me ha provocado ese nudo en la garganta que te impide mantener la tranquilidad y el sosiego para enfrentarte a la lectura de una narración tan real, dura, bella y poderosa.

La muerte de Marta la hija preferida, y las reflexiones de Héctor, posteriores al asesinato su padre por sicarios paramilitares instados por los de siempre con la complicidad de un gobierno títere, aun siendo de una belleza que traspasa las fibras de los sentidos y las emociones, son dos pasajes de tan difícil administración personal que uno no puede, o al menos yo, más que sucumbir al hermoso dolor que las palabras provocan, e intentar, tragando saliva y cerrando y abriendo los ojos, disimular e impedir que las lágrimas emborronen las letras.

El olvido que seremos no es solo una historia sino muchas historias, la de un país, ejemplo de otros muchos, al que los poderosos niegan el derecho a poder vivir, donde la sangre y el desprecio de la razón prevalecen sobre la lógica, la vida y la palabra, y quizás la más importante, la del testimonio y el no olvido de la existencia de tantas personas corrientes a las que hoy debemos nuestra dignidad como especie, pero también es la expresión de la atrocidad de un sistema económico y político que maltrata a las personas. Es también la bella crónica del amor incondicional platónico, e inquebrantable de un hijo hacía su padre. Sentimiento que no le impide contar con dolor y alivio, con miedos y sin medias verdades, su mala conciencia, las inseguridades, y los injustos y crueles pensamientos que todos los seres humanos en algún momento de nuestras vidas albergamos, y con los que hemos de aprender a convivir.

Pero me interesa destacar la intrahistoria, tal vez la que no se ve pero se intuye desde el primer halo de escritura hasta la última de las sílabas: la de la masculinidad y el daño que esta nos hace a los hombres, reflejada en las vidas de los dos varones de la familia, el doctor y su hijo, las contradicciones entre sus convicciones y el aterrizaje en la realidad, la de su inutilidad para las cosas cotidianas, su irresponsabilidad en la rutina de la supervivencia, y la dejación de estas tareas en las mujeres de la familia. El libro nos habla de dos hombres que reconocen sus errores y privilegios. Hombres, a los que el machismo no les impide mostrar sin pudor sus afectos, temores ni lágrimas.

El olvido que seremos es la constatación real, una vez más, de la importancia que para la vida tiene el poder ninguneado, oculto y despreciado de las mujeres, que se deja ver en cada hecho, cada circunstancia, cada emoción, cada decisión, desde el principio, en  el pequeño Héctor y su confusión ante el propio género, por ser común en la familia hablar en femenino. En la fortaleza, el amor, y la ternura de la mujer, la esposa, conservadora pero progresista, su vinculación con los asuntos de la vida, sustentadora de lo material, procuradora de los afectos, los cuidados y la racionalidad que permitieron a Héctor tener la posibilidad de vivir y trabajar por el bello ideal de igualdad y justicia social que le llevó a la muerte, y que a los que ahora con placer y dolor leemos y conocemos su historia contada por su hijo, nos proporciona argumentos para mantener la creencia y esperanza en la humanidad y en el futuro de un mundo más justo e igualitario.

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