Una imagen de Atenas. FOTO: SANTIAGO MORENO.
Una imagen de Atenas. FOTO: SANTIAGO MORENO.

It´s not fine but It´s fine. No está bien pero está bien.

Estas fueron las primeras palabras que tuve de un ateniense al preguntarle si podía dejar mi coche aparcado allí, a los pies del Acrópolis, en la conocida Makrigianni al verla atestada de vehículos. No problem me decía mientras se alejaba. 

Pero Ni loco. Mañana no lo tengo y quién sabe cómo podré recuperarlo. Bien sabemos que tanto el orden como el caos están gobernados por la suerte y con lo justo en el bolsillo y los días contados no podíamos jugarnos todo a la sota de bastos.

Así que dejé las maletas y aparqué al final de la calle Veikou.., una calle de barrio que tiene la suerte de tener al mismísimo Partenón siempre sobre la línea blanca —muy gastada— de su alquitrán. Bajé y ya olía a música y sabía a celestes. 

No he conocido en mi vida un pueblo con más hambre de sus canciones. Cinco minutos y ya, en una minúscula plaza ochavada con un quiosco con todas las gramáticas del mundo, había una muchacha cantando.., acompañada de un hombre que tenía que amarla por la forma que tenía de entregarle las notas de su mandolina. Aquello tenía que ser amor a alguien o a algo..., pero era amor mayúsculo con cada palabra que brotaba de los labios de la joven. Y tú en medio de la lluvia, me miras como una extraña y me quitas el alma.

Gyros griego a dos euros y capuccino italiano a tres y medio. El mundo al revés. Los griegos parece que son los únicos que saben que de pan vive el hombre. De pan y de conocimiento. Ser es hacer desvelaba Sócrates rodeado de sus futuros asesinos.

Los turistas que no pagan o se dejaron el tiempo en las islas del Egeo se amontonan en una colina al sol frente al Acrópolis como los lagartos.., sacando la lengua de vez en cuando para el selfie de turno. Look.., I was in Greece dirán. ¡Mentira! De esta forma no estás ni estarás en ningún sitio. Nunca.

Me han comentado que los griegos sólo van ciertas noches al año.., los días raros en los que no atracan los cruceros. Yo quise ser griego —lo seré un día— y anduve ya muy de madrugada, de vuelta, cuando ya habían dejado de merodear los alemanes y de cantar las chicharras.

Del Pireo llegaba el rumor que hacen los martillos y los cinceles cuando trabajan la madera de los trirremes de Temístocles mientras de la bulliciosa Plaka salían los últimos compases de un sirtaki. Pericles habla bajo el friso robado de su Partenón: La felicidad está en la libertad.., y la libertad en el coraje.

Y yo —como tú— dos mil quinientos años después seguimos temiendo lo que somos.

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