Despertó. Tenía algo en la boca, ¿un respirador? Estaba tendido en una cama con todo tipo de máquinas conectadas a su cuerpo. No sabía dónde estaba. Intentó incorporarse pero le fallaron las fuerzas. Aquello era un pasillo inmundo junto a unos servicios, así que no podía ser una sala de observación de una UCI. Miró a su alrededor, el lugar en cambio estaba atestado de enfermos. Camilla prácticamente con camilla, en un ambiente insalubre y sin privacidad ninguna habían sido despojados de parte de su dignidad.  De fondo una siniestra sinfonía de quejidos, toses y bips, bips como banda sonora de una dantesca pesadilla. Estaban en condiciones infrahumanas. Una enfermera iba y venía, desbordada ante tantos pacientes. ¿Qué hacía él allí? Intentó recordar.

Su pasión era el cine. Podía pasarse horas y horas viendo películas. Esa afición realmente llenaba su vida. Pero, ¿quién era él?, ¿un director de cine? No, no, era otra cosa. Recordaba haber organizado una feria del cine. Pero eso, eso era en el colegio. Él era delegado de curso entonces, bueno siempre lo fue. Y después no sabía muy bien cómo, por inercia, llegó al partido. ¡Claro!, ¡Era político!

Se recordaba aquella mañana ante los medios de comunicación informando de su gestión. Maquillaje de datos. Todo era maravilloso. Tanatopraxia política, pura propaganda. Tras la triunfante rueda de prensa copiosa comida, gastos de protocolo lo llamaban. Allí estaba el asesor de imagen del partido, recordó que este le dijo algo sobre que debía hacer deporte. La imagen era muy importante. Debía eliminar aquella incipiente barriga. Mostrarse ante los electores con aspecto dinámico y jovial. Además tenía que dar ejemplo, debía cuidar su salud. ¡Eso era!, ¡salud!, era el consejero de salud de su tierra.  No tuvo escapatoria, le prometió que aquella misma tarde empezaría a correr. Al fin y al cabo su oficio eran las promesas. Ya, ya recordaba. Llegó al hotel cansado, se cambió de ropa y se calzó las zapatillas. Después quería ver una película ¿de miedo? Se puso en el ipod su programa de radio favorito, Cowboys de Medianoche y se lanzó a correr. Todo lo que disfrutaba con aquel buen programa lo sufría en sus piernas. Se sentía cada vez más cansado, más cansado y … ya no recordaba más.

No sabía si era de día o de noche, pero al menos sabía quién era y que estaba en un hospital. La enfermera se percató de que había abierto los ojos. Fue a avisar al doctor. Media hora después apareció este. Mientras tanto, sin saber por qué, le vino a la mente una película. Recordaba que le había gustado mucho. La historia era impactante y se desarrollaba en un espacio que aunque se vendía a los ciudadanos como modélico en realidad era un asfixiante antro plagado de abusos e incompetencias. Distinguía los gestos del protagonista pero no conseguía reconocerlo. Sabía que lo admiraba por su integridad y coraje. Recordó incluso que había pensado que la habría gustado ser como él. ¿Cómo se llamaba? En ese momento, se presentó el doctor con gesto malhumorado. Seguramente estaría saturado de ver tantos enfermos. Su cara parecía la de un viejo alcaide. ¡Eso era!, el alcaide infiltrado, ¡Robert Redford! El doctor preguntó:

¿Puede hablar?, ¿diga algo?
¡Qué jodido es ser Brubaker!
Enfermera, dele un tranquilizante, delira.

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