En ocasiones hay películas que trascienden o encajan con la máxima actualidad, si bien la lectura de ciertos textos referentes desde esferas no especializadas en la materia despliega un mensaje más que cuestionable. Basada en el libro El nazi y el psiquiatra de Jack El-Hai, -Núremberg- dirigida por James Vanderbilt narra en el marco referencial de los famosos juicios, un duelo escénico y conceptual entre el psiquiatra Douglas Kelley y Hermann Göring (Rami Malek y Russell Crowe). El primero tendrá como función principal determinar la garantía procesual que establezca que los jerarcas nazis son aptos psicológicamente para su enjuiciamiento, pero en el caso del Reichsmarschall, además se establecerá una relación amistosa de tensión-protección frente a su amable inteligencia narcisista y un tierno factor humano (llegó a pedirle incluso que adoptara a su hija Edda, caso de que él y su mujer Emmy no sobrevivieran). El debate moral destaca en todo el proceso, contraponiendo los argumentos sobre segregación racial, los bombardeos masivos o las bombas atómicas de los aliados frente a la forzada confesión de lealtad al Führer y la demoledora proyección de los campos de concentración liberados. Los vencedores rebautizan siempre la historia, se remarca.
Con algunas licencias históricas obvias, la paradójica, dolorosa y apasionante conclusión discursiva podría ser que el mal no es fruto necesariamente de un delirio o crueldad sádica, sino el comportamiento natural de seres humanos “normales”, que mediante la obediencia y la convicción llegan a comportamientos de banalidad maliciosa (muy en línea con la famosa teoría política de Hannah Arendt, que no filosofía). La figura de Kelley irá paralela al clima de polarización y conservadurismo norteamericano del momento, que desemboca en un contexto social de incomprensión y choque con su propio entorno, lo que engarzado a capítulos de alcoholismo y depresión le llevaría años después a la misma opción que su paciente: una cápsula de cianuro. Su gran legado y mensaje fue iluminar como un faro de advertencia sobre la posible y futura reproducción de totalitarismos en sociedades civilizadas, aunque tengan otra apariencia.
Curiosamente, esta disección cinematográfica del alma humana ha llevado a la viga en el ojo propio cuando la derecha más reaccionaria ha traducido el peligro actualizado tanto en las democracias que tratan de ser garantistas con los derechos humanos, como en las habituales dianas de dictaduras de izquierda (Venezuela, Cuba, Nicaragua…). Con una crítica ausente de su propio despotismo, Washington y toda su estructura político-militar-empresarial ha aireado el reciente e inquietante informe National Security Strategy of USA de 33 páginas, que sentencian a Europa como un espacio en declive e insignificante en el tablero mundial, e incluso se permiten la desfachatez de manifestar futuros apoyos solo para aquellos partidos políticos de nuestros entorno que tengan homónima sintonía imperial, con un Elon Musk que directamente pide abolir la UE tras la multa millonaria de Bruselas a su red X.
No sé si la “ultraderechita” patriótica sumisa al tío Sam, entiende esto como injerencia en nuestra soberanía o un flagrante neocolonialismo, que además genera agrado, concordia y aval del tirano Putin, para poder hacer lo mismo en su área de influencia (esta teoría debe ser eso que pomposamente llamamos ahora multilateralismo). Estados Unidos enfocará sus visiones prioritarias y estratégicas no solo en la zona Indo-Pacífico para la teórica contención de China, sino que habla abiertamente de desplegar su preeminencia en todo el continente americano desde Canadá hasta el Cono Sur. Básicamente es un retorno de la Doctrina Monroe que supondrá un control especialmente marcado sobre toda Latinoamérica, como de facto ya se está ejerciendo bajo la amenaza, la acción directa o el rescate monetario siempre y cuando gobiernen adeptos o títeres del gran hombre naranja. Este vasallaje no tiene límites ni necesita ya excusa…simplemente, se esgrime que cualquier cuestión que suponga un asunto de “seguridad y defensa de USA” tendrá una acción punitiva desde lo económico a lo militar.
Quizás es ya tarde para que el disperso sentido europeo se ponga las pilas y pueda sortear la disgregación a la que inducen nuestros “aliados” y enemigos. Tal vez podíamos marcarnos un farol y decirles a los yanquis que genial si se van de la OTAN, que vamos a tomar vodka desde Rota hasta Ramstein, desde Stavanger hasta Esmirna, y que a los rusos les vendrían muy bien una base de submarinos en el entorno del Estrecho de Gibraltar. Si no lo entienden bien, podemos hablar en el habitual lenguaje soez y despreciativo de su presidente e indicarle qué puede hacer con sus amenazas. Excentricidades aparte, nos estamos quedando solos y somos la primera línea de confrontación en todo el frente este con una Ucrania que si sobrevive a la guerra, no tendrá cuartel en un futuro. Con el sur del Mediterráneo inestable y sujeto a migraciones masivas, solo nos falta una crisis en el entorno estratégico del Ártico, el Báltico y Atlántico Norte para culminar con una implosión interna en forma de irresoluble crisis social y cultural, y con ello pasaremos a los libros de historia como pura mitología de una princesa fenicia raptada por Zeus.
Volviendo a la comparativa histórica que parece no terminamos de aprender, resulta altamente preocupante que una parte de jóvenes y otras edades anexas crean que la solución a nuestros problemas son los totalitarismos. En el caso de nuestro país, no sé si hace falta un visionado didáctico de la serie Anatomía de un instante, o tal vez una explicación breve de la contradicción que supone ser partidarios de un régimen que no les permitirían manifestarse u opinar lo que ahora dicen sin limitaciones. Como pensamiento de oscura ironía, también se pueden plantear prácticas inmersivas en una habitación de un sótano con desagüe en el centro, silla de hierro y un bidón de agua: garantizaría un aprendizaje inmediato de conceptos.
En los Juicios de Núremberg se intentó sentar las bases de un derecho internacional, estableciendo y consolidando las tipificaciones de crímenes de guerra, contra la humanidad y contra la paz, pero empezó con reticencias hasta de las propias fuerzas armadas vencedoras, ya que pensaron que pudiera ser un precedente aplicable y futuro a ellos mismos. De los 24 juzgados en el primer y más famoso proceso, se produjeron 3 absoluciones, 4 suicidios o muertes oficiales previas y posteriores, 6 condenas de prisión, 10 condenas a muerte y 1 liberado de responsabilidad penal por derrame cerebral. Sería bastante largo el análisis pormenorizado de la conciencia y responsabilidad de estos acusados, pero me entran serias cavilaciones sobre el carácter cívico o mental en Rudolf Hess, Streicher, Ley o Rosenberg, mientras que las responsabilidades militares y diplomáticas de Jodl, Keitel y Ribbentrop exceden en mucho el cumplimiento de la obediencia debida.
En cuanto a Göring y su revisión conceptual, es cierto que ha prevalecido la caricatura de su prepotencia, gordura opulenta, adicción a derivados de la codeína o extravagancia estética: cachorros de león como mascotas, uñas y labios pintados, vestir toga a modo de emperador romano, uniformes, medallas y cargos unipersonales y específicos (entre otros…era Reichsjägermeister…algo así como maestro de guardabosques y cazadores…y sí, tiene que ver con la famosa bebida de hierbas). Diseñó su ostentosa residencia de campo Carinhall (en honor a su primera esposa), fue coleccionista-confiscador de obras de arte con gusto selecto, estuvo implicado en todos los procesos políticos y militares incluyendo el exterminio, fue herido victorioso como aviador en la Primera Guerra Mundial y nuevamente en el levantamiento de 1923. Su declive y fracaso como comandante en jefe de la Luftwaffe y su traición como brazo derecho del propio Hitler (con el que siempre mantuvo el respetuoso Sie-usted frente al amistoso Du-tú), le llevó a su rendición altanera y a comprobar horrorizado su sentencia y especialmente su condena: mundano ajusticiamiento en la horca en vez de honorífico pelotón de fusilamiento.
De otros personajes con destinos alternativos como Rudolf Hoss (comandante de Auschwitz), Heydrich y Eichmann (organizadores de la represión nazi y del holocausto en la Europa ocupada), del propio Hitler, Goebbels o Himmler, de militares de las SS como Josef Dietrich o Theodor Eicke, y de “médicos” como Karl Brandt o Josef Mengele, no me cabe ninguna duda de que su perversión y crueldad corresponden a una cota específica de la especie humana, sin que pudiera establecerse ningún atenuante de su culpabilidad. Desde una perspectiva de paralelismo de género habría idéntico veredicto para las sádicas guardianas de campos de concentración como Irma Grese, Johanna Langefeld, Juana Bormann, Dorothea Binz, Ilse Koch, o Maria Mandl, dejando a sopesar el gradiente de juicio en Gertrud Scholtz-Klink (líder de la Liga Nacionalsocialista de Mujeres), Elsbeth Zander (fundadora de la Orden de las Mujeres Alemanas y líder de la Asociación de Mujeres Nazis), Eleonore Baur, (participante del Putsch de Múnich), o las simpatías facilitadoras de contactos sociales y adulaciones mutuas de Winifred Wagner, Elsa Bruckmann, Helene Bechstein y Leni Riefenstahl con el mismísimo Adolf Hitler.
La disolución del concepto justicia como virtud social tiene una conexión histórica si consagramos el hecho de relativizar la culpa por normalizar comportamientos normalizadores. Es cierto que la gente corriente contribuye a la maldad como constructo, pero se necesitan catalizadores de profundo calado para ejercer las barbaries consolidadas: se puede ser “normal” y estar de esparcimiento en el reservado de un restaurante mientras la gente se ahoga; se puede ser un marquesito, un emprendedor de tres al cuarto, un alto cargo político-putero o padre de familia y llevarte comisiones multimillonarias en tiempos de pandemia; se puede ser miembro de un tribunal supremo y condenar en base a un concepto etéreo, impreciso o tendenciosamente ideológico; se puede ser jefe de gabinete de gobierno autonómico y acusar con suposiciones para salvar a un presunto defraudador confeso y su pareja política; se puede ser presidente de gobierno y estar en la inopia de lo que hacen dos manos derechas sucesivas; se puede ser líder de la oposición y pedir a los empresarios que voten a los “suyos”; se puede ser expresidente de gobierno y apoyar dictaduras o incitar mediante el eufemismo “el que pueda hacer, que haga”; se puede ser “normal” y acabar deformado como francotirador turista en Sarajevo o comprando una muñeca sexual de aspecto infantil.
Todas las personas somos iguales de peligrosas que los tiranos y grandes criminales porque no se necesita una psicopatía declarada, solo la perversión inherente a la condición humana, y podríamos hablar no de la excepción sino de regla genérica de nuestra especie. Ignoro si Arendt seguiría convencida hoy en día en “repotilizar” la esfera pública y establecer un ágora contemporánea de democracia participativa; por el contrario, creo afirmar que actualmente hay una dinámica más que improbable del establecimiento de estos necesarios procesos. En este contexto es posible que el ciudadano con más templanza, más comprometido y cumplidor del deber ético y moral, harto de que le hayan estafado en la venta de una vivienda o en la reparación de un vehículo, que pierda un contencioso administrativo pagando las costas del juicio con un discurso insidioso del juez, que lo marginen o traicionen en su espacio laboral, que destruyan su entorno y los valores del bien común por un egoísmo imperante, encontrando la atonía apática como respuesta generalizada de una masa banalizada…es posible, que cansado de afrenta y tanta ausencia de justicia real, se la busque y apropie en modo Travis Bickle o Arthur Fleck. Al fin y al cabo, sería una persona normal.



