Algunos de los asaltantes del Capitolio de EEUU, este miércoles.
Algunos de los asaltantes del Capitolio de EEUU, este miércoles.

El asalto al Capitolio la semana pasada no fue casual, ni mucho menos fue un hecho aislado. Las reacciones en España tampoco. Aunque sea difícil de reconocer, en los últimos años se ha producido un serio deterioro de la educación y valores democráticos. Nadie está dispuesto a perder las elecciones. Populismo, fanatismo, erosión de los partidos políticos tradicionales, información instantánea, sobreinformación, bulos y demás venenos de las redes sociales… Un cóctel explosivo que debía estallar tarde o temprano.

No fue ninguna sorpresa que después de lo sucedido algunas voces dentro de Vox legitimaran a los asaltantes. Lo que sí estaba fuera de lugar es que la derecha “moderada” aprovechase la situación para cargar contra la izquierda. El primero fue Albert Rivera, acusando a la izquierda de haber protagonizado las mismas escenas en 2016 en el Congreso y en 2019 en el Parlamento andaluz. Más de uno utilizaría el mismo argumento, entre ellos Casado.

En primer lugar, insistiendo en el debate de la última semana, no es comparable. Yo estuve aquella tarde a las puertas del Parlamento. Solo cortamos la calle, en ningún momento irrumpimos dentro. La Policía nos acabó escoltando en una marcha improvisada, el desorden fue mínimo. Tampoco hubo daños materiales. Y, sobre todo, no hubo muertos ni heridos. En segundo lugar, saltar con una acusación así es empezar a jugar al “y tú más”. Ese argumento, típico de un niño de tres años, es una falacia Tu quoque, un tipo de falacia Ad Hominen.

Sin embargo, aunque no fueran insurrecciones y no se pueda comparar a lo ocurrido en EEUU, sí denota cierta falta de educación democrática. Por chocante que fuera, la ultraderecha había llegado a las instituciones legítimamente. Luego de eso pudo la ansiedad. Lo inteligente hubiera sido planificar una estrategia a cuatro años para concienciar y revertir la situación. Tirarse a la calle a protestar por los resultados de unas elecciones solo agrava el problema, ya que legitima a la derecha para utilizar métodos incluso más sucios.

En este sentido, se inicia una dinámica no muy distinta a una pelea callejera. Cuando alguien saca un arma, el resto también lo hace. Así fue cómo la derecha también quedó legitimada para convocar manifestaciones contra el Gobierno de coalición. Que no caigan en el olvido aquellas imágenes del autobús de Vox como si hubieran ganado el Mundial de futbol.

Han pasado más de 40 años desde que somos libres para debatir e ir a las urnas, tiempo suficiente para que se olvide lo importante que es el respeto mutuo entre adversarios políticos. Quizá sea una de las claves más importantes para mantener la democracia. Esto plantea una nueva pregunta. Tanto en la izquierda como en la derecha, ¿cuánta gente ha dejado de creer en la democracia?

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