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Rocío Monedero, miembro de Podemos Jerez

La sociedad funciona, o debería funcionar, de forma similar a como lo hace el organismo humano: el Sistema Nervioso Central (SNC) es el encargado de coordinar el buen funcionamiento de todos nuestros órganos y tejidos, que resulta de la correcta función de las células que los componen. Para ello, para el buen funcionamiento del organismo-sociedad, el SNC-Gobierno precisa de todos los componentes de esa sociedad, cada cual con su función más o menos especializada, pero todas necesarias.

¿Y cómo se consigue esta coordinación-homeostasis-armonía del organismo? Pues mediante la transmisión de impulsos nerviosos entre neuronas, que desencadenan las acciones biológicas correspondientes (también intervienen las hormonas, que obvio para simplificar el ejemplo).

“El impulso nervioso consiste en un impulso eléctrico llamado potencial de acción, que es una onda de descarga eléctrica que viaja a lo largo de la membrana celular para llevar información entre unos tejidos y otros. Puede generarse por diversos tipos de células corporales, pero las más activas son las células del sistema nervioso para enviar mensajes entre células nerviosas o desde células nerviosas a otros tejidos corporales, como el músculo o las glándulas”.

Para que se genere un potencial de acción es necesario un estímulo de intensidad suficiente, capaz de “activar” a las neuronas siguientes hasta el tejido-órgano que ha de realizar la función concreta. A veces, el estímulo es insuficiente porque no llega al umbral o intensidad mínima que “despierta” a esa célula-tejido. Y a veces la célula es insensible a estímulos suficientemente intensos; se dice entonces que la célula está en “período refractario”, como cuando una persona está en coma y no puede responder a estímulos externos de tipo variado (luminosos, sonoros e incluso dolorosos).

Y en esas estamos: en una sociedad apática en la que las personas se encuentran en un estado de aturdimiento mental que las convierte en “refractarias” a los estímulos que garantizan nuestra salud individual y colectiva. Hemos dejado que nos domestiquen y nos lleven a esa “zona de confort” que nos mantiene atontadas, falsamente contentas y distraídas, incapaces de tomar las riendas de nuestra vida y convencidas en que todo nos vendrá de fuera.

Siempre la culpa es de cómo está la vida, cuando somos la ciudadanía la que ha aceptado y firmado esas reglas de juego en pleno estado de embriaguez. Nuestra droga siempre ha sido la evasión inconsciente (pasión por el fútbol, devoción ciega a una religión o creencia, dependencia a sustancias, recompensa inmediata como guía de nuestros actos...).

¿A dónde intento llegar con todo esto? Pues a que cada una de nosotras somos células de un organismo-sociedad enormemente complejo, con distintos niveles: familia, barrio, municipio, provincia, región, nación... Y que el buen funcionamiento de esta sociedad-organismo depende directa e indirectamente de la actividad responsable de cada una de las personas que la forman.

Los estímulos-intenciones por sí solos no producen el efecto necesario, es imprescindible que cada persona responda de forma adecuada, que actúe-funcione correctamente en la parcela-tejido-órgano en que se encuentra. Cada una de nosotras desempeñamos funciones en el trabajo, en la casa, en nuestro entorno familiar y social. Y todas nuestras acciones tienen un doble alcance: directo o cercano e indirecto o a distancia en tiempo y/o espacio. Por eso todas somos responsables del buen funcionamiento de la sociedad. Y somos responsables del mundo que estamos dejando a nuestras hijas y nietas.

Evidentemente, las personas necesitan mantener unas condiciones de vida dignas, tal como las células necesitan provisiones del exterior en forma de nutrientes y oxígeno. Sin esas condiciones de vida digna, las personas son incapaces de desarrollar sus funciones. Y no al revés, como nos siguen queriendo hacer creer. Esto entronca con la necesidad de redistribuir la riqueza de forma justa, tal como lo hace un organismo sano.

Nuestro cuerpo reparte según las necesidades cambiantes de cada tejido; y en situaciones de estrés metabólico redistribuye los aportes de forma que se asegure la pronta recuperación del equilibrio. A nuestro organismo jamás se le ocurre saturar de nutrientes u oxígeno a un tejido en detrimento de otro, que es lo que ocurre al organismo-sociedad en que nos encontramos: unas pocas personas ricas acumulando recursos en exceso y muchas personas pobres e incluso al límite de la subsistencia. Un organismo sano nunca permitiría un almacenamiento de nutrientes en un órgano a costa de dejar sin alimento al resto.

Por ello es imprescindible que hagamos el esfuerzo de abandonar el estado refractario en el que nos encontramos el grueso de la población; que seamos receptivas a los estímulos de las personas-células que han despertado y capaces de transmitir ese potencial de acción que necesita esta sociedad para que todas las personas que la componen puedan desarrollar una vida digna y plena.

Evitemos el error de creer que “otros” van a solucionar la situación actual y nuestros problemas, pues somos muy dados a buscar líderes y grupos en quiénes delegar la consecución de nuestras necesidades y nuestros sueños. Sin las aportaciones individuales, no hay resultado final óptimo. Tengamos siempre presente que las soluciones no llegarán como el maná del que habla la Biblia. Y valoremos la sabiduría del refrán: “A Dios rogando, pero con el mazo dando”. Participemos activamente en las transformaciones que necesita nuestra sociedad para que quepamos todas las personas.

“La responsabilidad es un valor que está en la conciencia de la persona, que le permite reflexionar, administrar, orientar y valorar las consecuencias de sus actos. La persona responsable es aquella que actúa conscientemente; es la que cumple con sus obligaciones, la que pone cuidado y atención en lo que hace o decide.” Convenzámonos de que “nadie va a venir a salvarnos” y que hemos de responsabilizarnos de nuestra propia vida y de cómo influimos directamente en la parcela de sociedad que nos ha tocado, e indirectamente en la sociedad global.

El giro que se pretende es imposible sin la colaboración de cada persona. Sin la acción responsable de cada una de nosotras, el efecto deseado será inviable. Seamos conscientes de que no va a ser fácil, pues el enemigo es muy poderoso e inteligente, pero recordemos siempre que la recompensa merece la pena.

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