La libertad de expresión es innegociable en cualquier sociedad que intente al menos ser democrática. Elemento fundamental, porque en el comportamiento de los seres humanos, de la libertad de expresión llega todo lo demás, la acción política, social, reivindicativa y, en resumen, de cambio. Por eso, hay que tener mucho cuidado con eso de amonestar o impedir la opinión de otros. Incluso de quienes dicen tonterías.
En este verano mediático en el que vivimos, hay medios nacionales que prestaron atención a lo ocurrido con la restauración de la Macarena frotándose las palmas de las manos y los ojos. Celebrando que pasaba algo con lo que rellenar tertulias. Algún pseudohumorista se relamió y se fue directo al archivo donde recopilan chistes.
Y trasluce, una vez más, un lamentable desprecio a los valores de otros. Por lo general, de desprecio a lo andaluz. Que sí, que podemos hacer bromas con lo que sea. No hay nadie más cruel con lo cofrade que el propio cofrade, especialmente de otras hermandades. Se oyen, se ven, se perciben cosas. Véase cómo el cartel de La Macarena levantó memes no entre anticlericales, sino entre quienes viven con profundidad la Semana Santa.
Pero en el caso de la restauración -mucho más importante que las críticas a un cartel- volvemos a ver cómo desde espacios ajenos se desprecia y se insulta a lo propio. Quizás llamar trozo de madera, como hicieron en Antena 3, pueda levantar ampollas. Pero hasta le puso el redactor un "bendito" por delante. No cargaría contra eso particularmente. Es una sensación de agravio generalizado contra todo aquel que no solo no entiende lo que significa, sino que no lo quiere entender, o peor, entendiéndolo, decide echar limón en las heridas.
Hace bien el mundo cofrade en defenderse, aunque quizás la esfera judicial, como adelantó el hermano mayor, no sea ideal. Es mucho mejor actuar con cierta pedagogía hasta rozar el proselitismo, porque la razón asienta las bases del respeto en el futuro. Es el camino difícil, pero también el necesario. Si no, se puede caer en aquello que practican los Abogados Cristianos, para quienes la ofensa, parece, está en todas partes y a todas horas.
Lo mejor es tratar de explicar qué es la Semana Santa y qué es el fervor popular, y lograr que se respete como una expresión dignísima. Igual que aquí no podemos muchos entender los castellets, también creo que los cuidaríamos si por azar hubiésemos nacido allí.
Lo peor de todo esto, de esta chanza hacia cosas que importan aquí, es que hay una parte de los andaluces que compran abiertamente ese discurso. No intento ponerme grave, ni intenso, pero es triste cómo una parte de nuestra sociedad andaluza confunde laicismo con lo anticofrade. Esto es parte de nuestra identidad común y eso no se puede elegir. Puedes desear su reforma, su cambio. Pero a día de hoy la Macarena es parte de lo que es Sevilla, como lo es todo el fervor conjunto hacia el mundo de la Semana Santa.
¿De dónde viene este rechazo?
A menudo, quien participa de este desprecio a lo propio lo hace desde una óptica que considero equivocada: no se es más moderno ni mejor por despreciarlo, ni más de izquierdas ni más liberal. Y por supuesto no se es superior intelectualmente, ni tan siquiera moralmente, porque no es mejor la religiosidad castellana, tan sufrida y oscura, frente a la religiosidad andaluza repleta de luz. Tan equivocado como pensar que el español correcto es el de Valladolid -no hay un español correcto-, igual de culturalmente colonial es considerar menor el sentimiento que trasluce en lo relacionado con la Semana Santa.
Qué triste comprar esos discursos importados y contraponerte a la gente de tu barrio, de tu pueblo, tus amigos, los familiares de tus amigos, por no decir a la propia gente de tu sangre. Nadie te pide participar de esto, ni celebrarlo, ni mantener una postura acrítica. Pero quizás no respetar tu propia identidad es quererse poco. Si además no quieres ver que la afrenta no es solo a lo cofrade sino a lo andaluz, que en realidad tratan de ridiculizarnos... Para muchos somos unos seres irracionales e iletrados. Y eso es lo que mueve a quienes insultan en lugar de respetar y convivir. Simplemente, hay que pedir, exigir, respeto a la forma de ser, si no propia, de quienes nos rodean, aquellos a quienes queremos y respetamos. Nuestra gente. Entre los que hay quienes están sufriendo con lo ocurrido. Un sufrimiento de corazón, auténtico. Mucho más genuino que el chiste antiandaluz. Nunca más pedir perdón por ser quien eres y quienes somos.


