Decía Confucio que cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo. A día de hoy, más bien diría que si el dedo se empeña en que miremos solo unas pocas de las 145 lunas de Júpiter, por algo será que no le interesa que veamos las restantes.
En el "show" de Granada se pretende que miremos lo necesaria que es nuestra participación bélica junto a los otros países de la UE. De momento, el dedo obvia señalar la obligada subida en los próximos presupuestos de Defensa a petición de la OTAN y la UE. ¿Será a costa del presupuesto de la Casa Real, de los sueldos y dietas de congresistas y senadores, u optarán por los tradicionales recortes en Sanidad o Educación?
Otra luna lunera a contemplar es el serial “Pido mi Investidura”, que ya constituye uno de los grandes éxitos políticos de este país. Casi tres meses en el candelero y, según los resultados, puede que haya una segunda temporada para principios del año que viene. Como en este país no se resuelven los problemas del siglo pasado ni de este siguiendo la ancestral costumbre de olvidarlos, ocultarlos, cambiarles el nombre, etc., acaban por volver una y otra vez, lo mismo con motivo de una escenificación humorística mordaz que hiere “sensibilidades” -siempre las de los mismos, o de los que tienen dinero para poner denuncias-, que alguna cuestión política que tuvo que resolverse en su momento y llevamos arrastrando medio siglo o unos años.
Sin embargo, las lunas ocultas, las que ese dedo apenas señala -si no es por circunstancias graves que hagan imposible su ocultamiento- son las que vemos a diario, por nuestra cuenta, a las que parece que nos estamos acostumbrando: léase precios de los alimentos, de las energías, de la vivienda, por mencionar algunos ejemplos de lo que es vital para cualquier persona. De tanto estar presente en nuestro firmamento cotidiano, sentimos su peso, en ocasiones nos doblega, pero ahí seguimos caminando. A veces me pregunto si con el ánimo personal y social de lo irremediable, de la impotencia para cambiar esas circunstancias, de la incapacidad ante algo que no tenemos herramientas para modificar en favor de un mayor bien personal y social. Sentimientos de víctima de acoso. Vivimos una situación de acoso económico que, por su cronificación, habría que calificar de estructural.
Porque existe un acoso institucional y económico que afecta a todo el cuerpo social, en mayor o menor medida. Un maltrato sobre la sociedad que afecta a la obtención y mantenimiento de las necesidades básicas vitales de sus individuos. Un ejercicio del poder económico que en gran medida mantiene rehén al poder político: ¿para cuándo decisiones políticas de una contención auténtica y eficaz de precios de lo básico a la vida? Un cortar por lo sano y hasta aquí habéis llegado corporaciones, fondos buitres y grandes empresas, los ciudadanos de este país tienen derecho a vivir dignamente.
También existe un tratarnos mal en las redes sociales sin que nos tomemos decididamente en serio, dar un giro a nuestras relaciones en ellas, un Congreso de los Diputados que consiente insultos y vejaciones sin medidas eficaces para evitarlo, unos campos de fútbol en que es habitual proferir insultos gruesos, a los que se suman los sexistas y xenófobos, sin que la federación española ni los presidentes de los equipos hagan nada contundente. Y, como antaño, se ignora el maltrato infantil en los hogares: “es un asunto privado”, o se sigue llamando “rara” a una persona de la edad que sea que no se ajusta a lo que se considera “normal”. Son botones de muestra de una dinámica social en que está presente el abuso de poder y el tratarnos mal. Una dinámica social que adquiere unicidad en un aspecto: mirar para otro lado.
Pues en estos modos sociales crece la infancia, se desarrolla la adolescencia. Patrones de conducta, de abuso de poder, de tratarnos mal, de consentir impotentes, que poderes económicos e institucionales nos traten mal. Y el que me resulta más triste y escalofriante, una costumbre que nos esclaviza: el hábito de mirar hacia otro lado. Los centros educativos son reflejo de la sociedad que somos. ¿Nos ponemos las pilas ya o esperamos?