En estos días nuevas noticias de corrupción nos asaltaban, con nuevas imputaciones y nuevas condenas. Los dos últimos alcaldes, cuatro delegados municipales y los dos últimos presidentes de la Junta. Suma y sigue. Y aunque no me gusta dejarme llevar por los impulsos y pasiones, ni estirar los datos para que quepan en los discursos, es realmente difícil que no hierva la sangre ante el sentimiento colectivo de “nos han estado dando coba” que se nos queda tras cada telediario. Una mezcla de sentimientos, de pena y vergüenza junto a rabia e impotencia, un padecer por una tierra que se merece otra cosa.

Pero de esta indignación no podemos sacar conclusiones, pues aún siendo populares, son demasiado simples para explicar cómo se ha llegado hasta aquí. Ni los inmorales sueldos de los políticos, ni lo que algunos han robado para ellos y sus amiguetes tienen la culpa de la actual situación de crisis. Aunque sin duda da la impresión de que durante unos años se ha vivido una enorme sensación de impunidad entre los que gobernaban nuestras instituciones y los que desde muy cerca hacían negocio con ellas.

Y es que desde hace más de treinta años, en Andalucía (y también en el resto de España) se ha impuesto en muchos sectores un modelo basado en la estrecha relación entre medianas y grandes empresas y las diferentes administraciones, y puede que este sea uno de esos factores causales de tanto caso de corrupción. Un modelo basado en las concesiones públicas al sector privado, en forma bien de contratos, adjudicaciones o de subvenciones, que iban generando una red clientelar, tendenciosa y opaca. Y cuando los propios mecanismos de control de la administración ponían cortapisas se creaban estructuras que fueran “más ágiles” o, lo que es lo mismo, menos sujetas al control público.

De ahí surgen esa cantidad de agencias, institutos y empresas públicas haciendo las funciones que debería hacer la propia administración. Lo público puesto al servicio de unos pocos. No creo, por tanto, que la corrupción sea una cuestión de manzanas podridas en un impecable cesto, sino de un cesto mohoso y roto muy atractivo para gusanos y manzanas deseosas de ser comidas. La corrupción no se ataja abordando comportamientos individuales, y menos cuando nos vemos ante auténticas tramas delictivas que van mucho más allá de uno o dos supuestos malhechores. No basta con elegir a honrados representantes y gente decente, que también, sino de no darles ni siquiera la oportunidad de que dejen de serlo.

Que se rindan cuentas, no solo las bancarias, sino de todo lo que hacen como representantes, y que pasado un tiempo, cuando vuelvan a su trabajo, a su barrio, con sus amigos de siempre y con sus problemas de siempre, vuelvan habiendo servido a la ciudadanía. Pero ni siquiera con esas necesarias medidas bastaría. Las soluciones deben venir por una transformación del modelo de administración pública, generando mecanismos de transparencia que sean accesibles para la ciudadanía, que permitan el conocimiento de la actividad de la administración y de los representantes públicos.

Esto va más allá simplemente de los sueldos, y se relaciona sobretodo con los contratos, las adjudicaciones, las actividades de las diferentes administraciones, que no solo debieran pasar un control exhaustivo por parte de los técnicos competentes, sino que este control debe estar bajo luz y taquígrafos, que a golpe de clic sea fácil conocer las últimas gestiones de una delegación municipal o de cualquier dirección general de una consejería. Esto tiene que sumarse a la creación de mecanismos de participación, que permitan una descentralización de la toma de decisiones de forma que los órganos más permeables a la participación de la gente adquieran la responsabilidad de cada vez más competencias. Sin duda un reto enorme que tiene que acompañarse de una cultura de la participación, de la crítica, de la asunción de responsabilidades, colectivas e individuales. Un reto enorme pero que parece más alcanzable ahora que hace unos años.

Transparencia y participación serán la mejor de las vacunas. Pero aún son insuficientes si no ponemos el foco en el corruptor. El gusano que se acerca al cesto roído y mohoso de las manzanas dispuestas a pudrirse. Llenamos telediarios con Bárcenas, Chaves y Griñán, pero nunca ponemos el ojo en el que llena el sobre de dinero a cambio de un contrato, de una concesión o de los resultados de la privatización de un servicio público.

Regular la relación de las empresas con la administración de una forma más transparente se hace imprescindible. Pero no solo eso, tras cada privatización de un servicio hay detrás una potencial corruptela, pues de un patrimonio que era de todos se beneficiarán unos pocos. Todas las tramas de corrupción enriquecen a determinadas empresas que se benefician del cohecho o la prevaricación del político de turno. Por tanto, se hace imprescindible la recuperación de los servicios que siendo privatizados solo generan beneficio de unos pocos y el empobrecimiento de la mayoría. Empresas privadas que generan trabajo temporal, precario y unos servicios cada vez más caros y peores, a costa de chanchullos más o menos legales con la administración. Servicios que fácilmente podría llevar a cabo la administración, sin necesidad de intermediarios, generando empleo de calidad como mínimo al mismo coste actual, cuando no más barato. Es cuestión de prioridades.

Combinar transparencia, participación y servicios públicos serán las mejores vacunas ante la corrupción. Nuevos gobiernos que abran cajones, saquen las carpetas y pongan luz y taquígrafos en los despachos donde hasta ahora se pasean corruptos y corruptores. No bastará con que la gente decente, que es la mayoría, llegue al poder. No bastará con poner manzanas sanas. Debemos cambiar de cesto, uno que sea indemne al ataque de los gusanos. ¿De verdad tenemos que conformarnos con Chaves, Griñán y compañía? Andalucía se merece algo mejor.

Jose Ignacio García es miembro de Podemos Jerez y candidato a las elecciones andaluzas por la provincia de Cádiz.

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