A pesar del epígrafe pretendidamente humorístico que ve la luz cada sábado, hoy no voy a escribir nada que se acerque a lo gracioso o a lo irónico. No. La casi media docena de mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas en menos de diez días no permite mucho chiste. Ninguno en realidad.
Ni soy capaz, ni entiendo, ni escribo en este periódico para hablar de política y de leyes, pero creo que a nadie escapa que algo hace muchísimo tiempo que está fallando para que la sangría de crímenes prosiga y crezca como un animal de película de terror. La cuestión es que ninguno de los Gobiernos que de un tiempo a esta parte se han sentado en la poltrona, han sido capaces de frenar esta hemorragia de mujeres asesinadas. No parece haber leyes, ni políticos con la suficiente capacidad de dejar las cifras en mínimas (aunque cualquier víctima cuente, sea entre dos o tres, o entre 1.000).
Me aterra la 'normalización' de estos hechos. Me abruma leer que las víctimas van casi a la par de las páginas que se tachan cada día del calendario. Las pistolas se cargan, como el odio, los cuchillos se afilan, como el rencor, y las manos, que también valen para matar o dar palizas, se tensan como cuerdas para acabar con la vida, pongamos que de Carla, Almudena o Luisa. Nombres que hoy no están en la lista de esas rosas negras caídas, pero que quizá mañana sí lo estén.
Creo que el criminal, machista, borracho o simplemente colmado de odio, siente el aliento fresco de la impunidad, aunque se entregue o lo detengan y le caiga una condena de prisión permanente revisable, que no es, ni mucho menos una cadena perpetua. La impunidad que flota en el aire anima al cafre a empuñar un arma para matar.
De poco sirven las concentraciones silenciosas, los lazos morados y las proclamas. No son mecanismo de defensa para tanto crimen. No vale para nada hasta que no haya una ley extremadamente dura (debería decir justa) para los verdugos.
Mientras tanto, unos y otros, dan igual las siglas, están vomitándose sus mierdas delante del micro del Congreso o del Senado. Pero nadie hace nada, y a este paso, las cifras de mujeres muertas en 2022 (49), van a resultar pocas, tal y como ha arrancado el año.
Trifulcas de taberna inmunda entre los políticos y más rosas negras que acabarán formando parte de un listado siniestro, de nombres que serán olvidados, mientras alguien, en cualquier parte, se dirige a cometer un nuevo crimen, una mujer, una madre, una hija y un niño. Quizá también como futura víctima.
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