Éramos pocos y parió la censura, la estulticia y la imbecilidad elevada a la enésima potencia. Sí, aunque sea complicado de creer, se han revisado los libros de Roald Dahl, autor de, entre otros, Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005), o Matilda (Danny DeVito, 1996), para adaptar el vocabulario, cuando no párrafos enteros, a los tiempos que corren; tiempos, ya saben, donde todo es ofensa, salen ofendiditos por todas partes, y las palabras "gordo" o "tonta", por ejemplo, son vocablos políticamente incorrectos y, todo el mundo lo sabe, una manera de provocar guerras y cataclismos como otra cualquiera.
Pero ojo, que tras las obras del inglés, vendrán (si no han venido ya) otras que caerán en las redes de la tijera censuradora, en el Ente que vele porque los niños no digan esas cosas tan feas y aprendan, de paso, y si en su día leen la obra original, que se puede violar impunemente la creación literaria, cercenar las ideas que autor tuvo en su momento, y hacer, en definitiva, lo que se quiera con la propiedad de autores y autoras y autorus, y autoris y auto@s, que para colmo están muertos y no pueden defendeer su obra.
Así estamos, creando un mundo yup yi guay para que los chavales no se nos traumaticen con la obesidad, el machismo, las guerras o la muerte. Tócate los huevos, Mariano.
No hace mucho se criticó el cuento de la Blancanieves, ya saben exclavizada por siete enanos (¡uy, lo que he dicho) a los que limpia la casa que tenía mierda para parar un tren de mercancías. Dentro poco saldrán los animalistas más histéricos pidiendo libertad para Mickey Mouse y destruir todas las copias de Dumbo, que es una exaltación de la explotación laboral y del bullyng.
Aquí la tierra y los humanos, haciendo el tonto, y el meteorito que no cae.
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