Estanislao Cantos, miembro de Podemos
Ingeniero Aeronáutico, recién titulado. Becado Erasmus, nivel B2 de Inglés, nota media de notable y con muchas ganas empezar a trabajar. Situación laboral: en paro. Única salida: exilio. Idéntica situación que viven otros muchos jóvenes en nuestro país. Pero no sólo ocurre en el estado español, también ocurre en Portugal, en Italia, en Grecia y si me apuras hasta en Francia.
Hace una década sólo se estudiaba aeronáutica en Madrid. Había pocos aeronáuticos, eran muy cotizados, y tenían muy buenos salarios y condiciones laborales. En los últimos años abrieron escuelas de Aeronáutica por todo el estado: Cádiz, Sevilla, Valencia, Barcelona, León. Sólo en Sevilla, este curso estarán buscando trabajo los 120 aproximados que estábamos en 5º de licenciatura más los 50 que habría en 4º de grado (plan Bolonia). Resultados inmediatos: ya hay más egresados que puestos vacantes. Si a esto le añadimos las últimas reformas laborales del PPSOE, la estrategia empresarial de subcontratar el trabajo por parte de las empresas matrices y la debilidad del tejido asociativo y sindical de los trabajadores en estas subcontratas, el resultado es que las condiciones laborales y los salarios han caído en picado en un sector, el aeroespacial, que no se ha visto afectado por la crisis, es más, Airbus ha llegado a ser la empresa con más cuota de mercado a nivel mundial superando a Boeing. Aprendizaje inmediato, mayores beneficios de las empresas no implican mejores salarios y condiciones laborales (incluso lo contrario).
Y me pregunto, ¿había alguna relación entre la decisión política de que se ampliasen las plazas para estudiar aeronáutica (aún soltándose a los cuatro vientos que sobran universitarios) y el cambio en las condiciones laborales? Bueno, por un lado, impartir este tipo de titulaciones se supone que da prestigio a las universidades en un modelo que fomenta la competitividad entre universidades mediante rankings y la obtención de financiación en función de la “excelencia”. Por otro lado, si atendemos a la letra de las reformas universitarias y a la implicación de las grandes empresas en su redacción (véase el papel de Ana Patricia Botín, la sucesora del gran banquero, presidenta de la Fundación CyD que es la que desarrolla la reforma universitaria con el último gobierno del PSOE), vemos cómo el sistema educativo no pretende la formación integral de ciudadanos, si no que se adapta al mercado para satisfacer sus necesidades. Esto quiere decir que su objetivo es volcar al mercado trabajadores de mayor cualificación cada vez más baratos, no una sociedad con mayor formación y desarrollo. Al final la primera causa y la segunda se retroalimentan, ambas son patas de un sistema en el que la educación no es una necesidad social a ser cubierta desde los organismos públicos, si no que es una mercancía.
Volviendo a lo particular, se necesitaban más aeronáuticos, ampliar la oferta (el ejercito industrial de reserva que llamaba Marx), para así bajar salarios y condiciones laborales. Y mira por dónde, el sistema funciona muy bien para satisfacer los intereses de los que mandan. Si hace 5 años un aeronáutico recién salido tenía tres ofertas de trabajo a la semana y un salario bruto anual de unos 24.000 euros con proyección de 30.000 en un par de años, actualmente mi experiencia ha sido de una oferta de 16.000 brutos anules en tres meses de búsqueda, un 33% menos, y casi sin proyección. Esta es la realidad de la Universidad-Empresa, una inmensa fabrica de precariedad. Los llamados profesionales, hoy más que nunca, también estamos proletarizados.
Esta es la cruda realidad de los universitarios, hoy no hay carrera que asegure trabajo para la mayoría de los egresados. En el estado español no hay trabajo acorde para nuestra cualificación, de forma que nos vemos obligados a emigrar. Como se decía desde Juventud Sin Futuro, No nos vamos, nos echan. Pero es que del entorno al 63% de paro juvenil en Andalucía, los menos son los universitarios, por lo que no estudiar no es mejor. Al menos nos queda el exilio (o eso dicen por ahora).
Pero no caigamos en el hastío, al final de este túnel sí hay salida. Nuestro empobrecimiento no es un problema de falta de producción para cubrir nuestras necesidades. Es un problema de cómo se genera la riqueza, de las relaciones que se dan en el proceso productivo, y de cómo se reparte la riqueza que como sociedad generamos. Por eso participo en Podemos, y por eso animo a toda la sociedad y en especial a la juventud a participar, porque ya es hora de que las decisiones políticas sirvan a los intereses de la mayoría. Estamos cerca de lograrlo. Es la hora de la gente de a pie, es nuestra hora.
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