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Ya no nos provoca ni indignación, que hasta de estar hartos nos hemos hartado y ya empieza a sonarnos bien eso de que hemos salido de la estafa.

¡Ay, abuela, cómo está la cosa! Este no es país para hacer planes, ya te lo digo yo. Si volvieras, no lo conocerías. Si me quedaba alguna duda de que el mito del progreso infinito es tan falso como que las uñas y el pelo siguen creciendo después de muertos, la tozuda realidad de esta última década la ha disipado por completo. Y para colmo, ya no nos provoca ni indignación, que hasta de estar hartos nos hemos hartado y ya empieza a sonarnos bien eso de que hemos salido de la estafa, perdón, de la crisis en la que nos metieron. Escucha lo que me pasó el otro día en el tren camino de Madrid.

Estaba yo en la cafetería desayunando cuando entra un tipo de esos que tú definirías como un niño bien, y yo, como un yupi: gafas de sol Dolce y Gabbana —nunca he entendido eso de llevar gafas de sol antes de que el sol salga— ; pequeño brillante en la oreja izquierda; ropa cara, carísima: vaqueros Ralf Laurent y polo de Armani con el cuello vuelto hacia arriba; Apple Watch en la muñeca... Con paso diligente, se hace un hueco en la barra; alza su mano muy afectadamente, como si el camarero estuviera tres vagones más adelante en lugar de a dos palmos de sus narices, y pide un café y un cruasón. Lo dice así, con voz nasal y acento gabacho: cruasón, y suena tan artificial que hasta el camarero, al que se le adivinan años de profesión, no puede evitar que se le note la cara de guasa. El pijo, pijísimo, se aleja con su cruasón y su café al final del vagón y saca su IPhone —imposible que fuera de otra marca—. Espera unos segundos y, sin decir ni buenos días, comienza a hablar, al principio casi susurrando, pero luego, a gritos, como si no hubiera nadie alrededor.

—Acabo de ver las estadísticas, Gastón. Y no son nada buenas. No se han cumplido objetivos. Con este nivel de cumplimiento, ni tú ni tu equipo os habéis ganado el sueldo este mes.  ¿Eres consciente de eso? ¿Lo eres?

Intuyo que, al otro lado de la línea, su interlocutor está tratando de justificarse, mientras el yupi empuja hacia abajo las comisuras de los labios y niega con la cabeza.

—Para nada, Gastón. No me vale que me digas que no tienes tiempo. Hay que redoblar esfuerzos. La gente proactiva busca soluciones a los problemas. —Alarga tanto la ese que llega reptando hasta mí, que sigo apoyada en la barra simulando leer la prensa—. ¿Tú eres proactivo, Gastón? ¿Lo eres? Porque, si no lo eres, dímelo. La gente proactiva saca tiempo de donde no lo hay. Creatividad, Gastón, creatividad. Ahora bien, si tú lo que quieres es vivir tranquilo y tener tiempo, ya sabes… en el paro se vive muy tranquilo. ¿Es eso lo que quieres?

Se hace un silencio largo y compacto, largo hasta para mí, infinito para su interlocutor. En la distancia casi puedo oír el golpeteo en las sienes del pobre Gastón. La pregunta ha sonado cínica, provocadora, humillante… ¿Cómo va a querer pasar a engrosar las filas del paro? Gastón no quiere eso. Gastón lo que realmente desea en este momento es morirse o reventarle la boca a su jefe o quemar la oficina y que cuando vuelva el yupi la encuentre calcinada y con un letrero bien grande que diga: «Explotador». Pero, como tiene que pagar la hipoteca, el colegio de los niños, la letra del coche, el gimnasio y el seguro de salud, calla y transige. Porque sabe que si pierde este trabajo, lo que encontrará, con mucha suerte y gracias a la Reforma Laboral que el gobierno le regaló a los empresarios, será un empleo precario en el que cotizará por cuatro horas mientras trabaja diez. Y encima agradecido.

—Gastón, tú vales un mazo, pero a veces se te olvida. —Sabiéndolo ya en el suelo y sin defensas, ahora se pasa a la táctica motivacional: una de cal y otra de arena—. Eres un megaprofesional, pero en estos tiempos no vale con darlo todo, hay que dar más. Hay que dar el ciento veinte por cien. Es super, super necesario.

¿De dónde habrán sacado estos gilipollas esa idea de que aún dándolo todo, hay que dar más? ¿Qué quieren que les demos, los riñones, los ojos, los pulmones?, me pregunto mientras lo miro ya sin reparo.

—Fenomenal, Gastón, eso es lo que quería oír de ti. Somos un gran equipo, casi una familia. Si tú das, yo te doy. —La mirada del camarero y la mía se cruzan. Asentimos:  «sí, sí, por cu…».

No sé cómo le habrá salido la voz del cuerpo a Gastón, pero la imagino como un leve susurro, así como de tener los huevos oprimiéndole  las cuerdas vocales. Cautivo y desarmado el pobre Gastón, el yupi se dispone a darle la última estocada:

—No volveré a repetirlo. Ya sabes, siete ventas por cada miembro del equipo. A mí me duele tanto como a ti tener que pediros este sobreesfuerzo, pero son malos tiempos para todos. —Sí, por loles que te duele igual. El dolor lo tiene ahora Gastón en el cierto lugar a la altura del periné—. No me defraudes Gastón. Siete. Número mágico.

El yupi cuelga el teléfono sin despedirse. Corta un trozo del cruason, lo moja en el café y se lo lleva a la boca. Vuelve a marcar...

—Hola cari. En tres horas estoy en Madrid. Todo bien. Deseando verte. No nada, no me pasa nada, es solo que estos inútiles que tengo en la oficina me ponen de los nervios. Tengo que hablar con el asesor a ver cómo va eso de la reforma laboral. Con tantos jóvenes queriendo comerse el mundo por seiscientos euros, no voy cargar con esa plantilla de carcamales. —Esta vez su ese líquida, liquidísima, se extiende por el suelo de la cafetería, empapa la moqueta, se filtra por las rendijas del vagón y cae a las vías corroyéndolas como ácido.

Mientras, en algún punto entre Cádiz y Madrid, Gastón ha convocado a su equipo a una reunión urgente y les ha ordenado que no vuelvan hasta que no consigan siete ventas. Da igual como lo hagan: si hay que colocarle unas gafas graduadas a un ciego,  unos guantes de boxeo a un manco o un aparato de musculación a un anciana, se le coloca y punto. Siete. Número mágico. Que hay que dar el ciento veinte por cien y son malos tiempos para todos, incluso para el que viste de Ralf Lauren y Armani.

La Reforma Laboral es lo que tiene, abuela, que le permite a un tipejo como este enviarte al paro en menos tiempo del que le lleva mojar el cruason en el café. Y lo malo es que una buena parte de la ciudadanía sigue votando a los que han posibilitado esto; poniendo a parir a los sindicatos, que son los únicos que mal que bien los defienden; pasando de implicarse en la regeneración democrática y en la recuperación de los derechos y las libertades y preocupándose por lo mal que está Venezuela… Pero todo con el suelo pélvico bien apretado. ¿O es el culo, sin más?

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