Un trabajador, refrescándose en plena ola de calor.
Un trabajador, refrescándose en plena ola de calor. MANU GARCÍA

El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático es un órgano dependiente de la ONU compuesto por miles de científicos de 195 países, cuyo fin es ofrecer al mundo una visión clara del estado actual de los conocimientos sobre el cambio climático y sus posibles repercusiones medioambientales y socioeconómicas, basada en la ciencia.  A través de sus cinco informes emitidos hasta ahora, este organismo lleva advirtiendo desde 1985 de las alteraciones en el clima del planeta y sobre todo del progresivo calentamiento global y de las graves consecuencias que este hecho acarrea debido a las emisiones de gases nocivos a la atmósfera  provocadas por la actividad humana, aunque ya desde la década de los 70 hay informes y serias advertencias de lo que iba a pasar.

Desde entonces hasta ahora, ha habido una gran ofensiva negacionista promovida por grandes corporaciones y poderes económicos interesados en no interrumpir ni un segundo el sistema de producción súper consumista actual en aras de un crecimiento económico ilimitado en un planeta de recursos limitados, que además llevan tiempo dando síntomas de su progresiva escasez y agotamiento; un sistema  que es el causante de las grandes de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

Pero desgraciadamente ha llegado el momento en que ya no pueden engañar más, y digo desgraciadamente, porque el aumento global de temperatura del planeta es tal, que ya poca gente seria y mínimamente formada puede negarlo.

Da ya pereza volver a enumerar las graves consecuencias que ya estamos viviendo, y que cada vez más vamos a seguir sufriendo como las olas de calor de estos días: sequías, incendios, desertizaciones, inundaciones, ciclones, tormentas, elevación del nivel del mar, pérdida de biodiversidad, pérdida de especies tanto animales como vegetales, grandes flujos migratorios, guerras geoestratégicas, etc… Aunque todos los países o al menos las grandes potencias mundiales, que son las que más contaminan, se pusieran manos a la obra  hoy mismo para cumplir todos los acuerdos firmados y declarados en las cumbres y reuniones para el abordaje del Cambio Climático sobre reducción de emisiones y cuidado y reposición del clima, no podrían evitar ya muchas de estas catástrofes que se avecinan.

Pero lo peor de todo, es que ni siquiera eso va n a hacer. La guerra de Ucrania es la última gran excusa no sólo para no progresar en los tímidos pasos que se habían acordado para evitar el calentamiento global, sino que hay países como Alemania o Países Bajos que dan marcha atrás en los planes de descarbonización y vuelven a tirar de recursos fósiles altamente contaminantes.

Es como si no hubiera nadie  al mando de esta nave que se dirige irremediablemente contra el iceberg que la hundirá. El grave problema que subyace en todo esto es que las posibles soluciones o acciones que pudieran parar o al menos enlentecer el calentamiento global pasa por cambiar totalmente de arriba abajo el sistema capitalista de consumo desaforado en el que nos hemos embarcado. Y parar, y bajarse de ese tren es muy complicado. Renunciar a nuestros estilos de vida de consumo y bienestar no es tarea fácil. No todo el mundo estaría dispuesto a hacerlo. 

Nos cargamos el clima y sufriremos sus consecuencias, pero es que además se agotan ya mucho de los recursos que se necesitan para mantener este suicida ritmo de crecimiento económico sin fin. Y muy poca gente, nos está contando todo esto.

Los grandes poderes económicos, que son los mayores responsables del calentamiento global, son los primeros que no están dispuestos a renunciar al beneficio económico constante; los políticos no quieren anunciar malas noticias y mecho menos tomar iniciativas impopulares que puedan hacerle perder las elecciones. Activistas, agentes y entidades ecologistas y defensores del medioambiente y del clima intentan sin demasiado éxito conciliar el difícil arte de concienciar de la gravedad del asunto sin provocar una alarma que lleve a la inacción y a la parálisis.

Confieso que soy muy pesimista, aunque motivos para serlo, nos dan a diario. Hace unos días en un informativo de la tele, fuente de información de una gran parte de la población, entrevistaban a ciudadanos ingleses debido a la ola de calor que están padeciendo y varios de ellos aseguraban que estaban encantados con el sol y el calor del que por fin podían disfrutar en un país hasta hora tan húmedo y tan lluvioso. Nos saturan contándonos los grados que hace en cada rincón de España y qué hace la gente para esquivar el calor, pero ningún informativo nos cuenta el motivo por el que sufrimos estas olas de calor, o por qué el mar Mediterráneo ha alcanzado los 30 grados. Se informa en exceso de una forma totalmente irresponsable de cuestiones superficiales y absurdas y se ignora lo realmente grave e importante. 

Tomar conciencia del negro panorama que se avecina a muchas personas les causa lo que se ha determinado en llamar eco-ansiedad. Puede que la esté padeciendo. Tengo claro que si hubiera alguna respuesta efectiva contra el problema, no vendrá por el comportamiento responsable de las multinacionales, ni de las oligarquías, ni de las comunidades internacionales, ni siquiera de los gobiernos, tendrá que venir de abajo, de los ciudadanos y ciudadanas del planeta, al ser conscientes de que si no tomamos carta en el asunto, no van a venir a solucionarlo. De que la vida en el planeta peligra, nuestra propia supervivencia está amenazada. Y que de no presionar para que los mayores responsables de las emisiones las reduzcan significativamente y los gobiernos actúen, no vamos a tardar en comprobarlo por nosotros mismos

No se trata de alarmarnos y agobiarnos, sino de tomar conciencia de un problema común y global y de la necesidad de empujar entre todas hacia la acción para evitar el desastre.

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