El árbol de Navidad del Arenal, en Jerez el año pasado. FOTO: MANU GARCÍA
El árbol de Navidad del Arenal, en Jerez el año pasado. FOTO: MANU GARCÍA

No sé cuántos años me he pasado diciendo que no celebro la navidad, que lo mío es celebrar el solsticio de invierno. Así, en mi actitud rebelde adolescente, eliminaba el factor católico-cristiano de las fiestas. Sin embargo, hoy día, no tengo problemas en decir que celebro la navidad. No es que me haya vuelto creyente, sino que lo que entiende la gente por navidad es más el solsticio de invierno que otra cosa, salvando pequeñas excepciones autóctonas como los belenes. Así que, si nos entendemos ¿para qué calentarnos la cabeza?

Nuestras fiestas se basan en los ritos del solsticio de invierno. En nuestro caso, seguramente nos venga mayormente de los celtas. Aun así, toda la decoración y la estética navideña parece que viene del norte de Europa. En ese sentido, es escalofriante lo que se parece la navidad al Yule. Este procede de las tierras nórdicas y germanas, y se celebra del 21 de diciembre al 1 de enero.

El Yule, como particular forma de celebrar el solsticio de inverno, cuenta con abetos decorados con lucecitas, muérdago y una estrella en la punta. No sé a qué me recuerda. El solsticio de invierno posee una interpretación muy simbólica por la que merece ser celebrado. Aunque se trate de la noche más larga del año, a partir de ahí, el día le va ganando terreno a la noche. El triunfo del día sobre de noche se puede interpretar como el triunfo de la vida sobre la muerte.

En sus primeros siglos, la Iglesia adaptó muchas costumbres paganas y de otros cultos al cristianismo para que este fuese mucho más asimilable. Por ejemplo, se sabe que la figura de la virgen tal y como la conocemos está basada en la diosa egipcia Isis. Con la navidad pasa lo mismo. El nacimiento del salvador puede asimilarse a la victoria de la vida sobre la muerte.

Ya en la catequesis hablábamos de que la navidad no debería celebrarse en invierno, sino en una estación cálida, ya que la presencia de los pastores en invierno hubiera sido difícil. Pero claro, si la Iglesia lo había decidido así sería por algo, y tampoco parece importarle a nadie. Hoy día, la mayoría de gente tampoco se cuestiona que pinta un abeto en mitad de Israel. ¿Los talarían todos al año siguiente y los cambiarían por olivos sirios para que Jesucristo pudiera rezar en el Getsemaní sin que le diese un ataque de alergia? Hay quién, no sé cómo, tiene asimilado que en oriente medio nieva.

Escribiendo este artículo me ha surgido una duda que, por favor, espero que algún entendido me la resuelva. Si se supone que el día 28 es el de los santos inocentes, teniendo Jesús, María y José que salir por patas para que no se cargaran al niño, ¿cómo es que celebramos nosotros los reyes el día 6? No le veo mucho sentido a la epifanía tal y como está planteada. Igualmente, a todos y todas, feliz navidad.

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