No es una crisis, es una guerra contra las mujeres

La reversión de derechos no ha sido un accidente, sino una política deliberada. El régimen ha utilizado el miedo y la violencia para imponer un control total sobre los cuerpos y las mentes de las mujeres

Este viernes 15 de agosto se cumplen 4 años del apartheid por razón de sexo en Afganistán.
14 de agosto de 2025 a las 11:37h

Este viernes 15 de agosto se cumplen 4 años del apartheid de sexo en Afganistán.

Desde una perspectiva feminista global, la opresión de las mujeres en Afganistán no es un problema ajeno. Es una llamada a la acción para todas nosotras. Es un recordatorio de que la misoginia no tiene fronteras. Apoyar a las mujeres afganas, ya sea a través de la solidaridad con activistas o mediante el apoyo a organizaciones como Afghanistan Education Action, es un acto de sororidad. Esta organización, fundada en 2023, gestiona escuelas online como la Herat Online School, que nació como respuesta inmediata a la prohibición talibana. Su objetivo es proporcionar educación gratuita y de calidad, además de apoyo psicológico para mujeres y niñas. Mediante un enfoque integral que fomenta la paz, la tolerancia y la igualdad, la organización ayuda a las estudiantes a obtener cualificaciones formales internacionales que les abran oportunidades de futuro lejos de Afganistán.

El regreso de los talibanes al poder hace cuatro años no fue un simple cambio político, sino la imposición de un régimen de apartheid de sexo. No estamos ante una crisis humanitaria pasajera, sino ante una guerra sistemática y calculada contra la mitad de la población. Las mujeres y niñas afganas no son víctimas pasivas de la historia, sino el objetivo central de un sistema patriarcal que busca borrarlas de la vida pública.

La reversión de derechos no ha sido un accidente, sino una política deliberada. El régimen ha utilizado el miedo y la violencia para imponer un control total sobre los cuerpos y las mentes de las mujeres. Han perdido el derecho a la educación, al trabajo, a la libertad de movimiento y a la participación política, derechos que les permiten ser agentes de su propio destino. La prohibición de la educación es la herramienta más cruel de este control, porque no solo les roba su presente, sino que también destruye su futuro.

Las consecuencias de este sistema misógino son aterradoras. La extrema pobreza y la desesperación económica, agravadas por el colapso del país, han llevado al aumento de prácticas horribles como la venta de niñas para el matrimonio forzado.

Padres sin recursos, en un intento desesperado por sobrevivir, se ven obligados a vender a sus hijas, algunas de tan solo 20 días de nacidas, a hombres mayores a cambio de dotes para pagar deudas o alimentar al resto de la familia. Estos "matrimonios" son, en esencia, una forma de esclavitud sexual y doméstica que condena a las niñas a una vida de abuso, violencia y embarazos de alto riesgo.

Sin embargo, el relato de Afganistán no es solo uno de opresión. A pesar de las amenazas, las palizas y la cárcel, las mujeres afganas han demostrado una valentía inquebrantable. Son ellas quienes, con un coraje admirable, han salido a las calles a protestar por sus derechos. Son ellas quienes, en la clandestinidad, han organizado escuelas para seguir educando a sus hijas. Son ellas quienes, desde el exilio, alzan la voz para que el mundo no olvide su lucha. Su resistencia es un faro de esperanza y un recordatorio de que la libertad no se mendiga, se conquista.

El régimen de apartheid de sexo impuesto por los talibanes se sostiene sobre un andamiaje legal y social que borra a las mujeres de la vida pública. A diferencia de un gobierno con una constitución formal, el poder se ejerce a través de edictos y decretos arbitrarios. Estos no solo prohíben la educación y el trabajo, sino que también imponen un código de vestimenta estricto y restringen la capacidad de las mujeres para viajar sin un "mahram" o tutor masculino. Este sistema no solo limita su libertad, sino que las despoja de toda agencia legal, dejándolas sin recurso alguno ante la injusticia. La ausencia de un Estado de derecho las convierte en ciudadanas de segunda clase en su propia tierra, completamente a merced de interpretaciones fundamentalistas.

Consecuencias en la salud y la economía

Las repercusiones de este sistema van más allá de la mera privación de derechos, sumiendo al país en una crisis humanitaria. La prohibición de que las mujeres trabajen como médicas o enfermeras ha creado un vacío crítico en el sector de la salud. Las mujeres afganas, que solo pueden ser atendidas por personal femenino, se enfrentan a un acceso casi nulo a la atención médica. Esto ha disparado las tasas de mortalidad materna e infantil y ha dejado sin tratamiento a miles de mujeres con enfermedades crónicas.

En el plano económico, la exclusión de las mujeres ha sido devastadora. La fuerza laboral femenina, que antes contribuía significativamente en sectores clave como la educación y la salud, se ha visto obligada a abandonar sus puestos. Según informes de la ONU, la pérdida del poder adquisitivo de las mujeres, que a menudo eran el sustento principal de sus familias, ha exacerbado la pobreza extrema. Esto ha creado un círculo vicioso donde la desesperación económica impulsa a las familias a tomar decisiones desgarradoras, como la venta de niñas para el matrimonio infantil.

El impacto psicológico de un futuro robado

La opresión tiene un costo incalculable en la salud mental de las mujeres y niñas afganas. El aislamiento forzado, la constante vigilancia y la pérdida de identidad y aspiraciones han provocado una epidemia de depresión, ansiedad y trastornos de estrés postraumático. Para las jóvenes, la prohibición de la educación ha destrozado sus sueños y esperanzas. Les han robado no solo el presente, sino también la posibilidad de un futuro. La sensación de ser invisibles y la impotencia ante la injusticia han creado una profunda desesperanza que solo se combate con el apoyo y la solidaridad.

Resistencia y solidaridad global

A pesar del brutal control talibán, la resistencia de las mujeres afganas es una de las historias más inspiradoras de nuestro tiempo. A través de protestas callejeras valientes, el establecimiento de escuelas clandestinas y el activismo digital, se han negado a ser silenciadas. La comunidad internacional, por su parte, enfrenta un dilema: cómo sancionar al régimen sin dañar aún más a la población. Es aquí donde el apoyo a organizaciones no gubernamentales se vuelve crucial. Afghanistan Education Action, por ejemplo, gestiona escuelas online como la Herat Online School. A través de este programa, la organización proporciona educación gratuita y apoyo psicológico a mujeres y niñas, ayudándolas a obtener cualificaciones que un día les permitirán recuperar sus vidas. Es nuestro deber, desde una perspectiva feminista global, denunciar este apartheid de sexo y garantizar que la lucha de las mujeres afganas no sea olvidada.