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Cuando la ciudad renuncia a ser espacio compartido, fracasa. 

Sábado de julio, parque infantil, niños jugando. Apenas son cino, el resto está en la playa o refugiados al fresco. Juegan de forma tranquila, dentro del espacio 'establecido' para que puedan hacerlo, respetando los límites. En el borde mismo de 'su' espacio, un señor desayuna en una mesa de una de las terrazas colindantes. Una mesa que casi invade el parque, incluso no hay posibilidad de bordearlo sin superar el obstáculo. Ni una 'trinchera' por medio entre los bandos. El resto de mesas de la terraza están vacías. A este señor no deben gustarle los niños porque en un momento dado se levanta, cuchillo de untar la mantequilla en mano, y les advierte de que si le molestan con la pelota (blanda) que se están pasando de forma civilizada y sin molestar, clavará el cuchillo en la pelota. Los hay que se toman a la tremenda el estribillo de aquella preciosa canción de Serrat. ¿Qué nos está pasando?

No es la única escena de adultos enfrentándose a niños que se dedicaban al noble oficio de jugar que he tenido que presenciar esta semana. Niños que hacen suyo un espacio que es público y por tanto de todos, además en el entorno de un parque infantil. Y lo hacen de forma respetuosa por más que queramos justificarnos los adultos que les levantamos la voz y hasta llegamos a amenazarles. Adultos que entienden el respeto a lo público siempre que el beneficio sea para ellos y entienden el bien común como un “por mi primero” y luego por todos mis compañeros.

¿Qué pasaría si fueran esos mismos niños increpados los que levantaran la voz para decir que se les está molestando, invadiendo su espacio y no ayudándolos en la que tiene que ser su ocupación principal: JUGAR. Ellos se callan, se indignan, pasan el mal rato y aprenden comportamientos que en algunos casos les llevarán a reproducir patrones de conducta de falta de respeto por lo que es de todos. ¿Es así como se construye la convivencia?

El deterioro de las ciudades en el último cuarto del siglo XX ha tenido que ver, entre otras razones, con haber priorizado las necesidades de los ciudadanos adultos en la gestión de las mismas. Esto ha dado lugar a un nuevo modelo de ciudad en el que las aceras, las calles y las plazas han adquirido cada vez más funciones asociadas al uso del coche y a las actividades económicas, quitándoselas a los ciudadanos. Como consecuencia se ha ido perdiendo la percepción de los espacios públicos como lugares de encuentro e intercambio y se ha producido el vaciado de los centros históricos (que en el caso de Jerez es de traca).

Frente a este proceso que ha llevado a tener ciudades más feas en todos los sentidos, hay una corriente de reacción en los últimos tiempos. Son cada vez más las ciudades que tienen en cuenta proyectos como 'La ciudad de los niños' de Tonucci porque se han dado cuenta de que si las ciudades se gestionaran teniendo en consideración las necesidades, el bienestar y la seguridad de los niños se volverían más habitables para todos.

Polémicas como la ocupación del espacio por los veladores de las terrazas o los palcos en Semana Santa deben abordarse con seriedad si queremos que esta ciudad sea una ciudad amable para los que vivimos en ella y los que la visitan. Entiendo que es necesario buscar un equilibrio entre los intereses de las partes pero sólo desde el respeto a todos se puede fundamentar la convivencia. ¿Será posible construir una ciudad donde niños, adultos, mayores, comerciantes, hosteleros, peatones, ciclistas…se sientan respetados y respeten?

Leía el otro día que el Ayuntamiento va a intervenir en el tema de los veladores. Es lógico. Nos hemos acostumbrado a tener que bajarnos de la acera para pasar por algunas calles porque es imposible andar por ellas, a la imagen de algunas plazas con casi un 100% de ocupación del espacio por las mesas o a fuentes públicas a las que no se puede ni acceder. Transitar con un carrito de bebé se ha convertido en un buen entrenamiento para una carrera de obstáculos y colocar mesas hasta donde no se debe para evitar que los niños 'molesten' jugando también es práctica habitual para algunos. Y eso por no hablar de temas de seguridad en locales que bloquean la entrada y salida a los mismos con sus propias mesas. Entiendo que los hosteleros vean en un mayor número de mesas un mayor número de clientes. E incluso puedo entender que en estos años atrás se haya sido permisivo en estas cuestiones por favorecer la reactivación económica, la tolerancia vino con la crisis. Pero todo tiene un límite, el equilibrio del que hablaba antes.

No por ser tolerantes pasemos por alto una obviedad: estamos ante la cesión de un espacio público (y por tanto de todos), cesión, que no invasión del mismo. No estoy en contra de las terrazas, al contrario, me encanta disfrutar de ellas, verlas llenas de gente, es también una forma de sociabilizar y disfrutar de la calle, y sobre todo, no pierdo de vista que es la forma de vida de mucha gente que pelea cada día por salir adelante en tiempos de crisis. Gente a la que respeto y a la que pido que me respete. A mí y a los niños que juegan alrededor de las terrazas y cuyos padres las llenan. Niños que ven invadidos sus espacios y a los que se les hacen sentirse invasores. Niños a los que en lugar de amenazarles diciéndoles que está prohibido jugar a la pelota se les debería agradecer que han cambiado los balones de reglamento por balones de gomaespuma, niños que saben hasta donde pueden llegar y disculparse cuando es necesario. Niños a los que si es necesario llamarles la atención se les llama al orden porque dentro de ese marco de respeto y convivencia que debe ser la ciudad también deben aprender que hay límites.

Debo ser una idealista. Estoy convencida que funciona mejor un cartel en el que se hable de espacios de todos y de respeto que un cartel prohibiendo. Creo más en una explicación tranquila y con argumentos que en los gritos con amenazas, y me gusta más el hoy por tí, mañana por mí, que el yo llegué antes. Y será por ese idealismo que pienso que hacer ciudad es cosa de todos. Por eso me dan mucha envidia sana proyectos en los que se implica a la ciudadanía en la construcción de una ciudad mejor, porque además es la forma de sentirla más tuya. Me llega la información de una iniciativa preciosa en San Sebastian. UrbanHero propone la “intervención artística de los participantes, un grupo de héroes para transformar puntos críticos de la ciudad: lugares que son peligrosos para las mujeres, lugares que no son accesibles para personas con diversidad funcional y lugares que no son amables para los niños”. Una iniciativa que desarrollarán equipos de voluntarios y que está abierta a toda la ciudadanía. ¿Estaríamos preparados aquí para iniciativas de este tipo?

Queda mucho por hacer, tengamos a los niños siempre presentes, debieran ser un referente. Ojalá un día no tenga sentido lo que me dijo uno de mis hijos hace tiempo, “mamá, es raro que Jerez tenga la 'Ciudad de los Niños' pero luego no sea una ciudad de los niños”. Habló un niño.

 

 

 

 

 

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