La UME en Jerez, esta semana. FOTO: MANU GARCÍA
La UME en Jerez, esta semana. FOTO: MANU GARCÍA

El coronavirus está sometiendo a la sociedad a un estado de excepción en casi todos sus ámbitos, y es ahora cuando la pulcritud, el rigor y la excelencia en el trabajo son más necesarias que nunca.

Leemos cómo a nivel comunicativo se están haciendo continuamente alusiones a los héroes sin capa de la sociedad en estos momentos, esas personas anónimas que están trabajando a destajo por revertir esta crisis sanitaria y que consiguen cosas extraordinarias. También podemos ver, con frecuencia, como desde los líderes políticos hasta personas influyentes en sus sectores aluden a “la guerra que estamos viviendo”, en referencia a que nuestra generación no ha vivido un conflicto bélico y las bajas que ha provocado el Covid-19 podría semejarse a la de una guerra. Dicen que pretenden inculcar así disciplina y obediencia. Solo si nos juntamos las tropas, saldremos de ésta, exclaman algunos, y no dudan en llamar soldados a quienes están ejerciendo su trabajo sanitario en condiciones dramáticas de absoluta excepcionalidad. Las crónicas cuentan hazañas sanitarias con tono de película de catástrofes.

Los profesionales dedicados a comunicación tienen que evitar ese lenguaje grandilocuente, de metáfora de baratillo y poner al resto de la población en una situación real. Ni sanitarios, ni militares, ni policías, ni reponedores, ni repartidores ni personal de supermercados son superhombres o supermujeres. No tienen superpoderes ni aguantan más tiempo que nadie ejerciendo su trabajo ni pueden resistir cualquier dificultad como si fueran héroes de cómics. Son trabajadores y, ante todo, personas. Con los mismos límites que podemos tener tu y yo. Y más vale que lo entendamos así y no volquemos en sus espaldas esperanzas desmedidas.

Tampoco existe sentimiento patriótico que te haga menos inmune al virus, somos igualmente vulnerables. El virus no se neutraliza con testosterona, sino con inteligencia colectiva. Por más que se empeñen, esto no es una guerra. Ni con todas las armas del mundo, ni con la mejor estrategia militar, nos libraríamos del coronavirus. Sin embargo, si ponemos las cosas en su contexto, quizás podamos hacerlo más pronto que tarde.

Si no magnificamos el trabajo de los trabajadores de sanidad y decimos que son personas trabajadoras, y que se cansan, y que necesitan medidas de seguridad y la cooperación de todos los agentes sociales, ciudadanía incluida, y que por eso entre otras cosas hemos de mantenernos en casa y ser riguroso con las medidas adoptadas, quizás estemos más cerca de una solución y les estemos ayudando más. Si informamos de la pandemia sin lenguaje bélico, y damos voz a epidemiólogos y a expertos en sanidad, si ponemos la amenaza en el contexto de un problema de salud pública, si centramos el foco en las necesidades de personal, medios y materiales que presenta la actual situación, quizás estemos haciendo mucho más bien, aunque perdamos por el camino el combate del siglo. Quizás así comprendamos que la sanidad y la ciencia se construyen día a día, de la forma más humana posible, y por eso hay que cuidarlas también a diario.

Lo epopéyico, las hazañas, las odiseas, lo increíble… que quede en el terreno de la fantasía. Estamos ante un problema real que exige una narración real para encontrar soluciones reales. La cooperación de todos los sectores sociales, la disciplina a la hora de abordar las medidas y la inteligencia colectiva nos van a sacar de esta (y lo terminará haciendo). Los relatos de ciencia ficción, no.

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