Una pintada en una pared.
Una pintada en una pared.

Al machismo y a sus aliados no les gusta ninguna medida que tenga que ver con la igualdad, ya sea la social, la de género, o la que procura que todas las personas tengan unas vidas dignas de ser vividas. A ellos solo les preocupa la defensa del statu quo consolidado, del poder del hombre, y del mantenimiento de la primacía absoluta de lo masculino. Por eso no dudan en mentir, descalificar, ridiculizar, ningunear, o intentar destruir a quienes plantean medidas valientes que suponen elevar las posibilidades de futuro del conjunto de la población.

Lo hicieron con todas las leyes que han supuesto importantes avances para las personas, y los derechos en nuestro país. La ley del aborto, la del divorcio, la sanidad y educación universal, los servicios sociales comunitarios, la ley de dependencia, el ingreso mínimo vital, la ley contra la violencia de género, la ley trans. 

De ahí que los hombres que somos el ejército numeroso y poderoso de ese patriarcado machista y totalitario reaccionemos siempre tan mal ante cualquier tema relacionado con la igualdad, descalifiquemos al feminismo y lo ataquemos. Es la reacción de quienes asientan su poder en la fuerza de la irracionalidad, la ausencia de empatía, la violencia, y la negación de los derechos de las demás personas. Surgen así los machos que desacreditan el lenguaje inclusivo, o niegan la violencia estructural que la sociedad patriarcal ejerce de forma sistémica sobre las mujeres, critican y reaccionan furibundamente ante cualquier medida que provenga del feminismo. Son los que, como escribió el ilustre machista de libro Vargas Llosa, la “pichula solo les sirve para hacer pipí”… En esta colección de ilustres machirulos tenemos también a Felipe Gónzalez, Pérez Reverte, Pablo Motos, el fallecido Javier Marías, o el cantante Joaquín Sabina, y tantos otros hombres que presumen de una hombría que no tienen y escoden una cobardía que les asusta.

Un ejemplo reciente lo tenemos en la campaña de ataques, jamás antes conocidos, contra las mujeres que desempeñan democráticamente puestos de responsabilidad en el Ministerio de Igualdad, Ministerio cuya propia existencia ya de por sí les pone de los nervios. La ley del “solo sí es sí”, es demostrativo de esto. Y debemos preguntarnos por qué les irrita tanto un texto normativo que lo único que pretende es elevar la protección de las mujeres. 

Porque esa repentina preocupación por la rebaja de las condenas de algunos violadores, y delincuentes sexuales, porque hacen de la anécdota algo general. Qué se esconde tras esta brutal campaña de acoso y derribo hacia quienes promueven o apoyan la ley.

Es nuestra reacción la que pone de manifiesto las verdaderas razones a estos ataques, es la perdida de los principales privilegios y poderes masculinos, los que esta ley arrebata, es la “supremacía” de la inteligencia, moral y ética masculina la que esta ley niega, o es en el fondo la supresión de ese derecho de los hombres de interpretar los deseos y voluntad de las mujeres más allá de su consentimiento.

Es situar la titularidad de la decisión en sus legítimas titulares, es de una vez por todas reconocer que su cuerpo les pertenece y que son ellas las que toman las decisiones, con independencia de nuestros gustos, deseos, e interpretaciones, siempre vinculadas a la concepción de la mujer como objeto de deseo, uso y placer. Es la no pertenencia de los seres humanos al poder de ningún otro ser humano, es el fin de la esclavitud y del contrato de dominación sexual, que se ejerce en el matrimonio, la pareja, o en la mentira del amor romántico. Es la abolición del masculino derecho de pernada.

Porque ya no se nos permite a los hombres interpretar libremente lo que una mujer quiere o desea, porque no podremos decir la culpa fue de ella por llevar la falta corta, el escote muy grande, ir borracha, andar sola de noche, o simplemente mirarnos. Es en definitiva cercenar de cuajo el libertinaje del que los hombres hemos gozado. Una ley que nos dice a todos los hombres, muy alto y claro, basta ya, ellas no os pertenecen, y eso es algo que al machismo le es imposible de aceptar, de ahí su rabia y su violencia.

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