Momento de noviembre

Nada mejor siento que pueda ofrecerles hoy. Poco hay mejor que Labordeta. Sobran demasiadas palabras de unos y otros, y no hay reconciliación posible

14 de noviembre de 2025 a las 09:19h
Dos personas bajo un paraguas se refugian de la lluvia.
Dos personas bajo un paraguas se refugian de la lluvia.

El poeta Miguel Labordeta Subías murió en Zaragoza el 1 de agosto de 1969. Exponente de los autores de la generación de posguerra, era hermano mayor del cantautor, escritor y político José Antonio Labordeta. Tenía solo cuarenta y ocho años cuando falleció y, apenas dos años antes, la editorial Ciencia Nueva publicó su poemario Punto y aparte. Quizás un premonitorio título, teniendo en cuenta lo cercano de su final en esta tierra. Dentro de esta obra, hallamos un poema que me recuerda a este tiempo: Momento novembrino. Unos versos —cargados de ironía, crítica social, extrañamiento y retazos surrealistas― que saben a esas hojas que hoy caen de los árboles. Que saben a la concomitancia de noviembre, al desconcierto de este momento.

Largos versos escribo con mi pluma de ave.
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
No estoy triste ni alegre. Más bien un poco turbio,
un poco espada, un mucho vagabundo magnífico
profano de caricias.
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
Todo se ha vuelto claro. Nada tiene importancia.
Mi apellido no existe, pues todo fue quimera,
y mi nombre marchitó los espejos dentro de cinco siglos.
Cada espectro de Luna
me voy muriendo un beso.
Cada gota de sol
surjo un instante de oro
de mi pus y mi sueño.
Rasgo todas mis máscaras con un signo de paz.
No quiero ya más templos donde roben mi vuelo,
si no intemperie pura que incendie mi caída.
No más engaños ya. Toda verdad es vana,
casi mentira solo.
Tienen todos los labios un cárdeno regusto
a planeta perdido sin importarle cómo.
Miradme. Estoy sin amo. Como un perro sarnoso.
Mi astrónomo amigo ha huido.
No acudió a la cita de la cena.
Se enamoró del Polo de los Cielos.
Tuvo suerte en su lid.
Berlingtonia- Madre-Galaxia- Novia
le reclamo habitante del mar de las esferas
sin carta de llamada ni pasaporte fijo.
En la mágica caverna del cinema
cojo a mi amor la tierna mano fría:
Eres mi dulce odio, emboscada de instinto
hecho con látigo de hechizo tililante.
Mis lascivos propósitos riñe mi niña buena:
¿Por qué no acudes a misa de una y media,
sosito mío...?
¿Por qué no trabajas
como cualquier hombre decente
y ganas un sueldo honorable
con seguro de vida y una vejez tranquila?
¿Por qué escribes suciedades
que además nadie compra
si la vida es bonita
,y hay meriendas tan ricas
donde se baila el vals?
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
Fabrico espantapájaros. Al estío le sucede el otoño.
Doy clases de Historia a cretinos simpáticos.
Cada curso tengo un bolsillo menos y una calva más amplia.
A veces oigo música anónima y lloro como un tonto.
Ciertas tardes de fiesta me encierro con mi pena allá dentro.
Pero también acudo los domingos
a los campos de fútbol o a las plazas de toros,
y vislumbro en lo alto de las torres de anuncios
a la pálida doncella inexorable
sonriendo con su puñal de nube
a la ululante muchedumbre
de energúmenos en flor,
¡espléndida cosecha de calaveras para el año 2000!
Ha llegado un telegrama de cementerio-Aries:
«Sin hora liquidada. Astrónomo amigo
paso sin novedad, toda orilla celeste. (Stop.)»
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
Con mi pluma de ave escribo largos versos.

Estos días hemos asistido a la publicación de un tipo muy distinto de obra: las memorias de quien no debe escribirlas. Los reyes no escriben memorias, la historia las escribe por ellos. Para no sucumbir a su lectura ni a la del ínclito del Val, siempre nos quedará Miguel Labordeta. Nada mejor siento que pueda ofrecerles hoy. Poco hay mejor que Labordeta. Sobran demasiadas palabras de unos y otros, y no hay reconciliación posible. Quizás menos que nunca en noviembre.

"En ese minuto preciso de la tarde novembrina, todos estamos absolutamente igualados por la locura envolvente: un pasmo infinito en la mirada, una inmensa pena en el corazón. Cómo decir entonces "Hasta mañana", si la mañana es una atenazante duda, un penetrante escalofrío".

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