Un planeta con mascarilla.
Un planeta con mascarilla.

Leyendo el titular, se nos vienen a la cabeza quiénes son. No es necesario señalar a un colectivo en especial, a unos más que a otros. Todos los tenemos en el pensamiento. Esos culpables de todo y de nada, esos que rigen nuestros destinos ,queramos o no, mientras los demás vivimos nuestras vidas y más de una vez miramos para otro lado. Todos, sois, somos, mis queridos hijos de puta.

Y no es plan de señalar a alguien concreto, porque individualmente todos somos buenos y estamos cargados de buenas intenciones. Hemos aprendido a difuminar la culpa en la maraña, en el grupo, en la masa, en la red, en el otro, en el contrario..., cayendo, de todas formas, en la misma trampa una y otra vez.

En tiempos difíciles, tiempos de muerte y miedo, tiempos de zozobra, mis queridos hijos de puta se salvan a sí mismos. Todos los que han podido han llenado nevera y congelador arrasando supermercados; todos los afortunados que han podido, se han hecho con mascarillas cuando hacen falta en los hospitales. Yo también confieso, bendita sea mi madre, que cogí una lata de atún de más el día 12 de marzo por la tarde. Todos mis queridos hijos de puta salvan su culo en la medida de sus posibilidades. Y eso no quita para que, cuando puedan, nos sintamos héroes ayudando a los demás.

Pero como todo, hay niveles. Mis verdaderos y queridísimos hijos de puta son otros. Son los que tienen un billete delante y su afán es poner otro delante de ese y otro delante del segundo, y así indefinidamente. Y más hay que quererlos cuando su afán desmedido sigue obcecado en lo de siempre, cuando a los demás nos preocupa y ocupa la vida, la salud, las personas...

Es lógico y normal que, a pesar de no ser ahora mismo la prioridad número uno, que tendría que ser la salud, muchos han temido y temen por sus medios de subsistencia. Puede ser un problema si nos quedamos sin medios para procurar comida, medicinas o cualquier otra necesidad básica. Pero temer por un futuro económico depende sólo de nuestros queridísimos hijos de puta porque, siempre ha pasado en la historia de la humanidad, que tras períodos convulsos suceden períodos de recuperación, y éstos tienen que dejarnos y no ahogarnos con su afán desmedido de billete delante de otro billete cuando ésto acabe.

Otra cosa por la que hay que quererlos es su obcecación en mantener el status quo; vaya usted a saber si por ansia de poder, orgullo, miedo a perder el puesto... En tiempos difíciles, sólo a ellos se les ocurre abogar por mantener leyes, normas y reglamentos cuando dificultan la salud y la seguridad de las personas. Baste el ejemplo de la comunidad maker, esos frikis que imprimen cacharros de plástico con máquinas casi de juguete, y que, requeridos por los sanitarios, han empezado a procurar un material de protección que no tenían. Y se alzan voces de las altas esferas protestando por su homologación, cuando el material homologado ni está ni se le espera (un matiz importante). Quizás habría que decirle al virus que se espere, que se ponga en ventanilla, y se homologue primero. O quizás la administración debiera requisar a todos los makers sus impresoras y con ellas montar el tejido industrial y productivo que no tenemos. En fin...

Ante este panorama, mis queridísimos hijos de puta serán adorables cuando se expresen. En cuanto los dejen, empezarán a señalarse los unos a otros; a echarse culpas cruzadas de lo que los otros no hicieron y jamás reconocerán que en el fondo, los errores, las causas de todo esto, tiene siempre el mismo trasfondo: el billete encima de otro billete. ¡Aquí y en la China, oigan!

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