Del miedo y la indiferencia

La realidad es claramente peor que cualquier profecía apocalíptica

Cristóbal Orellana.

Licenciado en Filosofía (US), Diplomado en Geografía e Historia (UNED), Máster en Archivística (US), Máster en Cultura de Paz y Conflictos (UCA), de profesión archivero, de militancia pacifista, de vocación libertario, pasajero de un mundo a la deriva.

Destrozos en Gaza.
Destrozos en Gaza.

Me sorprendo a mí mismo sin llorar, pero sintiendo miedo, impotencia, ansiedad, pena, incertidumbre, desesperanza, indiferencia, amargura, angustia, dolor, antropofobia pura... sabiendo, como sabemos todos, que podría estallar una tercera guerra mundial en cualquier momento.

Sobre todo, me causa honda desesperanza tener la certeza absoluta de que ninguno de nuestros representantes políticos hará nada por detener este militarismo desbocado que vienen cultivando (menos mal que dicen defender la democracia y los derechos humanos) desde hace tiempo (incluidas las armas nucleares).

Sí, ya estoy imaginando lo que estos mismos políticos que invierten cantidades colosales en programas de armamento y engañan a la población sobre las consecuencias de esto dirán, con la boquita cínica de siempre, cuando los muertos se cuenten por millones y busquen, entre los escombros de nuestro terror, la complicidad para acallar sus apestosas conciencias.

Qué inmensa lección premonitoria la de Auschwitz (deshumanizar a la humanidad, bajo el signo del terrorismo, como vía política inapelable). Qué aviso tan suave, pero tan claro, acerca del abismo al que se dirige la humanidad (esta vez bajo la amenaza nuclear).

Eso sí: por una vez experimento la segura confianza de que nadie pensará que exagero, y en cierto sentido, ya estamos todos muertos.

Muchos cientos de miles de personas han reaccionado contra las guerras, pero por ahora los gobiernos pro OTAN mantienen fuerte la apuesta por la destrucción y la amenaza permanente y creciente. Controlan todas las decisiones, opine lo que opine la ciudadanía.

Repito: yo no soy un mal agorero. La realidad (y no sólo me refiero al genocidio del pueblo palestino) es claramente peor que cualquier profecía apocalíptica. No es que quieran convencernos de que para alcanzar la paz hay que hacer saltar el planeta en pedazos, sino que están decididos a hacerlo (nuestra opinión y nuestras vidas hace tiempo que les importan mucho menos que una mierda).

[Sí, también siento indiferencia. No me he equivocado al escribir esa palabra al principio de esta reflexión].

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