Micropenes y otros rellenos

El hombre tipo del patriarcado sigue sin hablar del pene, aunque hable del cuerpo de las mujeres como si tratara del croquis de despiece de una vaca

25 de julio de 2022 a las 09:42h
Micropenes y otros rellenos. En la imagen de Cleo Nicole, el pene del David de Miguel Ángel.
Micropenes y otros rellenos. En la imagen de Cleo Nicole, el pene del David de Miguel Ángel.

Es sábado por la tarde y voy en mi bicicleta atravesando campos. Atravieso el canal del Elba, bajo el túnel y penetro en el bosque. Atrás ha quedado la escenificación iconográfica del nuevo presidente de la Junta de Andalucía, bajando por las escaleras de palacio con su mujer, como si se tratara del Concierto de Año Nuevo retransmitido desde Viena.

Es una tarde cálida y empiezan los preparativos para una fiesta en el claro del bosque que acabo de penetrar. Lo primero que sale del remolque son los extintores. La fiesta fue diversión tranquila, la danza, porque fue una danza casi ritual y no un bailoteo, fue expresión de la alegría contenida desde hace tanto tiempo. Una alegría disfrutada con alegría, música, luces, colores, amigos, conocidos y personas sonrientes y amables. Alguien dijo que el verano del amor se repetía.

Lo que no quedó atrás fue lo que había leído sobre sostenes con relleno y el problema de la belleza normativa, que tanto sigue haciendo sufrir a tantas personas. Una belleza exigida contra las personas, en realidad todas, a las que la naturaleza nos ha dotado de un cuerpo y una genética al azar. El tamaño del pecho se asoció siempre, o desde hace mucho, a la posibilidad de ser una buena madre amamantadora, algo que además no debía mostrarse en público, como si de un acto vergonzoso se tratara. Y digo vergonzoso porque, sin embargo, los pechos turgentes y canónicos no solo que podían presentar sino que se hacía en todos los quioscos de la prensa, en la televisión y en el cine. Hoy, con el regreso del puritanismo más ridículo, los pechos de la mujer deben ser escondidos o quedan censurados, lo que implica una resexualización del cuerpo de la mujer.

Al final de los 70 había mujeres que se apretaban los vaqueros contra su piel e iban marcando sus labios, del mismo modo que había hombres que iban marcando paquete y para marcarlo, algunos, se metían pañuelos para, con ese relleno, poder parecer lo que debían parecer: hombres con un buen pene. Tuve la suerte de sentirme a gusto con mi cuerpo, pero había quienes se escondían en las duchas o que no hacían nudismo por vergüenza a que se descubriera el tamaño de sus penes.

Según estatista, con datos de febrero de 2022, España estaría en el último lugar de Europa por tamaño medio de pene. Los españoles tendrían un pene medio de 13,85 cm. frente a unos escandinavos con uno de 15,87 cm. A esto hay que añadir que, en realidad, solo el 2,3% de la población mundial masculina tendría un micropene, según la revista Brtish Journal of Urology. De todo lo que se deduce que el tamaño del pene ha sido siempre un mito, un gran mito, para unos penes bastante más pequeños. Estos datos nos llevan a afirmar que el macho ibérico no existió nunca y que muchos hombres sufrieron y sufren innecesariamente. Los adolescentes varones comparaban sus penes porque en la cultura patriarcal también había unas proporciones canónicas para los hombres, en concreto para el pene. 

Una de mis mayores decepciones, y la calculo entre las mayores porque todavía la recuerdo, fue cuando los pechos de mi amante dejaron de existir cuando desapareció su sostén. Había tenido amantes con cuerpos normativos y no normativos. El tamaño de sus pechos no había sido nunca una preocupación para mí, pero aquella noche me sentí engañado porque fui engañado. Sin embargo, me hice cargo de que quien me engañaba era el patriarcado, y que aquella mujer usaba rellenos porque no soportaba no ser una mujer de verdad, según el canon de belleza establecido. Lo mismo que tantos hombres usaban rellenos en las piscinas y bajo los pantalones vaqueros para ser hombres de verdad. El patriarcado español era también autárquico en esto y el gusto francés por los pechos pequeños, incluso diminutos, no había llegado a la piel de toro. Con el tamaño del pene no había perdón de ninguna clase.

Llevar calzones hubiera sido la solución para tantos adolescentes y jóvenes, pero los calzones eran cosa de viejos. Las mujeres encontraban su refugio, todavía, en las cazoletas de los sostenes, pero esa moda pasó rápido y enseguida llegaron los bikinis y el topless. Una moda en contradicción con una moral católica demasiado restrictiva y cuya sombra pasea todavía por playas, piscinas y jardines.

El hombre tipo del patriarcado sigue sin hablar del pene, aunque hable del cuerpo de las mujeres como si tratara del croquis de despiece de una vaca. Alrededor del pene se ha levantado una mitificación basada en el poder que le daría su inmenso tamaño, que no pasa en España de los 13,85 cm. Tampoco los hombres escriben sobre el pene, parecería que levantara sospechas el tamaño de quien escribe sobre ello, como si necesitara disculparse o reivindicar algo: porque la tendría pequeña o no lo suficientemente grande.

Detrás de todo esto está la imagen, la sacralización de la imagen perfecta, el ideal perseguido, el de Praxíteles, el de Leonardo Da Vinci, la perfección que el hombre le debe a dios por estar hecho a su imagen y semejanza; y la perfección de la mujer por estar hecha del hombre, a su vez por dios directamente, y por la idealización de la virgen María, no solo pura sino bella, pero madre. Luego, el machismo profano declararía los 90-60-90 de Marilyn Monroe como la nueva medida de oro del canon femenino. No se olvide que incluye los pechos abundantes de la amamantadora y las caderas amplias de la paridora.

Pero si hay algo humano, esto es la imperfección, ahora que todøs nos vamos a la playa. Es perfectamente legítimo que nos gusten unos cuerpos y otros no; otra cosa es la exaltación canónica de unos cuerpos contra otros.

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