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Me siento en La Moderna y saludo, en su mesa de siempre, a Paco Bejarano. Esta mañana me he tomado mi tiempo en recorrer el tramo de la calle Larga que va desde la Rotonda del Casino a la Plaza del Arenal. No he parado de hablar con gente muy preocupada por el futuro de Jerez, mucho. Algo se ha parado en seco en mi pueblo, donde ya no progresan ni los sinvergüenzas, que ya es decir. Esos, que se preocupen, que tienen razones para ello y muy fundamentadas.

El reloj que marca el progreso en mi pueblo solo avanza en la mega zona comercial creada para que miles de personas salgan y entren de ella mientras la verdadera ciudad languidece. En el centro está tan parado como el de la iglesia de Santo Domingo, que marca la hora de los toreros. Joder con Jerez. Ya ni yo me tomo un brandy por las tardes, como solía hacer en Madrid, en los años turbulentos.

Ahora me tomo un té verde, que no sorprende a los Pacheco, contentos estos días como yo por la vuelta de los 091 ¿Se acordará alguien en el Ayuntamiento de contratarlos para 2016 o fletamos un par de autobuses con media pensión al lugar más cercano de su gira de conciertos? Sea como sea al menos este bar se mantiene fiel a su ideario, no hay música, solo la animada charla de parroquianos y guiris.

He escrito sesudos comentarios en estos meses de colaboración con este medio pero creo que toca mirar a otros asuntos, otros afanes diarios. Más breves y más directos. Hoy me han regalado un libro, escrito por Francisco Rubiales: Crisis andalucista, la rebelión de Pedro Pacheco contra Rojas Marcos. Me viene de perlas por muchas razones. Qué curioso que sobre la base de la mejor de las informaciones escritas esos días sobre el ex regidor en prisión algunos hayan hecho refritos por los que les pagan.

Pero lo mejor del día ha sido la amena conversación como mi apreciado Manuel Herrero, Pepe Mejías y Raúl Ruiz-Berdejo, digna de haber sido grabada y reproducida en un medio, público a ser posible. A esta ciudad le falta diálogo y consenso. Menos caras largas y estiradas y más sonrisas y manos tendidas. Y que arreglen los relojes del centro, aunque ya puestos se me ocurren muchas cosas más. Un abrazo.
 

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