Inmigrantes en una imagen de archivo.
Inmigrantes en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

No, ni quiero ni puedo.

Como no quiero meter a los enfermos del SAS en mi casa sino en un hospital. Como tampoco deseo que estudien los niños y las niñas que no tienen recursos en mi salón sino en una escuela pública. Detestaría ver a un evasor fiscal en mi casa para castigarlo. Quiero que los ubiquen en la cárcel para rehabilitarlos.

En mi casa casi no se cabe, y además nos la vendieron sobrevalorada y con un préstamo a 40 años diciéndonos que el precio de la vivienda nunca bajaba. Descubriendo cláusulas suelo, intereses fraudulentos y usura tras ir a los juzgados. Para comprobar luego cómo en dos años bajaba el mercado y ya no podía venderla. Pero sí entregarla al banco para que, de nuevo, especulara con ella. Y cuando el banco vio que eran productos tóxicos por debajo del precio deseado pidió 65.000 millones de euros al Estado porque él no asume riesgos (amenazando con destrozar la economía) pero tú y yo sí podemos asumirlos.

65.000 millones de euros sacados de tus impuestos que servirían para integrar, educar, sanar y sacar de la humillación y la frustración a pobres que vienen de países colonizados, y no hablo de Flandes ni de Cristóbal Colón. Francia se fue, por ejemplo, de Argelia en el siglo XX, hace dos telediarios. Observen el mapa, trazado con tiralíneas, de África.

¿En mi casa? En mi casa no quiero a nadie, me molesta hasta que me visiten sin avisar. Pero en nuestro mundo sobra dinero y la piedad es vista ya como algo bueno a corto plazo pero atroz para los cronistas que describen la caída de los imperios, esos que conocen el funesto destino de los hombres, y son ambiguos con sus discursos ante la llegada de los bárbaros.

Revisen la economía de las mayores fortunas del mundo. Y pregúntese por qué tiene miedo de quien no puede competir con usted en nada. Muy mal tiene que estar para que un negro de una barca, que viene de la miseria, le quite un puesto de trabajo. Salvo que este verano lo haya dedicado a coger melones en un descampado a 40 grados.

Yo en mi casa no quiero a nadie, sólo quiero que las viviendas no sean un negocio. Y que mi barrio deje de ser comprado por una empresa de pisos turísticos que convierten los espacios públicos en parques temáticos sin esencia, herencia ni identidad. En mi casa, a veces, me molesta hasta mi pareja y mi perro ¿En mi casa? En mi casa no quiero a nadie.

Mi casa es muy pequeña, quizás como la suya. Y sin embargo es un palacio.

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