Estudiantes en los aledaños de la UCA, durante la pasada Selectividad. FOTO: Candela Núñez
Estudiantes en los aledaños de la UCA, durante la pasada Selectividad. FOTO: Candela Núñez

Esta semana pasada, una gran parte de los estudiantes que aspiran a entrar a la universidad fueron a jugar sus cartas al campus de Jerez. Casualmente, tuve que acercarme a la UCA un par de veces esos mismos días, por lo que pude ver mínimamente el ambiente. Aquello me hizo recordar mi paso por la selectividad, una serie de anécdotas que merece la pena contar.

Aquello parecía una feria. Gente por todas partes, incluso gritando en la medida de lo permitido. Con más frecuencia de lo deseado gente llorando. A pesar de eso, el ambiente carecía de cualquier seriedad, algo que era confirmado por los dos puestos que regalaban maquinillas de afeitar Gillette Fusion y tampones. Hay quién dice que también regalaron condones, pero coincidiría con intermedios de exámenes de otras disciplinas.

Yo me llevé solo una maquinilla, pero varios de mis amigos cogieron hasta tres. Al final lo lógico era reír. Cruelmente, nos reímos hasta de los que lloraban. Íbamos muy tranquilos, quizá fuera porque sabíamos que tenía que darse la cosa especialmente mal para no entrar en la carrera. Aparte vivíamos para hacer exámenes, era lo único que sabíamos hacer. No era lógico derrumbarse. De mi clase, que yo viese, solo se desmoronó una chavala tras el examen de inglés. Fue de la única que no me reí.

El momento más memorable tuvo lugar el segundo día, justo antes del examen de matemáticas. En la puerta principal del campus había un cordón de gente uniformada con una bandera promocional. Cuando fui a pasar y visto lo visto el día anterior, pensé “lo mismo me regalan los recambios de la maquinilla”. Cuando me pararon me preguntaron que qué iba a estudiar, entonces se dio la siguiente situación:

Ingenuo de mí, pensaba que se trataba de gente de la UCA, por lo que para quitármelo de encima respondí Economía en Sevilla. Al chaval que me paró se le iluminó la cara y empezó a soltar una retahíla sobre su universidad en Sevilla y las virtudes de su grado en Economía. Pregunté que si se trataba de una universidad privada. Me respondió que sí, que los másteres tenían mucho prestigio y que si me preinscribía ya me regalaba una regla y entraría en el sorteo de una tablet. Me miraba feliz como si estuviese a punto de cerrar una venta, y esa misma cara se le partió como un plato cuando respondí: “Lo siento, la educación privada va en contra de mis principios”.

De aquello se hicieron muchas risas. El último día fue como los restos. Recuerdo que todo el mundo se inventó el examen de Geografía y que sacrifiqué un punto del examen de Economía por leer más rápido de la cuenta. Una vez que acabamos quedó la sensación del “¿y ahora qué?”. Meses más tarde descubriríamos que habíamos salido de una feria para meternos en un circo. Después de todo, la selectividad y los planes de estudios de los grados universitarios tienen eso en común, parecen un circo salido de la cabeza de un mono con una máquina de escribir.

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