"Su conexión con la cultura fenicia y su escasa consideración en el ámbito local es uno de esos misterios propios de Cuarto Milenio e Iker Jiménez".
Vale, utilizo en el título de este artículo aquel magnífico eslogan que Pedro Pacheco, ex alcalde de Jerez, usó en una de sus últimas campañas electorales. Una vez reconocido, vamos al lío, porque, realmente, lo importante es que me encanta Chiclana.
Chiclana es una de esas ciudades que aún está por descubrir en la provincia. Su conexión con la cultura fenicia y su escasa consideración en el ámbito local es uno de esos misterios propios de Cuarto Milenio e Iker Jiménez. Mira que está cerca Cádiz para comprobar cómo explota parte de su pasado fenicio, sí, cuando era conocida como Gadir.
Chiclana tiene tradición pesquera. Sancti Petri y su poblado marinero podrían ser uno de esos lugares de peregrinación que existen en otras provincias no muy lejanas. No hay que salir de Andalucía. Pero en lugar de eso, una visita al lugar deja una imagen de abandono, de dejadez, de pérdida de oportunidades. No sé si un Bosque Pesquero u otra propuesta, pero que el enclave precisa de un revulsivo no lo puede negar nadie.
Menos mal que a Chiclana le queda el Novo Sancti Petri y sus hoteles. Menos mal. Pero también por esa zona tiene elementos como la Torre del Puerco, que en otro punto sería un importante recurso turístico más. Basta preguntar quién lo conoce y qué se ha hecho para convertir ese punto en un referente en la localidad para ver que aún queda mucho por hacer.
Chiclana huele a vino en muchas de sus calles. Incluso tiene un Centro de Interpretación del Vino y de la Sal, otro elemento este último muy ligado a esta tierra. Sin embargo, se echa en falta en esta localidad acciones en torno a sus caldos. Sin entrar en comparaciones innecesarias, al menos podría volverse la mirada a Jerez, donde se intenta potenciar la industria del vino. Jerez es consciente de que nunca rememorará el glorioso pasado, porque las circunstancias mandan, pero al menos hay momentos donde el vino reina, luce y dice aquí estoy yo, con catas magistrales y un sinfín de actividades enfocadas a vender una marca, la de los caldos, que tanto ha aportado a la imagen de la ciudad.
Chiclana también huele a acuíferos contaminados. Ingentes zonas pendientes del desarrollo urbanístico que ponga orden a una ciudad desordenada viven con condicionantes propios de otra época. Se acepta aquello de ilegales y todo eso. De acuerdo. ¿Pero alguien se ha preguntado los motivos de que las administraciones competentes, Ayuntamiento y Junta de Andalucía, mirasen para otro lado durante décadas mientras hacían caja a través de impuestos y las operaciones de compra-venta de viviendas? Uno mira el Código Penal y atina a ver algunos delitos que -presuntamente- podrían asociarse a ésta o aquella persona. Que cada cual ponga nombres y apellidos.
Menos mal que a Chiclana le quedan los buenos servicios. ¡Ah, vale, perdona! Es verdad que en la localidad faltan centros de salud, como ese de Los Gallos, que lleva casi una década cerrado como consecuencia de una mala construcción. Y no es menos cierto que para un municipio tan extenso, donde prácticamente todo hay que hacerlo en coche, hace falta equipamiento sanitario, tal y como se han encargado de denunciar sindicatos como CSIF y SATSE, así como el Partido Popular, en el caso del insuficiente servicio de unidades UVI móviles. Y hablando de servicios, mejor dejar a un lado ese tranvía que va a ninguna parte. ¡Qué pena de millones de euros!
Chiclana es turismo. Tras la caída de la construcción, qué sería de esta ciudad sin el turismo. Aunque sea muy estacional, aunque aquel objetivo de convertirse en un referente con Tecnotur cayese en saco roto, aunque los hoteles cierren en invierno, porque si no hay sol, no hay negocio. Como si La Barrosa no fuese igual de bonita más allá del verano, como si un paseo por su arena no mereciese la pena sin tener que ir necesariamente en bikini o bañador. Como si no fuese lo suficientemente atractivo disfrutar de la gastronomía local mientras llueve, a pie de playa, en un chiringuito o en esos otros buenos locales que hay en el entorno.
Como decía al principio, me encanta Chiclana. Sería recomendable poner de moda este eslogan, porque lejos de poder ser visto como una mala copia, contribuiría seguro a poner en valor la localidad, que a veces peca de cerrazón, con esa oposición a todo lo que viene de fuera, a aquello que no viene de los grupos de presión o de quienes mueven los hilos por poder económico y/o político. Me encanta Chiclana, aunque haya mucho que cambiar, aunque hay mucho trabajo por hacer. ¿Y si te lo grabas a fuego en la piel? Quizás así podría empezarse a generar esa confianza que precisa el gran reto que esta tierra tiene por delante y que se hace contigo o no llegará.
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