Resulta paradójico que estos expertos de la lengua hayan elegido unos términos tan banales para algo a lo que cada cual podría definir a su manera. 

Esta semana me ha llamado la atención la iniciativa promovida por una conocida marca de leche que anima a firmar una petición para que la Real Academia Española cambie el significado de la palabra madre. El diccionario la define como “mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie”. Seguro que hay quien se ajusta a esa acepción pero, como defienden muchos rostros conocidos que se han sumado a esta campaña, y como voy a justificar en estas líneas, una madre es mucho más que eso, más que esas catorce palabras.

Es aquella que cría, protege, cuida, quien enseña valores, la persona capaz de acompañarte al fin del mundo y la que te salvaría de todos los horrores que este a veces nos presenta. Una madre es el lugar al que volver, un refugio y es capaz de dar tanto que es incluso más inmensa y profunda que un océano. Es aquella a la que le sonríen los ojos cuando te observa y a la que la mirada se le llena de furia cuando nos hacen daño. La que madruga y trasnocha sin necesidad porque el tiempo, su tiempo, desde el momento en que llegamos a su vida, comenzamos a marcarlo nosotros. Las madres no juzgan y, aunque nos verán caer, nos darán la mano sin dudarlo ni un segundo y nos enseñarán a caminar las veces que hagan falta; olvidan y perdonan porque no saben lo que significa el rencor. El amor de una madre es inconmensurable. Una madre es sinónimo de incondicional.

Si profundizamos un poco, nos daremos cuenta de que tampoco está acertada la RAE con el significado de padre pues queda insustancial considerarlo el “varón o animal macho que ha engendrado a otro ser de su misma especie”, aunque también haya quien no sea más que eso. Para otros, sin embargo, un padre ha sido, es y será una parte fundamental de la vida: otro vértice de nuestra existencia capaz de querer sin condiciones y sin medida.

Pero podemos todavía ir más allá. No hay ninguna referencia –en estas poco acertadas primeras acepciones de madre y padre– a quienes sin parir ni engendrar aman y educan a sus hijos de la misma manera que lo hacen quienes parieron y engendraron. Estos, madres y padres adoptivos o de acogida y en cualquier modelo familiar posible (porque, por suerte, ya no solo hay uno, único y universal), son para la institución que aceptó en su día términos como amigovio y almóndiga, solo aquellos que “ejercen las funciones de madre y padre”, como si serlo fuese una lista de tareas, un trabajo en el que tienes que cumplir una serie de objetivos para cobrar una cantidad de dinero extra.

Conste que es incuestionable la labor de la RAE a lo largo de su historia pero resulta paradójico que estos expertos de la lengua hayan elegido unos términos tan banales para algo a lo que cada cual podría definir a su manera y que casi, por este motivo, roza la abstracción. Igualmente curioso es que haya sido una empresa quien se haya percatado de ello, no sabemos si por una cuestión publicitaria o por un verdadero interés en el uso adecuado de los términos de nuestro idioma. Sea como fuere, lo cierto es que muchos hemos encontrado suficientes argumentos (principalmente emocionales) para justificar una posición crítica. Termino construyendo mi propia definición, algo a lo que nos invita la iniciativa, por si algún académico tiene a bien recogerla:

Madre (y padre): persona de nuestra vida a la que no se puede limitar con unas cuantas palabras.   

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído