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El movimiento de Íñigo Errejón y Manuela Carmena que ha sorprendido a propios más que a extraños, abre la puerta a una alternativa progresista capaz de plantar batalla al regreso del neofranquismo. La noche del dos de diciembre ha supuesto un antes y después en la escena política española. La mayoría natural de izquierdas andaluza se desvaneció, dando vía libre a los elefantes de Abascal y Serrano para marcar el rumbo de nuestra querida Andalucía.

Prácticamente, un millón de andaluces progresistas no encontraron razones para acudir a las urnas, eligiendo disfrutar de aquel soleado domingo en compañía de su familia y amigos. La respuesta de los izquierdistas fue señalarlos con el dedo, llenándose las redes de descalificativos como “borregos” o “fachas”, colocando a la histórica Andalucía como culpable de la entrada de los elefantes en las instituciones.

Fue más fácil culpar a los abstencionistas de no verse representados en una izquierda diluida que articular críticas constructivas de cara a lo que se venía por delante, aunque se puede comprender por la falta de respuestas que embargó a todo un pueblo al conocer los resultados electorales.

Tras este fracaso histórico, las reacciones eran esperables, pero las que encontramos no fueron las esperadas. La vía del antifascismo, generador de manifestaciones espontáneas, pero con escasa (nula) capacidad de construir un proyecto común fue la huida hacia delante de una Adelante Andalucía que bastante tuvo con contener la sacudida que, desde más allá de Despeñaperros, Monedero y la guardia pretoriana de Pablo Iglesias acometieron. El varapalo fue muy duro para una confluencia que ilusionó a mucha gente, pero que pagó los platos rotos de otros al iniciar un ciclo electoral marcado por el naufragio del espacio del cambio representando por Pablo Iglesias y Podemos.

Desde aquí, la nada. Vox dominando la agenda política atacando a las mujeres y a los símbolos andaluces, Ciudadanos haciendo malabares para esconder su deriva ideológica y el PP desangrándose en la mayoría del territorio español, mientras el PSOE sigue estacando en su suelo electoral y Unidos Podemos continúa derrumbándose en cada sondeo y encuesta.

Por fortuna, esta semana alguien ha decidido moverse, con el riesgo que conlleva no aparecer en la foto. Íñigo Errejón, en una jugada polémica a la par que necesaria, ha decidido sumar fuerzas con la incombustible Manuela Carmena, escapando de la trampa para osos que las elecciones de la Comunidad de Madrid suponían para el politólogo madrileño.

Se han vertido ríos de tinta a favor y en contra del movimiento de Errejón, pero hay varios puntos que parece complicado negar. El primero, es la deriva de un Unidos Podemos que se ha convertido en una IU 2.0. El segundo, la necesidad de un movimiento en el espacio progresista español que altere el equilibrio de fuerzas que, por desgracia, ha emergido tras las elecciones andaluzas. El tercero es las mayores posibilidades de ganar la Comunidad de Madrid desde la plataforma Más Madrid que desde Unidos Podemos. Por último, es innegable la resistencia de Carmena, Colau o Compromís, la formación más criticada desde el laboratorio de ideas de Podemos.

Algunos señalarán que Compromís no ha sufrido el castigo de los medios de comunicación como Unidos Podemos. Otros comentarán la falta de pureza ideológica de la coalición valenciana. Desde mi percepción, Compromís y Mónica Oltra, junto a las figuras anteriormente señaladas, son el vivo ejemplo de que el cambio no solo es que sea posible, es que sigue vivo. Pero para ello es necesario que se articule un nuevo discurso basado en la unidad popular y en la participación de la ciudadanía.

Las líneas directrices de Íñigo Errejón o Compromís son básicas para lo que el momento requiere. Una defensa del ecologismo político, de una izquierda moderna y de un nacionalismo que suma y no resta, no de banderas sino de mejores condiciones para todos los ciudadanos. No podemos pretender ganar solo desde la izquierda cuando izquierda ya no significa para nuestro electorado buen empleo, igualdad, mejoras sociales y redistribución.

Como ha señalado Luis Alegre, carece de sentido estratégico dejar que los adversarios te coloquen justo donde ellos te quieren ver. Porque esa ubicación, aunque a algunos les cueste tanto verlo, implica estar lejos de las demandas de la ciudadanía. No sirve de nada ser lo más rojos mientras las derechas se convierten en defensores de la patria y de la familia, dos conceptos vitales que, caídos en desgracia para los izquierdistas, son llenados de significado por Abascal y Casado.

En un contexto de desempleo, pérdida de soberanía de los Estados, precariedad laboral y tensión territorial, es más necesario que nunca perder el miedo a utilizar unos conceptos capaces de articular una alternativa que englobe a todos los ciudadanos, más allá de la izquierda o la derecha, en un proyecto común que haga frente a aquellos que pretender atentar contra los derechos de la inmensa mayoría del pueblo español y andaluz. El andalucismo juega un papel fundamental aquí, como identidad política que no excluye a nadie, sino que forma parte de una identidad múltiple para la mayoría de los andaluces, que integra la pertenencia a la localidad, a Andalucía y a España.

Regresando a la arena política andaluza, urge alejar a Adelante Andalucía del polo ideológico donde Susana Díaz y el trío aznarino nos ha colocado. Necesitamos sumar voluntades e incorporar a todos aquellos que quieran reconstruir el espacio del cambio andaluz. Ello requiere el sacrificio de ciertas trincheras ideológicas y la comprensión de que los partidos políticos no son el fin sino el instrumento con el que se puede lograr mejorar la vida de millones de andaluces.

Por suerte, tenemos varios motivos para la esperanza. El cambio no ha desaparecido de España, sigue y seguirá cuatro años en la Comunidad Valenciana, llegará a la Comunidad de Madrid y todavía estamos a tiempo de hacerlo llegar a los municipios. Y Adelante Andalucía, por suerte, no es Unidos Podemos, al contar con el potencial de andalucistas y verdes.

La evolución de la confluencia requiere avanzar en transversalidad, alcanzando tanto al medio rural como a las grandes áreas metropolitanas, generando ilusión en distritos donde la participación ni siquiera alcanzó el 50%, lugares con tanto simbolismo como el tradicional feudo de la izquierda sevillana, Cerro-Amate. La unidad popular es la salida de emergencia para el laberinto en el que se encuentra una izquierda aturdida. El millón de abstencionistas andaluces nos gritó el camino que debemos recorrer. ¿Haremos oídos sordos?

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