Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, en una imagen de archivo.
Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, en una imagen de archivo.

El Gobierno lo preside un vaina, pero un vaina  que trabaja disciplinadamente para sus superiores, mientras se hace el tonto interpretando los guiones que le preparan en Moncloa para parecer más tonto de los que es.

Los grandes directores y guionistas de cine tienen la habilidad de conseguir que nos pongamos de parte de  personajes siniestros. El profesor Walter White, protagonista de Breaking Bad, es un buen ejemplo de ello. Comenzó a delinquir sintetizando metanfetamina por una buena causa y nos atrapó con sus andanzas más criminales. También lo sería Tommy Shelby, impagable personaje del Peaky Blinders. Cada vez que Rajoy aparece en la televisión —salvando los cocientes intelectuales— me acuerdo de Walter White y mi madre se sorprende de que un tío “tan vaina” sea el presidente del Gobierno. Me encanta ver los telediarios con ella y darle un buen repaso al presidente y a todo el consejo de ministros y ministras, desde Soraya —"no puedo con ella", dice María con cara de asco— hasta Cospedal, Montoro y el resto de los que cada día la gozan jodiéndonos la existencia entre escándalo y escándalo de corrupción.

Pedro Sánchez tampoco se libra, aunque no nos cae mal: "Este hombre es un huevo sin sal", comenta, y además parece que Susana "lo tiene cogido por…". Tampoco Pablo Iglesias nos hace ya   mucha gracia. Yo creo que lo que nos pasa a mi madre y a mi es que ya no nos hace gracia nadie, incluidos —por supuesto— Puigdemont y toda la corte del procés. Efectivamente, el Gobierno lo preside un vaina, pero un vaina  que trabaja disciplinadamente para sus superiores, mientras se hace el tonto interpretando los guiones que le preparan en Moncloa para parecer más tonto de los que es. La prueba del algodón de que Rajoy es un vaina, y un secundario hasta en su casa, es que El Selu ha pasado ampliamente de incluirlo entre el elenco de líderes mundiales que integran los tipos de su chirigota Grupo de Guasa, en la que no faltan Merkel, Trump, Maduro, Vlavdimir Putin o Kim Jong-Un. Aunque en el repertorio no se ha olvidado de dedicarle unos versitos a M. Rajoy: “que nadie lo quite de Presidente / ni del Congreso / porque si no / íbamos a perder el único humorista / que hace reír cuando habla en serio".

Hace días que el presidente  y sus portavoces (también la portavoza Celia Villalobos ha opinado) no deja de hablar de las pensiones y de recomendarnos que nos hagamos un plan privado, pues parece que la hucha que heredó con 68.000 millones de euros tiene ahora telarañas y no garantiza una paga que nos devuelva  una parte de lo cotizado durante nuestra vida laboral. A mi madre le acaban de comunicar que le van a subir un euro este año. ¡Qué gran noticia, Mariano! No veas lo contenta que se ha puesto y, lógicamente, se ha acordado de la tuya, de tu madre, por lo listo que es su hijo. Mi madre está a punto de cumplir los 91, carga con una bronquitis asmática, una cadera cosida con tornillos y tiene la suerte de contar con cuatro hijos que pueden protegerla.  Afortunadamente, su calidad de vida no depende de los miserables 369,60 euros de pensión no contributiva que cobra, ni del  sistema de protección social que el PP está dinamitando mientras sus líderes nos recomiendan contratar esos planes de pensiones para satisfacer al Banco Mundial y a tantos fondos buitres que quieren devorarnos crudos. 

Frente al balcón del saloncito de la casa de mi madre hay una batería de contenedores que, al caer la tarde, aparece con las bolsas de basura reventadas y la porquería esparcida por la calle y la acera. Es el súper de los miserables, que buscan los brick de leche caducada, lo yogures y las lonchas de jamón york ya lamiosas y oxidadas. También rebuscan chatarra y trastos viejos que pasean en un carrito del Carrefour camino de algún chambado adonde no llegan las cartas de Mariano y lejos de Montoro que, de momento, no recauda por sus trapicheos. El inquilino de la Moncloa parece salido de una de esas series donde el malo es el bueno. A pesar de gestionar los recursos públicos con criterios contrarios al bienestar general, de tomar decisiones que nos hacen infelices, de mirar para a otro lado mientras los suyos colapsan los juzgados; a pesar de trabajar para unos pocos en perjuicio de la mayoría, sigue manejando las riendas del país. Y todo porque tiene una legión de seguidores y votantes que lo han adoptado como su personaje y le ríen las gracias poseídos por el síndrome Breaking Bad. Otra explicación no encuentro.
 

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